¿Qué clase de persona debiéras ser?

En Honor a Su verdad
Por Charles Welch

Traducido y adaptado por Pablo Pereyra


SÍMBOLOS DE SERVICIO – Recolectores y guías

Es solemne entender que todos somos o recolectores o diseminadores, aún así, quizá consideremos que nuestra actividad es neutral. El Señor ha declarado que no hay punto intermedio: o estamos con Él, o estamos contra Él. Es un hecho solemne: cuando uno no está a favor de Él, significa que está en su contra. “El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama.” (Mateo 12:30).

Sin intentar suavizar o mitigar esta seria declaración que nos toca a todos, queramos o no, añadiremos otra cita del Señor, para no interpretar erróneamente la primera declaración en algún espíritu sectorial. “…Maestro, hemos visto a uno que echa fuera demonios en tu nombre; y se lo prohibimos, porque no sigue con nosotros. Jesús le dijo: no se lo prohibáis; porque el que no es contra nosotros, por nosotros es.” (Lucas 9:49-50)-

Aun cuando este hombre no estaba en manifiesta comunión con los discípulos (ellos dijeron: “no sigue con nosotros”), el Señor les reveló que había una unidad más profunda que ésta; debemos estar siempre en guardia, no sea que un mero espíritu partidario tome el lugar de lealtad al Señor y Su verdad.

El trabajo de esparcir es el trabajo del Maligno, y es asistido por el asalariado: “Mas el asalariado, y que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas, ve venir al lobo y deja las ovejas y huye, y el lobo arrebata las ovejas y las dispersa (Juan 10:12).

Por lo tanto, el trabajo de reunir es el trabajo del pastor. La figura de un pastor es usada espontáneamente en las Escrituras como símbolo de servicio, y debe ser considerada según el lugar en donde está puesta. Aquí trataremos sobre el significado general del recolector. Era el deseo del Señor poder reunir a los hijos de Jerusalén como la gallina junta a sus polluelos bajo sus alas (Mateo 23:37). Y aún está por enviar Sus ángeles para juntar a sus escogidos de los cuatro vientos del cielo, así como el hombre que junta el trigo en el granero cuando llega la siega (Mateo 24:31; 13:30, 39-43). La palabra también es usada con respecto a juntar uvas (Mateo 7:16).

Miremos hacia nosotros mismos: ¿hasta qué punto podemos decir, honestamente, que somos recolectores? ¿Es nuestra tendencia a juntar o a desparramar? ¿Usamos nuestras fuerzas para edificar o para derribar? ¿Manifestamos las características del verdadero pastor o las del asalariado?

El segundo símbolo a ser considerado en esta sección es el del guía. Si bien el guía no necesariamente junta, ciertamente conduce a la gente hacia el puerto deseado. El judío, debido a la posición especial que ocupa en el plan de redención, fue peculiarmente equipado para ser un guía: “He aquí, tú tienes el sobrenombre de judío, y te apoyas en la ley, y te glorías en Dios, y conoces su voluntad, e instruido por la ley apruebas lo mejor, y confías en que eres guía de los ciegos, luz de los que están en tinieblas…” (Romanos 2:17-19).

El judío tenía todas las calificaciones para ser guía del ciego, excepto una: él mismo era ciego. Entre los reiterados “ayes” de Mateo 23, el Señor se refiere a la ceguera cinco veces:

¡Ay de vosotros, guías de ciegos! (Mateo 23:16)
¡Insensatos y ciegos! (Mateo 23:17)
¡Necios y ciegos! (Mateo 23:19)
¡Guías ciegos, que coláis el mosquito y tragáis el camello! (Mateo 23:24)
¡Fariseo ciego! (Mateo 23:16)

Examinando cada ocasión en que el Señor llama a estos hombres “ciegos” veremos que Él hace referencia al ritualismo siendo el sustituto de la realidad. Seguir a estos líderes termina en destrucción. Si un líder no tiene la visión de lo real ¿no perecerán los que lo siguen? Si éste alimenta a sus seguidores con la cáscara y no con el verdadero trigo ¿no padecerán hambre? Si ellos lo llevan a confiar en la observancia de días, meses, semanas, años, días sabáticos, comidas y bebidas (que son sólo sombras de lo verdadero), ¿no se descarrilarán todos ellos? Si el ciego guía al ciego ambos caerán en el mismo pozo. Tan importante es la agudeza de visión para un guía oriental que los árabes no permiten que alguien sea guía si no sabe discernir ciertas estrellas dobles, que para el ciudadano común parecería ser sólo una. Como guías, es necesario que veamos nuestra senda con claridad y que discernamos lo que el Señor nos indica, distinguiendo las sombras de la sustancia.

Hemos visto que recolector es un título que podría asociarse con el pastor. Pero el pastor también puede ser un guía: “Hizo salir a su pueblo como ovejas, y los llevó por el desierto como un rebaño” (Salmos 78:52).

Mirando al Señor como guía, mientras buscamos guiar a otros, observamos que Él encamina “nuestros pies por camino de paz” (Lucas 1:79). Si leemos el clamor del etíope eunuco y la respuesta que Felipe le dio, no tendremos dudas en cuanto al carácter de un verdadero guía: “¿Entiendes lo que lees? El dijo: ¿Y cómo podré, si alguno no me enseñare?... Entonces Felipe, abriendo su boca, y comenzando desde esa escritura, le anunció el evangelio de Jesús.” (Hechos 8:30-35).

Este es, entonces, la diferencia entre el guía ciego y el verdadero. El guía ciego no puede ver que toda la Escritura apunta a Cristo, y es así que se pierde en tinieblas. El verdadero guía siempre comenzará “desde esa escritura” a predicar a Jesús.


SÍMBOLOS DE SERVICIO – Embajador, apóstol, ángel

Luego de haber visto algo de la naturaleza y la preparación para el servicio conforme a la Escritura, llevaremos nuestras mentes a la consideración de lo que envuelve al servicio. Podemos notar diferentes formas de describir al servicio como “caminar”, o “trabajar”, o diferentes esferas de servicio, sugeridas en pasajes tales como “predicar la Palabra”, “compañero soldado”, “luchamos contra”, “sembrar”, “cosechar”, etc. También podemos notar los ejemplos de verdadero servicio aceptable, de los que abundan en las Escrituras; y una vez más, podríamos traer en relieve a todos aquellos que son llamados “siervos” o de quienes se dice que “sirvieron”. Entonces, será necesario notar el espíritu que hay detrás del servicio, y no debe ser quitado de la órbita práctica el hecho de que el servicio será galardonado por el Señor.

La sencilla suma de avenidas de acercamiento posibles revela demasiado terreno como para ser cubierto totalmente, de modo que trataremos el tema bajo diferentes encabezados para evitar confusión. Nos proponemos aquí a traer a la mente del lector una serie de símbolos de servicio que hemos encontrado en las Escrituras. No todo lector hallará cada uno de estos símbolos como ayuda personal. El servicio es muy amplio como para generalizar, pero confiamos en que cada lector hallará su especial llamamiento, siendo iluminados con el paso del tiempo. Mas allá de esto, siempre hay lugar para que el lector recuerde en oración a aquellos cuyo servicio es deferente del propio, y esta acción en sí misma nos permitirá pacientemente considerar el servicio en todos sus aspectos, aún cuando muestra propia rama en particular no esté inmediatamente en vista.

Los símbolos de servicio que consideraremos en primer lugar son tres: embajador, apóstol y ángel. Aun cuando cada palabras tiene su propio significado distintivo y no puede intercambiarse por alguna de las otras dos, todas tienen uno o dos rasgos en común que nos podrían ser de ayuda en esta serie.

Primero: embajadores, apóstoles y ángeles, son enviados. Tomar el puesto uno mismo o ir bajo la propia responsabilidad descalificaría a cualquiera de usar estos títulos. Los ángeles son mensajeros y, como tales, deben ser enviados para dejar su recado. “No son todos espíritus ministradores, enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación? (Hebreos 1:14).

Cuando leemos acerca de Juan el Bautista: He aquí, yo envío mi mensajero delante de tu faz” (Mateo 11:11), no sólo tenemos la palabra “envío”, sino también la palabra “mensajero”, que en el griego es aggelos, la palabra para “ángel”.

La idea principal en la palabra “apóstol” es la de alguien enviado, ya que apostello es traducido “enviar” unas cuantas veces. Por ejemplo: “¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? (Romanos 10:15). “Pues no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el evangelio.” (1 Corintios 1:17).

Lo mismo puede sostenerse con respecto a la palabra “embajador”. Un embajador que no representa a una persona o poder que lo envió es una contradicción de términos: “Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros…” (2 Corintios 5:20). “…envía una embajada y le pide condiciones de paz…” (Lucas 14:32).

En segundo lugar: embajadores, apóstoles y ángeles dan un mensaje dado a ellos. Este hecho tan obvio no está, contrariamente, tan presente cuando comenzamos a poner en consideración nuestro propio servicio o el de otros. El apóstol dijo a los Corintios: “Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí.” (1 Corintios 15:3).

La asociación estrecha que hay entre ser “enviado” y “decir” lo que ha sido dicho es ejemplificado en la comisión de Isaías: “…¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí. Y dijo: Anda y dí…” (Isaías 6:8, 9).

Por último (y esta nota esperamos que repercuta una y otra vez para nuestro aliento y ejemplo), estas características especiales de servicio son todas halladas en toda su plenitud en el Hijo de Dios. Ni Pedro ni Pablo pueden clamar por el título de “el principal apóstol”, porque este pertenece al Señor: “…considerad al apóstol y sumo sacerdote de nuestra profesión, Cristo Jesús.” (Hebreos 3:1). Él fue prominentemente el Enviado y, como tal, dejó el mensaje que le fue confiado: “…mi doctrina no es mía, sino de Aquel que me envió.” (Juan 7:16). “Porque yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar.” (Juan 12:49).

Si Pablo, en su concepto de lo que debiera ser un verdadero embajador, pudo decir “como si Dios rogase por medio de nosotros…” ¡Cuánto más se puede decir esto de Cristo!

“A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo , que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer.”  (1 Juan 1:18).

“El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9).

Mas allá de esto, el profeta Malaquías se refiere a Cristo bajo el símbolo de un ángel, diciendo: “He aquí yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí; y vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis, y el ángel del pacto…”

Aprendamos mediante estos símbolos de servicio lo que es esencial para nuestro propio servicio, de modo que, más allá de cuán pequeña sea nuestra embajada, o cuán limitada pueda ser la esfera de nuestro ministerio, tengamos, por lo menos, el consuelo y el aliento de saber que hemos sido “enviados”; como Él ha dicho: “Anda y di”. Jeremías sabía acerca de este doble aspecto del servicio, y terminaremos este apartado con las palabras del Señor, en el día en que Jeremías fue comisionado: “a todo lo que te envíe irás tú, y dirás todo lo que te mande.” (Jeremías 1:7).


SÍMBOLOS DE SERVICIO – Esclavos, edificadores, transportadores de carga

La gloriosa doctrina de la libertad que es característica del ministerio del apóstol Pablo debe ser apropiada por nosotros para alejarnos de las diferencias. Es interesante, igualmente, notar que mientras que por un lado esta libertad suena con notas de clarín en la epístola a los Gálatas, en el cierre de la epístola el apóstol muestra que él, el campeón de la libertad, quien se paró solo delante del Concilio en Jerusalén, contra todos aquellos que querían esclavizar a los creyentes, era, de corazón, esclavo de Jesucristo: “yo traigo en mi cuerpo las marcas [el estigma, las marcas de un esclavo] del Señor Jesús (Gálatas 6:17). Y otras vez, en Gálatas 5:13, dice: “Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros.” La redención que nos hace libres nos ata para siempre al Señor. “…no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio…” (1 Corintios 6:19-20).

El lector recordará que en los siguientes pasajes la palabra “siervo” es la transliteración de doulos, que significa, literalmente, “un esclavo.”

“Pablo, siervo de Jesucristo” (Romanos 1:1)
“…y a nosotros como vuestros siervos…” (2 Corintios 4:5).
“…Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo.” (Gálatas 1:10).
“sino que se despejó a sí mismo, tomando forma de siervo…” (Filipenses 2:7).
“Porque el siervo del Señor no debe ser contencioso…” (2 Timoteo 2:24).

El primer uso de doulos en el Nuevo Testamento está en Mateo 8:9, las palabras del centurión aquí, nos dan una buena idea de lo que se requiere para el servicio de un siervo del Señor.

“Porque también yo soy hombre bajo autoridad, y tengo bajo mis órdenes soldados; y digo a éste: Ve, y va; y al otro: ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace.”  (Mateo 8:9).

Las palabras de María bien pueden ser el lema para todo el que quiera servir: “hágase conmigo conforme a tu palabra.”

El segundo símbolo de servicio que vamos a considerar es el del edificador. Proponemos dividir este tópico en tres seccione: el fundamento, el edificio y los materiales.

1 – El fundamento: Toda edificación necesita de un fundamento, una edificación fundada sobre la roca permanece, pero una edificación construida sobre la arena cae (Mateo 7:25-27). El fundamento para toda edificación espiritual debe ser Cristo.

“Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo” (1 Corintios 3:11).

Todo servicio subsecuente al servicio inicial del apóstol Pablo es a su trabajo lo que el trabajo del edificador es con respecto al de un arquitecto. “Yo, como perito arquitecto [gr. Architekton: maestro mayor de obras] puse el fundamento, y otro edifica encima…” (1 Corintios 3:10). Ningún servicio que podamos rendir puede ser aceptable a menos que edifiquemos sobre el fundamento puesto por el arquitecto de Dios, cuyo fundamento es Cristo mismo.

2 – El edificio: nuestra principal tarea está en el edificio; Dios mismo ha asegurado el fundamento. Si vamos a servir aceptablemente no sólo debemos edificar sobre el fundamento de Dios, sino que debemos ver si lo que estamos edificando es el edificio de Dios, porque cualquier otra cosa que levantemos no tendrá garantías: “Porque nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios.” (1 Corintios 3:9).

¿Cuánto servicio infructuoso es ofrecido por el solo hecho de que lo que se está edificando no es “edificio de Dios.” Todo lector de la Palabra de Dios debería rever el trabajo que tiene en manos y preguntarse a sí mismo si están o no, sus energías, empleadas en el “edificio de Dios.” Esta búsqueda no debe estar limitada al servicio social y filantrópico, porque el más alto servicio, aún la predicación de Su Palabra, puede no estar dirigido a edificar “el edificio de Dios,” como sucedió con aquellos que predicaban a Cristo por envidia y contienda (Filipenses 1:15).

3 – Los materiales: En todo ámbito de construcción, más allá de los espiritual, los materiales usados son de gran importancia, como puede verse en las especificaciones de un arquitecto para construir un edificio grande. Suponiendo que estamos edificando sobre el verdadero fundamento, y que realmente estamos ocupándonos del “edificio de Dios,” todo será en vano si nuestros materiales no son según las especificaciones. Es evidente, partiendo de 1 Corintios 3, que el material para la construcción representa la “obra” del constructor, y ésta será probada por el fuego:

“Y si sobre este fundamento alguno edificare oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca, la obra de cada uno será manifiesta, porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará.” (1 Corintios 3:12, 13).

Suficiente ha sido dicho, creemos, bajo este encabezamiento, como para arrojar algo de luz en cuanto al servicio visto como una “edificación.” Cerraremos, ahora, con una referencia a la tercera subdivisión:

Transportadores de carga

“Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo.” (Gálatas 6:2).

“Así que, los que somos fuertes debemos soportar las flaquezas de los débiles, y no agradarnos a nosotros mismos.” (Romanos 15:1).

“…que sostengáis a los débiles, que seáis pacientes para con todos.” (1 Tesalonicenses 5:14).

El pensamiento central en estos versículos es el de un “transportador de carga.” Gálatas 6:2 no nos exhorta a que el fuerte lleve las cargas del débil, sino que cada uno debiera llevar las cargas del otro. ¿Hasta qué punto obedecemos a esto? Quizá nuestras propias cargas serían más livianas si pensáramos más en las cargas de los otros. Una persona puede no sentirse bien y estar triste, pero si a otro le sucede un accidente en su presencia y requiere de ayuda inmediata, esto generalmente le permitirá a esa persona olvidar sus propios problemas en un esfuerzo por ayudar al otro, que tiene un problema mucho mayor.

Algunas cargas son mencionadas como “fragilidad” o “debilidad” y, con respecto a éstas, aquellos que son “fuertes” deben recordar que su fuerza no es para su propio bien sino para el bien común.

Finalmente, los transportadores de carga deben tener paciencia y deben estar exentos de autocomplacencia, de otro modo, el servicio perdería su valor espiritual.

Embajadores, apóstoles, ángeles, esclavos, edificadores, transportadores de carga, constituyen el ABC cristiano del servicio. Cuando estos hayan sido aprendidos, estaremos preparados para ir más lejos.

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