La disciplina

En Honor a Su verdad

Un requisito fundamental para el andar cristiano


Proverbios 15:31-32 – El oído que escucha las amonestaciones de la vida, entre los sabios morará.  El que tiene en poco la disciplina menosprecia su alma; mas el que escucha la corrección tiene entendimiento.

En el capítulo anterior hemos podido aprender acerca de cuál es el equipamiento que Dios nos proveyó para poder hacer frente a los enemigos espirituales, y tener lo necesario para ser parte de la guerra espiritual que existe hoy en el Universo. Sin embargo, tener “toda la armadura de Dios” no es suficiente, es necesario que aprendamos a usar esa armadura, que aprendamos a “caminar” con la armadura puesta, que ganemos práctica en movernos con toda la armadura de Dios puesta. Para esto será necesario disciplinarnos en el andar con Dios y con el Señor Jesucristo, adoptando un crecimiento progresivo que nos lleve a ser personas espiritualmente maduras y bien equipadas y entrenadas para la guerra espiritual.

Lamentablemente, muchos creyentes cristianos han sufrido mucho, han sido decepcionados, e incluso han perdido la vida por haber ido a la guerra espiritual sin la armadura puesta, o sin el entrenamiento necesario. Por eso es fundamental que aprendamos a caminar con Dios y que tengamos paciencia en nuestro desarrollo, no apresurándonos a hacer cosas que Dios no nos envía a hacer.

En el vocabulario usado en la Biblia, podemos identificar que hay varias etapas en el desarrollo de un creyente cristiano.

1 Corintios 3:1-3 (NVI)
Yo, hermanos, no pude dirigirme a ustedes como a espirituales sino como a inmaduros, apenas niños en Cristo.
Les di leche porque no podían asimilar alimento sólido, ni pueden todavía,
pues aún son inmaduros. Mientras haya entre ustedes celos y contiendas, ¿no serán inmaduros? ¿Acaso no se estarán comportando según criterios meramente humanos?

Aquí podemos ver que Pablo se refiere a estos creyentes como “inmaduros”, que son “niños en Cristo”, que aún no pueden asimilar “alimento sólido”. Entonces, vemos que la vida espiritual también tiene una etapa de desarrollo, y tiene “alimentos” específicos para cada etapa.

Algo parecido habla Pablo en la epístola a los Hebreos:

Hebreos 5:11-14 (RV 1960)
(11) Acerca de esto tenemos mucho que decir,  y difícil de explicar,  por cuanto os habéis hecho tardos para oír.
(12) Porque debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios;  y habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche,  y no de alimento sólido.
(13) Y todo aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de justicia,  porque es niño;
(14) pero el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal.

En estos pasajes Pablo le habla a creyentes que ya hacía suficiente tiempo habían aceptado a Cristo como Señor, y ya deberían ser personas maduras en los asuntos espirituales, pero aún eran como niños y necesitaban que Pablo les vuelva a explicar los principios básicos de la Palabra de Dios, debía alimentarlos con “leche” y no pudo darles “alimento sólido”.

En el plano físico, un bebé no puede ser alimentado con carne u otros alimentos sólidos, el mejor alimento en esta etapa es la leche materna. Pero a medida que va creciendo, va comenzando a necesitar otro tipo de alimentos y se hace necesario ir incorporando progresivamente distintos alimentos que el niño pueda ingerir y asimilar. Ya de grande una persona puede y necesita comer toda clase de alimentos, una persona adulta no puede alimentarse sólo de leche materna, sino que necesita de otros alimentos. Del mismo modo, en el ámbito de nuestra relación con Dios hay varias etapas de crecimiento espiritual, en las que el creyente cristiano va a necesitar de distintas clases de “alimentos” para ir creciendo en Su entendimiento del propósito y plan de Dios y en la práctica de una sana relación con Él y con el Señor Jesucristo.

¿Cuál sería el “alimento” que se necesita para crecer espiritualmente?

Mateo 4:4
Él respondió y dijo: Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.

Aquí Jesús habló diciendo que el hombre (el ser humano) no sólo vivirá de pan, sino de “toda palabra que sale de la boca de Dios”. Aquí la palabra “palabra” es rhëma, que previamente habíamos visto que significa “dicho”, “palabra hablada”. Las palabras “boca de Dios” conforman una figura literaria (la figura es antropopatía), que consiste en atribuir a Dios características humanas con el fin de dar énfasis o claridad a una declaración. Aquí se enfatiza el hecho de que la vida de una persona depende de todo aquello que Dios declara.

Podemos ver, entonces, que:

Nuestro alimento espiritual debe basarse en una dieta de “palabras de Dios”. Esto incluye Su Palabra escrita (el mensaje del Evangelio en nuestras Biblias) y también a Su Palabra hablada directamente (o por medio de Cristo) a nosotros, a través del don de espíritu santo que hay en nosotros.

Jesús también dijo:

Juan 6:27
Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna [“vida de la era” según el texto] permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará;  porque a éste señaló Dios el Padre.
Aquí Jesús no está hablando de dejar todo trabajo secular y que no nos importe la comida física, sino que habla de poner a Dios primero para hacer Su voluntad, de ocuparnos de aquella comida que da verdadera vida, que es la “vida de la era”.

Los oyentes entendieron bien a qué se refería Jesús, por eso luego preguntaron:

Juan 6:28-29
(28) Entonces le dijeron: ¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios?
(29) Respondió Jesús y les dijo: Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado.

Los que estaban allí le preguntaron a Jesús qué debían hacer para poner en práctica las obras de Dios. Probablemente estaban esperando que Jesús les repitiera los mandamientos dados a Moisés, o que les diera alguna lista de cosas para hacer. Pero Jesús les respondió “Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado”. Tal como venimos viendo a lo largo de todo este estudio sobre la fe, vemos que lo esencial para Dios no es cumplir una lista de mandamientos, sino CREER. Dios quiere que le creamos a Él, y que creamos en quien Él ha enviado: Su hijo Jesús.

Juan 6:30-35
(30) Le dijeron entonces: ¿Qué señal, pues, haces tú, para que veamos, y te creamos? ¿Qué obra haces?
(31) Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Pan del cielo les dio a comer.
(32) Y Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: No os dio Moisés el pan del cielo, mas mi Padre os da el verdadero pan del cielo.
(33) Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo.
(34) Le dijeron: Señor, danos siempre este pan.
(35) Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás.

Luego de la declaración de Jesús, de que la voluntad de Dios es que crean en Él, quienes estaban allí pidieron una “señal” de que Él era quien decía ser. Jesús entonces dijo que Él era el “pan” enviado del cielo. Con esto no está queriendo decir que Él haya literalmente bajado del cielo, porque la Escritura nos dice que Jesús tuvo Su origen y concepción en el vientre de María, por obra de Dios (Mt. 1:18). Al decir que “descendió del cielo” Jesús está hablando en modo figurado. El pueblo judío fue alimentado por “pan del cielo” (el “maná”), durante su éxodo por el desierto (leer Éxodo 16). Jesús usa este evento para comunicarles que si bien Dios los alimentó físicamente con el maná en aquella ocasión, el verdadero alimento, el que les haría vivir perpetuamente, era Jesús mismo.

Sucede que en la cultura oriental se solía asociar el tener “hambre y sed” no sólo con la comida física, sino también con distintas carencias humanas que necesitan ser suplidas, aquellas necesidades que preocupan a una persona (por ejemplo Mt. 5:6). De este modo, Jesús estaba señalando que para aquellos que estaban “hambrientos y sedientos” por tener vida perpetua en la presencia de Dios, serían saciados si creían en Él.

Juan 6:47-58
(47) De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna.
(48) Yo soy el pan de vida.
(49) Vuestros padres comieron el maná en el desierto, y murieron.
(50) Este es el pan que desciende del cielo, para que el que de él come, no muera.
(51) Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre;  y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo.
(52) Entonces los judíos contendían entre sí, diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?
(53) Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros.
(54) El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna [el texto dice: “vida de la era”]; y yo le resucitaré en el día postrero.
(55) Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.
(56) El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él.
(57) Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí.
(58) Este es el pan que descendió del cielo; no como vuestros padres comieron el maná, y murieron;  el que come de este pan, vivirá eternamente [el texto dice: “vivirá durante la era”].

El versículo 52 nos dice que los judíos contendían entre sí preguntándose: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Algunos maestros religiosos han “determinado” que el modo en que una persona “come” la carne de Cristo y “bebe” Su sangre es a través de la “cena de comunión”. Unos dicen que el pan santificado se “transustancia” (se convierte) en la carne de Cristo y que el vino santificado se “transustancia” en la sangre de Cristo al ser ingeridos en la ceremonia hecha en la cena de comunión. Pero todo esto está muy lejos de la enseñanza de Jesús.

El problema con estos versículos está en no haber prestado atención y retenido las palabras previas de Jesús, en las que claramente dice que para tener vida “de la era” es necesario CREER en Él. En el contexto se ve claramente que “comer” la carne de Jesús y “beber” Su sangre es equivalente a CREER en Él. Entonces ¿Por qué usa Jesús estas expresiones? Jesús habla de “comer” su carne y “beber” su sangre, porque era necesario que las personas comprendieran adecuadamente la doctrina sobre su muerte y resurrección para poder recibir espíritu santo y vida perpetua en la era futura.

Todo el plan de Dios se centra en la obra de salvación de Cristo, por eso Jesús es el único mediador entre Dios y los hombres, y por eso es necesario comprender lo que Cristo hizo por nosotros para tener vida perpetua en la era futura.

Entonces, cuando Jesús dijo que él era el “pan” de vida, no estaba proponiendo un nuevo “pan” para la vida espiritual del hombre, separado de “toda palabra que sale de la boca de Dios”. Por el contrario, la “boca” de Dios siempre ha hablado de Su plan de redención por medio de Cristo, así que Jesús como “pan de vida” representa aquellos dichos o declaraciones de Dios que son necesarios para tener la vida que Dios quiere dar a los cristianos.

Jesús mismo enseñó a orar por el “pan” que desciende de Dios:

Lucas 11:3
El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy.

Aquí las palabras “de cada día” son la palabra griega epiousios. E.W. Bullinger explica que esta palabra fue acuñada por el Señor, no tiene usos en la literatura griega clásica. Se usa sólo dos veces en la Biblia: aquí y en el relato paralelo de Mateo 6:11. Esta palabra está compuesta de epi: “desde arriba” y ousios: “venir”, por lo tanto, epiousios significa “venir o descender sobre” (E. W. Bullinger, Companion Bible, pág. 1320).

Por otro lado, “hoy”, en el texto griego está precedido por la preposición kata, de modo que se traduciría mejor “conforme al día”, dando la idea de “el pan que es necesario para el día.” Traduciendo palabra por palabra este versículo leería así: “El pan nuestro que desciende danos conforme al día”, adaptando el sentido a nuestro entendimiento podríamos traducirlo así: “Danos el alimento que desciende de ti, el adecuado para este día.”

Entonces, cuando Jesús enseñó a orar por “el pan nuestro de cada día” no se estaba refiriendo al alimento físico, sino a aquella clase de alimento que sólo puede dar Dios: Sus dichos. Si bien Dios nos dejó un libro con Su voluntad escrita, siempre es necesario tener Su propia guía y acción en nosotros para comprender las Escrituras (Pr. 2:6-7). Además, en la diaria relación con Dios, Dios nos hará saber Su voluntad específica para nosotros en ese día particular, por eso es que debemos orar por el pan “NUESTRO” y por el pan “CONFORME AL DÍA” (el adecuado para el día).

Cada día debiéramos orar por el alimento de Dios que necesitamos para nuestras vidas y tener cuidado de no guardar para mañana parte del pan de hoy. El pan que hoy nos da energía, mañana puede caernos mal. Asímismo, lo que Dios nos manda a hacer hoy puede no ser lo más adecuado para hacer mañana. Cada día debemos preguntar a Dios cuál es Su voluntad para nuestras vidas.

2 Timoteo 3:16-17 (BTX)
(16) Toda la Escritura es inspirada por Dios, y es útil para la enseñanza, para la refutación del error, para la corrección, para la instrucción en la justicia,
(17) a fin de que el hombre de Dios esté completamente calificado, equipado para toda buena obra.

En este versículo se dice que toda la Escritura (hablando de aquello escrito en la Biblia) es inspirada por Dios (Dios es el Autor) y es útil para cuatro cosas: (1) para enseñanza; (2) para refutación del error; (3) para corrección; (4) para instrucción en la justicia. La finalidad es que “el hombre de Dios esté completamente calificado, equipado para toda buena obra”.

Al hablar de “hombre de Dios”, la palabra “hombre” es genérica, se refiere tanto al hombre como a la mujer. Un “hombre de Dios” es aquella persona que ha aceptado a Cristo como Señor y ahora pertenece a Dios, siendo Su hijo y parte de la familia de Dios. Dios quiere que Sus hijos estén equipados y completamente calificados para toda buena obra. Las “buenas obras” son aquellas obras que contribuyen al plan de salvación de Dios. Dios quiere que le sirvamos y contribuyamos a extender Su salvación al mundo, pero no quiere que lo hagamos en forma improvisada, y con “manos vacías”, sino que nos ha dejado Sus Escrituras, para que por medio de ella pasemos por el ciclo de instrucción necesario para estar plenamente equipados.

La palabra “enseñanza”, del versículo 16, es en griego didaskalia, que significa “enseñanza”, y frecuentemente es también traducida como “doctrina”. Las palabras “refutación del error” son en griego la palabra elegchos, que significa “convencimiento del error por medio de pruebas”. La palabra “corrección” es epanorthösis, que significa “rectificar, corregir, hacer que algo vuelva a ser recto o correcto”. La palabra “instrucción” es en griega paideia, que frecuentemente se traduce como “disciplina”. Esta palabra griega denota “el acto de llevar a un niño hacia la madurez, a través de la instrucción, entrenamiento y disciplina”.


Entonces, vemos que las Escrituras inspiradas por Dios nos dan la enseñanza necesaria para saber cuál es la voluntad de Dios y cómo establecer una relación espiritual con Él y el Señor Jesucristo. Las Escrituras inspiradas por Dios también sirven para exponer “pruebas” que convenzan a una persona de su error en el andar, haciéndole ver dónde se equivocó. Además, las Escrituras inspiradas por Dios ayudan a corregir el andar de una persona que se ha desviado en su camino. Por último, las Escrituras inspiradas por Dios nos sirven para disciplinarnos, de modo de ir creciendo y ganando madurez en nuestra relación con Dios y en nuestro entendimiento de los asuntos espirituales.

Hemos visto que aquello declarado por Dios debe ser nuestro diario alimento, y hemos visto que las Escrituras inspiradas por Dios son las que nos proveen de enseñanza, refutación del error, corrección y disciplina o instrucción. Ahora comenzaremos a ver algunos pasajes de las Escrituras que hablan sobre cómo debe ser el desarrollo y crecimiento progresivo del creyente cristiano.

Jesús dijo a los que estaban con él:

Juan 8:30-32
(30) Hablando él estas cosas,  muchos creyeron en él.
(31) Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos;
(32) y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.

El versículo 32 es un versículo muy citado, sin embargo, la enseñanza que transmite debe estar conectada con los versículos anteriores. Antes de poder conocer la verdad que nos hace libres es necesario creer en Él y permanecer en Su palabra, de este modo uno llega a ser un verdadero discípulo y luego de eso viene el conocimiento de la verdad y la libertad que esta trae.

Ser “discípulo” significa ser un aprendiz disciplinado. Conocer la verdad de Dios no sólo consiste en saber de memoria muchos versículos y conocer el significado de las palabras griegas, o conocer a la perfección las figuras literarias de la Biblia, o las costumbres orientales. Todas estas cosas ayudan a la investigación bíblica, pero:

Para poder en verdad conocer la verdad y ser “libres” es necesario PERMANECER en la Palabra, es necesario que nos disciplinemos en aprender sobre la obra de Dios en Cristo y andar conforme a la voluntad de Dios que vamos aprendiendo.

En el capítulo XI habíamos ya leído el pasaje de Hebreos 12 que habla sobre la disciplina. Repasemos algunos de esos versículos:

Hebreos 12:7-14 (RVA)
(7) Permaneced bajo la disciplina; Dios os está tratando como a hijos. Porque, ¿qué hijo es aquel a quien su padre no disciplina?
(8) Pero si estáis sin la disciplina de la cual todos han sido participantes, entonces sois ilegítimos, y no hijos.
(9) Además, teníamos a nuestros padres carnales que nos disciplinaban y les respetábamos. ¿No obedeceremos con mayor razón al Padre de los espíritus, y viviremos?
(10) Ellos nos disciplinaban por pocos días como a ellos les parecía, mientras que él nos disciplina para bien, a fin de que participemos de su santidad.
(11) Al momento, ninguna disciplina parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que por medio de ella han sido ejercitados.
(12) Por lo tanto, fortaleced las manos debilitadas y las rodillas paralizadas;
(13) y enderezad para vuestros pies los caminos torcidos, para que el cojo no sea desviado, sino más bien sanado.
(14) Procurad la paz con todos, y la santidad sin la cual nadie verá al Señor.

En estos versículos, la palabra que se traduce como “disciplina” es la palabra griega paideia y los verbos derivados (“disciplina”, “disciplinaban”, etc.) son el verbo griego paideuö. Como previamente dije, paideia significa: “el acto de llevar a un niño hacia la madurez, a través de la instrucción, entrenamiento y disciplina”. Paideuö es esa instrucción, entrenamiento y disciplina que lleva a la madurez al niño. Lo que estos versículos de Hebreos nos están mostrando es que Dios quiere que lleguemos a ser hijos maduros, que crezcamos en nuestra relación espiritual con Él y tengamos un más profundo entendimiento y comprensión sobre nuestra vida espiritual. Para esto, Dios va a darnos la instrucción, entrenamiento y disciplina necesarios, sin embargo, es nuestra decisión someternos a ese entrenamiento y hacer lo necesario para llegar a la madurez.

Al leer la Biblia, podemos ver cómo Dios dejó las enseñanzas necesarias para ir en un crecimiento progresivo de nuestro entendimiento de Su propósito y plan.

Los primeros libros de la Biblia nos muestran cómo dio origen Dios al Universo y la Tierra y cuál era Su intención original para el ser humano: tener una familia de seres con los cuales relacionarse con recíproco amor. Génesis también nos relata la desobediencia humana y cómo por medio de ésta se introdujo el mal en el mundo. Génesis también nos muestra la primera promesa de salvación de Dios ante la caída del hombre (Gn. 3:15). Los siguiente libros nos muestran el desarrollo de un plan de Dios para la redención del hombre, y nos va contando sobre las intervenciones sobrenaturales de Dios con el fin de preservar Su promesa de Salvación. A lo largo de todo el Antiguo Testamento vemos las promesas de salvación de Dios, los mandamientos de Dios y las acciones poderosas de Dios en pro de Su pueblo. Allí aprendemos sobre cómo Dios fue interviniendo en el mundo a través de personas que le creyeron y amaron, con el fin de llevar a cabo Su plan de redención.

Luego, en lo que se suele llamar “los cuatro evangelios”, que más apropiadamente podríamos llamar “los cuatro relatos de la vida de Jesús en la Tierra”, leemos sobre el nacimiento del Salvador prometido por Dios y sobre cómo actuó, siendo fiel representante del amor de Dios. Allí también leemos de Su prédica de la buena noticia (Evangelio) del reino y sobre la entrega de Su vida en pro del cumplimiento de las promesas hechas por Dios.

En Hechos tenemos el relato sobre la ascensión de Jesús y sobre su nueva vida y Su acción desde el cielo, como intermediario entre Dios y los hombres. Leemos sobre Su señorío y vemos cómo quienes le creyeron fueron llenos de poder para dar liberación a las personas, tanto física, mental, como espiritualmente.

En las epístolas de Santiago, Pedro, Judas y Juan (que originalmente estaban antes de las epístolas de Pablo) tenemos instrucciones generales sobre cómo debiera ser la conducta del cristiano.

Luego, en las epístolas escritas por el apóstol Pablo, tenemos la revelación del “misterio” (secreto espiritual), en donde Pablo pasa a contar sobre los logros de Cristo a través de Su crucifixión, muerte, resurrección y ascensión. Pablo escribió siete epístolas “generales” a la Iglesia de Dios (Romanos, 1 y 2 Corintios, Gálatas, Efesios, Filipenses, Colosenses, 1 y 2 Tesalonicenses) y cuatro epístolas particulares para líderes cristianos (1 y 2 Timoteo, Tito y Filemón). Además escribió la epístola a los Hebreos, que contiene doctrina básica especialmente dirigida a personas ex-judías, porque contiene la explicación de muchos de los simbolismos y rituales que Dios antiguamente había ordenado al pueblo de Israel.

Las siete epístolas que Pablo escribió a la Iglesia están ordenadas de modo de dar un progresivo aprendizaje sobre el andar espiritual. Como ya hemos visto, la epístola a los Romanos contiene la doctrina sobre la justificación y salvación por fe. Esto es el pilar fundamental del cristianismo, de donde se sostiene toda otra doctrina. El punto de resumen de la doctrina presentada en Romanos bien podría ser lo dicho en los versículos 16 y 17 del primer capítulo:

Romanos 1:16-17 (Mi traducción)
(16) Porque NO estoy-avergonzado de la buena-noticia, porque es poder de DIOS para salvación de todo el que está-creyendo, del judío primero y también del griego;
(17) porque en ésta está-siendo-revelada una justicia de DIOS desde fe hacia fe, como ha-sido-escrito: “Mas el justo desde fe vivirá”.

En Romanos, el apóstol Pablo pone el fundamento doctrinal para el andar cristiano, el cual consiste en comprender la justicia de Dios a través de Su buena noticia de Salvación. La comprensión de la justicia de Dios nos pondrá en camino a un andar de fe, la cual nos permitirá recibir el “poder de DIOS para salvación”, el cual irá cambiando nuestras vidas, ayudándonos a entender mejor Su justicia y así crecer en la fe. Como hemos visto en capítulos previos, esto produce un ciclo de crecimiento continuo en fe, que seguirá en curso siempre y cuando las distracciones del mundo, o los ataques espirituales no nos desvíen de seguir caminando al lado de nuestro Padre y aprendiendo a los pies de nuestro Señor Jesucristo.

En la epístola de Romanos vemos que Dios reveló 11 capítulos “doctrinales” antes de comenzar a decir a los creyentes qué hacer (a partir del capítulo 12). Muchos creyentes enseñan sobre la “renovación de la mente” del capítulo 12, pero pasan por alto los otros 11 capítulos de la epístola. El hecho de que Pablo (inspirado por Dios) dedicara 11 capítulos a explicar acerca de la justicia que hay detrás del plan de Dios y cuáles fueron los “justos” logros de Dios por medio de Cristo, nos demuestra que es especialmente importante que aprendamos sobre el amor, bondad y justicia de Dios, demostrados a través de Su plan en Cristo. Esta debiera ser siempre nuestra primera etapa en nuestro desarrollo espiritual.

A partir del capítulo 12 de Romanos, vemos instrucciones específicas dadas a los creyentes cristianos, que son CONSECUENTES a entender la doctrina dada previamente. En los versículos 1 y 2 se nos dice cuál es nuestra responsabilidad para con Dios: presentarnos como “sacrificio vivo” para ser “transformados” por Él. En los versículos 3 al 8 se nos habla sobre cómo debe pensar el cristiano con respecto a sí mismo. En los versículos 9 al 13 se nos habla de la conducta de los cristianos para con otros cristianos. Del 14 al 21 tenemos instrucciones sobre cómo comportarnos con respecto a las personas en general. En el capítulo 13 se comienza hablando sobre cómo debe ser la conducta del cristiano con respecto a las autoridades civiles, luego se amplían algunos puntos específicos.

Lo que vemos aquí es una progresión en cuanto al andar, que va acompañada de un progreso en el entendimiento de Dios. En primer lugar, es necesario que conozcamos a Dios, y para conocerlo es necesario que conozcamos a Jesucristo (Jn. 1:18). La relación con Dios involucra creer en Él y desarrollar amor por Él, sin embargo, para poder amar a Dios, debemos comprender cuánto Él nos amó y nos ama (1 Jn. 4:19). Este amor de Dios se va viendo a través de Su propósito original en Su creación y a través de Su acción para dar salvación al ser humano luego de haber desobedecido y traicionado a Dios. En esta etapa también es necesario que comprendamos la acción de Jesús como mediador entre Dios y los hombres (1 Ti. 2:5), ya que sólo por medio de Él obtenemos el acceso al Padre.

Una segunda etapa en el crecimiento espiritual del creyente cristiano es conocerse a si mismo. Es necesario pasar tiempo orando a Dios y andando en Su voluntad para comprender cuál es Su llamado para con nosotros, comprender qué es lo que Él particularmente requiere de nosotros, cuál es la “medida de fe” que nos dio para creer (Ro. 12:3) o, en otras palabras, cuál es nuestra función en el Cuerpo de Cristo. Al mismo tiempo, debemos también aprender a correlacionarnos con los otros miembros del Cuerpo de Cristo, actuando conjuntamente con ellos, no pensándonos mejores ni peores, sino como complementarios. Es el deseo de Dios que vayamos estrechando la relación con nuestros hermanos en Cristo al punto de actuar como si fuésemos un solo hombre, un solo Cuerpo, en donde el dolor de uno le duele a todos y en donde el gozo de uno beneficia a todos (1 Co. 12:26).

Luego de aprender a andar con nosotros mismos y con los otros creyentes debemos aprender a “amar” a los que no son cristianos, conduciéndonos para con ellos conforme al deseo de Dios, tratando de mantener la paz siempre que sea posible y procurando hacer lo bueno para con todas las personas, con el fin de llevarlos a la salvación a través de nuestra conducta (Ro. 12:14-21).

El siguiente punto a aprender es con respecto a la batalla espiritual. Al ir creciendo en nuestro entendimiento y práctica de la voluntad de Dios es posible que Dios comience a pedirnos hacer cosas que no nos gusta hacer (Jn. 21:18), pero si hemos madurado espiritualmente las haremos por haber comprendido que Dios desea lo mejor para nosotros y que hay gran galardón en hacer Su voluntad (Mt. 5:11-12; He. 11:24-26; Ap.- 22:12). Aquí es donde también comenzamos a tener mayor conciencia de la batalla espiritual que se desata en nuestro mundo, y en donde necesitaremos tener bien colocada toda la armadura de Dios y haber entrenado lo suficiente con ésta.

Invertir el orden de estas cosas puede causar (y ha causado) diversos problemas en la mente y en la práctica del creyente. Por ejemplo, si a una persona se le enseña que debe “sufrir” haciendo la voluntad de Dios y no se le enseña acerca del amor de Dios, la salvación de Jesucristo y la esperanza del reino futuro, probablemente esa persona se aleje atemorizada de la iglesia o se someta a sufrimientos y dificultades por las que no tendría que haber pasado de haber conocido mejor la voluntad de Dios. Por otro lado, es muy difícil que una persona pueda “amar a su enemigo” si ni siquiera ha aprendido a conducirse en amor con otros miembros del Cuerpo. ¿Y cómo puede uno ser fiel en una posición de servicio si no está seguro de su esperanza futura? Si uno duda de si es salvo o no o de si tendrá vida en el reino futuro o no, puede desanimarse en su servicio o comenzar a hacerlo no por amor sino por temor. Además, los seres espirituales de maldad son muy poderosos y astutos, y no van a perderse la oportunidad de herir a un “soldado” desprotegido, por eso es necesario, como hemos visto, estar bien equipados, bien entrenados, y trabajar “en equipo”, lo cual será el tema del próximo capítulo.[1]

Sintetizando esto último, las etapas de crecimiento (según mi observación y entendimiento) serían:

- Conocer a Dios, conocer a Jesucristo, conocer el amor de Dios a través de Su obra en Cristo. El objetivo es llegar a amar a Dios por sobre todo lo demás.
- Conocernos a nosotros mismos, aprender qué es lo que Dios quiere de nosotros y andar conforme a Su llamado (generalmente implícito en nuestros talentos, capacidades, habilidades, gustos laborales o vocaciones). El objetivo es amarnos a nosotros, no por lo que somos humanamente, sino por lo que Dios hizo, hace y hará en nosotros.
- Conocer a los otros miembros del Cuerpo de Cristo y aprender a actuar en unidad con ellos. El objetivo es llegar a amarlos por lo que son en Cristo, perdonando sus humanidades y ayudándolos a crecer en la relación con Dios a la vea que ellos nos ayudan a nosotros en nuestro crecimiento espiritual.
- Aprender a conducirnos con amor para con los incrédulos, aún los que se nos oponen o nos molestan, procurando estar en paz con ellos y procurando ser ejemplos de conducta, para que reflexionen y lleguen a aceptar a Cristo como Señor.
- Aprender acerca del Diablo y los seres espirituales malignos que se oponen al plan de Dios. Aprender cómo operan y ayudar a Dios a combatirlos por medio de nuestra obediencia a Él y al Señor Jesucristo (esto no necesariamente implica echar fuera demonios, aunque puede ser necesario en algunos casos).



[1] Parte de este capítulo está basado en mi estudio “Las epístolas a la Iglesia” el cual recomiendo leer para ampliar sobre el tema.










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