Carta de Pablo a los romanos

En Honor a Su verdad


Comentario doctrinal

Capítulo 1

INTRODUCCIÓN

El anuncio de la buena noticia de Dios

Propósito de Pablo en su carta y obra:
Contar la buena noticia acerca de Jesucristo

Versículos 1 al 7

Pablo comienza la epístola diciendo que él estaba sirviendo a Jesucristo, y que había sido llamado por Dios para ser un apóstol o enviado, dedicado a predicar la buena noticia procedente de Dios. Esta buena noticia ya había sido prometida en las escrituras, Dios había revelado algo acerca de ésta a los profetas. Esta buena noticia está centrada en Jesucristo, a quien Dios confirmó como Su Hijo resucitándole de entre los muertos. Pablo comienza presentando los dos aspectos del reinado de Jesús: por un lado fue Rey en su aspecto carnal, como descendiente de David, por otro lado, fue declarado Hijo de Dios (con todo lo que implica eso) en su aspecto espiritual. Los Israelitas esperaban un Rey según la carne, pero Jesús murió como Rey carnal y, luego de ser resucitado y ascendido por Dios, pasó a ser un Rey superior, pasó a ser un Rey espiritual con mayor poder.

Pablo explica que él recibió su apostolado por medio de Jesús, con el fin de proclamar esta buena noticia a todo tipo de personas, entre ellas, estos amados de Dios que estaban en Roma (v7). El objetivo de su predicación es que las personas crean en Cristo y obedezcan, por fe, al requisito de Dios para llegar a ser salvos.


Versículos 8 al 15

En estos versículos Pablo expresa su agradecimiento a Dios debido a que la fe de ellos se estaba divulgando por todos lados, y da a conocer cómo oraba continuamente por ellos, rogando para poder ir a visitarlos, según Dios, en Su voluntad, lo dispusiera. Pablo quería visitarlos para darles mayor firmeza espiritual y, a su vez, ser edificado por la fe de los creyentes en Roma. Él deseaba ir a contarles la buena noticia de Dios personalmente y producir fruto entre ellos, a través de esta buena noticia. Pablo sabía del efecto benéfico que la buena noticia de Dios tenía en los cristianos y estaba ávido, deseoso de ir a hablar con ellos personalmente, al punto de sentirse “deudor” para con ellos, por no haber podido aún contarles personalmente la “buena noticia” de Dios.

INSTRUCCIÓN DOCTRINAL

La justicia de DIOS basada en fe

La buena noticia:
 Justificación y salvación basada en fe y no en obras

Salvación para todo el que está creyendo

Versículos 16 y 17

Aquí comienza la sección doctrinal del libro de Romanos, en donde Pablo empieza diciendo que él no se avergonzaba de la buena noticia de Dios, porque es lo que conecta a los hombres con el poder de Dios para obtener salvación. El versículo 16 nos dice que  ir creyendo el mensaje transmitido en esta buena noticia va proveyendo salvación, o sea, liberación y sanidad a la vida del cristiano.

Al hablar de “salvación” es necesario comprender que la palabra “salvación” significa “liberación, rescate, restauración, sanidad”. En algunos contextos la salvación es asociada con un rescate de manos enemigas (Lc. 1:71; Hch. 7:25). Lo que Pablo va a ir contando a través del libro de Romanos es cómo Dios nos rescata del poder del Pecado, que trae muerte y corrupción a nuestras vidas, lo cual tiene un efecto en nuestra vida presente y una culminación en tiempos futuros.

En la buena noticia está la información necesaria para obtener esta salvación, que es hecha disponible a todos los seres humanos por medio de la fe en Cristo.

En el versículo 17 leemos que en buena noticia de Dios se revela una justicia de Dios que va desde fe y hacia fe. Esto significa que el modo en que Dios considera “justa” a una persona es basado en fe. La cita bíblica de este versículo: “Mas el justo desde fe vivirá” es una muestra de que este tipo de justicia por fe ya estaba anunciada desde antes que Cristo viniera y redimiera al ser humano, sin embargo, esta escritura toma un sentido mucho más profundo al comprender lo que Dios hizo por medio de Cristo.

En tiempos antiguos, Dios había revelado a Moisés una ley espiritual, que si era cumplida perfectamente serviría para que una persona sea considerada “justa” por Dios. Sin embargo, Dios también planteó otra forma de que una persona sea tratada como “justa”, que era la fe.

“Ser justo” significa haber hecho lo necesario para recibir algo. Por ejemplo, supongamos que entro a trabajar en una empresa y me prometen cierta cantidad de dinero a cambio de cierta cantidad de horas de trabajo bajo determinadas condiciones. La empresa dicta las condiciones de trabajo y acordamos cuánto me pagarán por cumplir esas condiciones. Al llegar el día de cobro, si cumplí las condiciones es “justo” que la empresa me pague lo acordado o, dicho de otro modo, si la empresa me paga lo acordado, me estará dando lo que es “justo”. Esta es una “justicia por obras”, yo obré y me dieron lo justo conforme a mi trabajo. Ahora supongamos que alguien de la empresa hizo el trabajo de diez obreros y dice al jefe: “yo sólo necesito el sueldo equivalente de uno de ellos, el resto déselo a los primeros nueve que lo quieran” entonces el jefe coloca un anuncio diciendo “quienes deseen ser parte de esta empresa podrán cobrar su primer sueldo sin trabajar”. Supongamos que entonces yo voy y un día a la empresa reclamando la oferta, me anoto como empleado, cobro el sueldo y no vuelvo a ir al lugar, en este caso, yo no recibí lo que es “justo”, porque no trabajé para conseguir ese dinero, sino que otro consiguió el dinero y me lo regaló. Yo recibí el dinero que correspondía al mes de trabajo pero sin trabajar, sólo “creí” en lo que el jefe de la empresa propuso y “creí” en el regalo ofrecido por este empleado que tanto trabajó.

Algo similar sucede con la “justicia desde fe”: para que sea “justo” que una persona reciba vida espiritual perpetua en el reino futuro de Dios es necesario que esa persona cumpla toda la ley dada por Dios, sin jamás faltar a un solo punto, lo cual, como se verá más adelante, es imposible. Pero hubo uno (Jesús) que no sólo cumplió los requisitos para obtener su propia salvación, sino que además cumplió los requisitos para dar salvación a muchos otros, de modo que puede regalar vida espiritual a todos los que la deseen con el único requisito de aceptarlo como Señor. De eso se trata la “fe”, la fe (desde la óptica bíblica) no es una fuerza especial de la mente, sino sencillamente se trata de confiar, creer o estar convencido sobre la veracidad de cierta información dada y aceptarla, actuando conforme a esa información.[1]

En la ley se revelaba una justicia basada en obras, pero la buena noticia de Dios es que lo mismo que se podía obtener a través de una vida sin pecado, Dios nos lo da por medio de la fe, o sea, por una firme convicción y acción conforme a la instrucción contenida en esta buena noticia.

Además, en esta buena noticia no sólo se revela una justicia de Dios “desde fe” sino también “hacia fe.” Esto significa que por medio de conocer, comprender y creer en esta buena noticia puedo comprender mejor la justicia de Dios. Este conocimiento me lleva a tener más fe, lo que, a su vez, genera en mí un mayor entendimiento de la justicia de Dios, generando un proceso continuo de crecimiento que no se detendrá a menos que desvié mis pensamientos de la buena noticia de Dios para creer en cualquier otra doctrina (incluso una basada en la Biblia).

Ira de DIOS sobre toda irreverencia e injusticia


El 18 comienza diciendo que en la buena noticia de Dios también se nos revela la ira de Dios contra toda irreverencia e injusticia. Dios es Justo, y Su justicia requiere un “castigo” para todo el que hace lo malo y un “premio” para todo el que cumple Su voluntad. Parte de su buena noticia es hacer entender que toda obra humana debe ser juzgada y que todo ser humano irreverente o injusto merece la ira de Dios, la cual traerá la muerte definitiva a la persona.

A lo largo de esta sección Pablo irá describiendo quiénes son aquellos que merecen la ira de Dios. Desde el 1:19 hasta el 1:32 irá describiendo el estado de los “irreverentes”. A partir del 2:1, hasta el versículo 5 él va a hablar acerca de los “injustos”.

En cuanto a los “irreverentes”, se nos dice que son personas que conocieron a Dios pero que se han rehusado a creerle y a respetarlo como Dios. Los atributos invisibles de Dios se hacen visibles en Su Creación, en el mundo y en todo lo que ha hecho, pero estas personas han hecho caso omiso a estas cosas y han decidido adorar a la creación en vez de adorar al Creador ¡y esto lo hacen en frente de Él!

La característica principal de los “irreverentes” es que no reconocen a Dios como tal y no le dan la gloria. El problema central no es la conducta en sí, sino la actitud que hay detrás. La falta de respeto por Dios es la que desencadena un proceso de degradación en la conducta, la irreverencia los lleva a un proceso de decaimiento espiritual y moral. Adoran a criaturas antes que al Creador, alteran la verdad de Dios, caen en pasiones deshonrosas, llegan a tener una mente reprobada y luego van decayendo en su estado moral, haciendo todo tipo de cosas contrarias a la voluntad de Dios.

Por dar un ejemplo, actualmente vemos esto en la gran controversia “creación – evolución” en la que científicos ateos, apoyados por asociaciones ateas y gobiernos incrédulos, han desarrollado toda una “fábula” sobre la evolución que no encaja con las evidencias científicas, que no es lógica ni comprobable, pero que “predican” como algo cierto y comprobado, inculcándolo incluso en las mentes de los niños en los colegios. Muchos de los científicos ateos saben que la evolución es un imposible, pero mantienen sus posturas porque saben que de lo contrario tendrían que aceptar la existencia de Dios y reconocer Sus leyes y mandamientos, quedando sin excusa para sus prácticas pecaminosas. Por lo tanto, alteran la verdad científica, para que el mundo crea que lo que proclaman es cierto, y así poder influenciar sobre las leyes y decisiones gubernamentales, que cada vez son más inmorales; como la falta de castigo ante la infidelidad y el adulterio, la propagación de la homosexualidad, la promiscuidad y otros actos de inmoralidad sexual, la falta de control sobre las drogas y el alcohol, la falta de autoridad de padres sobre hijos, la “liviandad” con que se castiga a los criminales, la libertad dada a religiones y sectas satánicas o espiritistas, etc. Todas estas cosas parten de la falta de respeto por Dios y Sus leyes y la falta de humildad ante Su sabiduría y grandeza. Estas cosas son las que hacen a las personas merecedoras de la ira de Dios y de una muerte perpetua.

Capítulo 2

Versículos 1 al 5 (continuación de la sección anterior):

Los cinco primeros versículos de este capítulo continúan con el tema que comenzó en el 1:18. Aquí se nos describe el estado espiritual de aquellos que Dios considera “injustos”. A diferencia del “irreverente”, que no reconoce a Dios como tal y no le daba la gloria, el “injusto” sí aceptó a Dios como Dios, sin embargo, practica las mismas cosas que juzga como dignas de muerte. Estas personas juzgaban como dignas de muerte a aquellas que no glorificaban a Dios, sin embargo ellos tampoco estaban glorificando a Dios en sus corazones, eran externamente religiosos, pero en sus corazones jamás habían cambiado su mentalidad para adorar y servir a Dios. Debido a que se han rehusado a cambiar su mentalidad, aún teniendo la oportunidad de hacerlo, están acumulando ira de Dios para el día del juicio. Es en ese día serán “indefendibles”, porque no sólo no cambiaron su mentalidad, sino que practicaron las mismas cosas que juzgaban como incorrectas.

En el contexto general de la carta, sumado al contexto cultural de la época, nos damos cuenta que al hablar de “injustos” Pablo se dirige especialmente a los judíos de la época. Ellos se consideraban “pueblo de Dios” y creían ser superiores por ésto. Sin embargo, sus actos de injusticia los hacía igualmente merecedores de la ira de Dios, porque, aunque ellos sí reconocían a Dios como tal, no actuaban conforme a Su voluntad. Si bien estas palabras se dirigían especialmente a los judíos de aquella época, pueden aplicarse a cualquier persona que se cree ser “religiosa” o “piadosa”, pero que en su corazón está alejada de Dios y no le ama y respeta.

En base al versículo 5 aprendemos que el “día de la ira” de Dios es el mismo evento que “la revelación del justo juicio de Dios”, esto nos muestra que Dios no está juzgando ahora, ni tampoco está derramando Su ira en los hombres desobedientes. En el tiempo presente Él está demostrando Su bondad, clemencia y temple (v4), en otras palabras, se está “aguantando” el enojo para darle tiempo y oportunidades a los seres humanos irreverentes e injustos a que cambien su mentalidad. Esta sería una actitud que, como cristianos, deberíamos imitar, no cerrando las puertas a los incrédulos, ni deseándoles el mal, sino siendo bondadosos y misericordiosos para así mostrarles el amor de Dios y darles la posibilidad de llegar a ser salvos.

Justa retribución para todos conforme a sus obras

Versículos 6 al 11

Aquí Pablo comienza el pasaje con una cita bíblica: “QUIEN retribuirá a-cada-uno conforme a sus ·obras”. Este pasaje marca un contraste con la cita previa de Pablo, en el 1:17 (“Mas el justo desde fe vivirá”). El objetivo es mostrar las dos formas de “justicia” que Dios estableció: la que es desde fe y la que es conforme a las obras. En esta porción se nos habla acerca de las obras.
La justicia de Dios requiere que Dios dé una justa retribución a toda persona, según sus obras, tanto a los judíos (que tenían las leyes y mandamientos de Dios) como los griegos (que no eran considerados “pueblo de Dios”). La justicia de Dios abarca a toda la humanidad y Dios debe retribuir a cada uno conforme a sus obras. Su retribución consiste en dar vida de la era futura, gloria, honor y paz a todo el que hace lo benigno, y en aplicar Su ira y furia sobre todo el que hace lo malo. En otras palabras, si una persona logra cumplir la ley de Dios, deberá ser “retribuida” con vida, pero si falla en hacer la voluntad de Dios, merece la ira de Dios, cuya consecuencia es la muerte de la persona. Esto se aplica a toda la humanidad, Dios no hará “acepción” de personas, no tendrá favoritismos en el día del juicio.

Juicio y justificación en relación con la ley

Versículos 12 al 24

Desde el versículo 12 y hasta el 3:20, se habla sobre la imposibilidad del ser humano de llegar a ser tratado como justo en base a sus obras, nadie puede “ganarse” la salvación de Dios. Los versículos 12 al 24 tratan acerca del juicio y la justificación de Dios, explicando quiénes son los que van a ser tratados como justos por Dios para alcanzar la vida de la era futura. Teniendo en cuenta que muchos de los presentes estaban familiarizados con la ley de Dios (muchos de ellos eran de descendencia israelita y los que no, habían oído de ellos acerca de la ley de Dios dada a Moisés), aquí Pablo toma como punto de apoyo la ley y la circuncisión, para explicar qué es lo que es de real valor para Dios y cuál es el sentido de la ley y de la circuncisión.

En estos versículos Pablo dice que la ley de Dios había sido dada para que la persona que la cumpliera fuera declarada “justa”. Los judíos tenían una ley escrita que procedía de Dios, Dios la había revelado. Sin embargo, tener la ley no los convertía en justos, debían cumplirla. Sin embargo, si aquellos que tenían la ley de Dios no la cumplían y las etnias o pueblos que no tenían la ley de Dios actuaban de corazón conforme a ésta, entonces ellos estarían en mejor posición de justicia delante de Dios. De este modo, se puede decir que el que con sus actos cumple la ley de Dios, sin haberla leído y oído, tiene la ley “escrita” en su corazón, lo cual es mucho mejor que tenerla escrita en tablas de piedra o papiros.

De este modo Pablo intenta mostrar que desde un punto de vista de la justicia de Dios, los judíos estaban en la misma condición que el resto de las etnias, porque ellos no estaban actuando de un modo más recto que el resto. El objetivo de esta sección de versículos es mostrar que tener la ley escrita no le da ninguna ventaja al judío si no logra cumplirla.

Juicio y justificación en relación con la circuncisión

Versículos 17 al 3:4

En estos versículos el apóstol Pablo se dirige especialmente a los que entran en la categoría de “judíos” desde un punto de vista humano. Ellos, se jactaban de tener la ley de Dios, a través de la cual conocían el deseo de Dios y podían diferenciar aquello que era lo mejor o lo “superior” para sus vidas, cuando eran educados con esa ley de Dios. Por todo esto, se habían convencido que eran guías de ciegos, luz de los que estaban en oscuridad e instructores de niños. Sin embargo, hacían todo aquello que ellos mismos enseñaban no hacer, y por causa de esto, los otros pueblos blasfemaban el nombre de Dios. Por otro lado, habían personas de pueblos paganos que sin haber oído o leído la ley de Dios actuaban de un modo más recto que los judíos, de éstos se podría decir que tenían la ley de Dios “escrita” en sus corazones.

Lo que se explica aquí es que para Dios es más importante el corazón de una persona que los actos religiosos externos (como la circuncisión). La circuncisión era el sello del pacto entre Dios y el pueblo de Israel (como se puede ver en Gn. 17). Quien no era circuncidado, no era considerado parte del pueblo de Dios (Gn. 17:14). Pero Pablo aquí les dice que esta circuncisión les servía sólo si cumplían la ley de Dios. Por otro lado, si la “incircuncisión” (aquellos que no eran parte del pueblo de Dios) cumple los requerimientos de la ley para ser considerados “justos”, serían considerados como parte de la circuncisión, o sea, parte del pueblo de Dios y receptores de las promesas y bendiciones de Dios. De este modo, el que no tiene una ley de Dios escrita, pero por naturaleza hace la voluntad de Dios, terminaría por juzgar al judío, que tenía la ley de Dios escrita pero no la ponía por obra.

Aquí debe comprenderse que estos versículos no enseñan que una persona pueda llegar a ser salva por sus “buenas obras” si las hace “de corazón”. Lo que se quiere destacar es que si la salvación pudiese obtenerse por obras, las personas de otros pueblos que obraban con más rectitud que los judíos tendrían más posibilidad de ser salvos que los judíos, que tenían la ley de Dios pero que no la cumplían. El punto es mostrar que desde el lado de las “obras” el judío no aventajaba al resto de las etnias. La gran ventaja del judío era tener la ley de Dios escrita y las promesas de salvación, pero esto no los hacía merecedores de la salvación, porque también estaban en pecado. Todo esto sirve para poner de relieve cuán fiel y justo es Dios y cuán lejos de los estándares de Dios está el ser humano.



Versículos 1 al 4: Ver comentario en el capítulo 2.

No hay justo, todos son condenables

Versículos 5 al 20

El versículo 5 y 6 comienza diciéndonos que Dios no es injusto al imponer Su ira, sino que Él necesita dar castigo para expresar Su justicia, de otro modo no podría emitir un juicio justo sobre las personas. Pablo explica también que si bien nuestra injusticia pone de relieve la justicia de Dios y Su misericordia sobre la humanidad, esto no significa que por hacer cosas malas uno obtendrá cosas benéficas.

En el versículo 9 Pablo explica que los judíos (que tenían la ley de Dios y Sus promesas) no son superiores al resto, tanto judíos (pueblo de Dios) como griegos (pueblos paganos) estaban bajo pecado. En los versículos 10 al 18 tenemos citas bíblicas que hablan sobre la condición de pecado del ser humano, en la cual no existe ni un justo.

El versículo 19 concluye explicando que la ley de Dios tienen como objetivo que nadie tenga defensa válida (ante el juicio de Dios) como para argumentar que merece la vida perpetua. Por su imposibilidad de cumplir perfectamente la ley de Dios, todo el mundo es condenable delante de Dios, toda persona merece la muerte. Como conclusión tenemos que en base a las obras de la ley no hay posibilidad de que las personas sean tratadas como justas, la ley sólo nos da un conocimiento correcto del pecado, lo cual nos hace totalmente dependientes de la misericordia de Dios para proveer otro camino de salvación, que es el que se expondrá en los siguientes versículos.

Justificación de DIOS gratuita para todo el que cree

Justicia de DIOS separada de la ley de DIOS

Versículos 21 al 26

En estos versículos Pablo comienza a explicar en qué consiste la justicia de Dios basada en fe. Esta justicia ha sido manifestada “ahora”, no porque anteriormente no existiera, sino porque era necesario el sacrificio de Cristo para que esta forma de justificación estuviese disponible. Aquí se nos dice que esta justicia de Dios está separada de la ley, no es por cumplir la ley que se obtiene, sino por medio de la fe de Jesucristo.

Como he mencionado en el comentario acerca del texto, las palabras “fe de Jesucristo” nos señalan dos puntos importantes: (1) la fe (o fidelidad) que tuvo Jesucristo; (2) la fe que nosotros tenemos en Jesucristo. En otras palabras, la fidelidad que tuvo Jesucristo, obedeciendo perfectamente la voluntad de Dios, posibilitó que Dios pudiera tratarnos como justos, pero además, es necesario que nosotros tengamos fe en Jesucristo para obtener esta justificación y salvación.

Aquí se nos dice que Jesús fue el sacrificio del propiciatorio. El propiciatorio era el lugar sobre el cual se presentaba Dios para hablar con el “mediador” entre Dios y los hombres, con el sumo sacerdote escogido. A su vez, el propiciatorio debía ser rociado con la sangre de un becerro y de un macho cabrío, para limpiar los pecados de Israel y de Aarón (y sus sucesores). Esta “limpieza” era “por fe” en los sacrificios, ya que la sangre en sí no limpia nada (es más, ensucia). Esto era una prefigura de lo que Jesús haría: derramar su sangre ante la presencia de Dios para que todos los que creen en él puedan ser tratados como justos ante Dios.

A causa de la fidelidad de Cristo en cumplir todo lo que Dios dispuso, podemos obtener, por nuestra fe en Jesucristo, aquello que sólo hubiésemos obtenido por cumplir toda la ley de Dios, esto es, la vida perpetua en la era futura. Debido a que todos quedan excluidos de la gloria de Dios a causa de sus pecados (v.23), Dios nos da gratuitamente, por Su gracia, aquello que nos mereceríamos si cumpliéramos perfectamente toda la ley de Dios

Un solo pecado que una persona cometa lo hace inmerecedor de estar ante la gloria de Dios, por lo tanto, por más méritos que una persona haga, jamás podrá ganarse el derecho a estar perpetuamente ante la presencia de Dios en Su reino futuro. Por lo tanto, Dios envió a Jesús para que nos redima (nos libere, nos rescate) de este estado de perdición. Por medio del sacrificio de Cristo Dios puede regalar la vida perpetua sin dejar de ser “Justo” por Sus actos. Por medio de la fe en Cristo, Dios suspende Su juicio sobre nosotros (que resulta en muerte), para darnos vida perpetua. De este modo, Él es visto como supremamente “Justo”, a la vez que se resalta Su bondad y amor por estar regalándonos la vida.


Justificación mediante una ley de fe y no de obras

Versiculo 27 al 31

En estos versículos podemos ver que, debido a que la justificación es mediante la fe y no a través de las obras, una persona no tiene motivo para enorgullecerse por haber sido tratada como justa y ser salva. Pablo aquí habla de dos “leyes”: una ley de obras y una ley de fe. Con esto se nos da a entender que aún en la justicia que es en base a fe hay un requisito legal para obtenerla. Sin embargo, este requisito legal no depende de nuestro esfuerzo y capacidad, sino en creer en el Salvador provisto por Dios.

En estos versículos, nuevamente se habla del hecho de que esta salvación es tanto para los judíos como para el resto de las etnias, ya que Dios es Dios de todos y tiene el deseo de otorgar Su salvación a todos.

Pablo también aclara, en el versículo 31, que el hecho de que una persona sea tratada como justa mediante la fe no anula a la ley de Dios, sino que la confirma. Previamente él dijo que la ley fue dada para dar a conocer el pecado y que todos sean condenables delante de Dios, de este modo, todo ser humano necesita reconocer su incapacidad para obtener la salvación y su necesidad de la gracia de Dios. En este sentido es que confirmamos la ley ¡cumple su objetivo perfectamente!

Capítulo 4

La justificación basada en fe que obtuvo Abraham

Versículo 1 al 25

En los párrafos previos se habla acerca de la justicia de Dios que es por la fe. Esta doctrina podría parecer “nueva” o distinta para aquellos que estaban familiarizados con la ley de Dios y las enseñanzas dadas a los antiguos hombres de Dios. Sin embargo, Pablo ahora usa el ejemplo de Abraham para demostrar que el concepto de justificación por fe estuvo presente desde tiempos antiguos.

Si Abraham hubiese sido tratado como justo en base a sus obras, tendría motivo para enorgullecerse delante de Dios, sin embargo, aquí se nos dice que no fue así, ya que Abraham obtuvo justicia de Dios en base a su fe (o creencia). Nuestras obras generan una deuda, cada vez que obramos nos hacemos merecedores de una retribución por esas obras. Pero, como hemos visto, no hay obras suficientes que podamos hacer que nos hagan merecedores de vivir perpetuamente en el reino de Dios, por lo tanto, sólo podemos obtener la vida de la era futura por gracia de Dios. En otras palabras, no podemos “ganarnos” la vida perpetua, tiene que ser un “regalo” de Dios. Sin embargo, hay un requisito para recibir ese regalo de Dios y es tener fe en Dios y creer en Su obra redentora por medio de Cristo.

En el versículo 6 se hace mención de lo dicho por David, quien también esperaba una justificación por fe y llamaba “felices” a aquellos a quienes se le cubra el pecado y no se les tome en cuenta. Si Dios no cubriera nuestros pecados, debería castigarnos con la muerte definitiva, y no podríamos llamarnos “felices”. Pero a través de Cristo Dios hizo posible que la consecuencia final del pecado (la muerte definitiva) sea anulada en aquellos que creen en Cristo como Señor ¡Esto es lo que Cristo logró para nosotros!

A partir del versículo 9 leemos que estas promesas de Dios no son sólo para los descendientes de Israel, sino para todo el que cree. Nuevamente se usa el ejemplo de Abraham para ayudar a razonar con lógica. Dios trató como justo a Abraham en base a su fe antes de que Abraham fuera circuncidado, de hecho, él recibió la circuncisión como señal de que Dios estaba plenamente determinado a cumplir Su promesa. De este modo, él fue constituido “padre” de todos los que creen, ya sean judíos o no.

Aquí la palabra “padre” es parte de una figura muy significativa. En tiempos bíblicos la palabra “padre” era usada como sinónimo de “antecesor” o “ancestro”. Los israelitas eran descendientes de Abraham, por esta causa llamaban “padre” a Abraham. Como descendientes de Abraham, los israelitas tenían la promesa de recibir como herencia el reino de Dios (Gn. 17:8; 26:3; 28:13). Sin embargo, en estos versículos Dios revela que Él considera que los verdaderos “descendientes” de Abraham son aquellos que creen en la promesa y provisión de Dios, tal como lo hizo Abraham.

La promesa que Dios hizo a Abraham no fue hecha por las obras de Abraham, sino por su fe. De este modo, Dios muestra, en Abraham, un patrón de justificación por fe. Si los herederos de Dios fueran aquellos que obran conforme a la ley, la fe no tendría razón de ser y la promesa de Dios quedaría nula, ya que nadie puede cumplir perfectamente los requisitos de Dios. Pero debido a que Dios otrorga Su justicia por fe, Su promesa se sostiene, no sólo para los descendientes israelitas, sino para todos aquellos que creen tal como lo hizo Abraham.

En el versículo 17 se destacan dos aspectos fundamentales de la fe de Abraham que es necesario imitar para alcanzar justificación y salvación: (1) Él creyó que Dios vivifica a los muertos; (2) Él creyó que Dios llama lo que no existe como si ya existiera. Nosotros también, debemos creer que Dios vivificó a Jesús, quien había muerto y debemos creer que nos vivificará a nosotros a causa de nuestra fe. Esta fe es la que nos hace posible aprovechar la gracia de Dios y obtener salvación.

El versículo 18 nos dice que Abrahan creyó  “separado-de esperanza, pero fundado sobre esperanza”, esto quiere decir que él llegó al punto de no tener ninguna esperanza humana de recibir aquello prometido por Dios, pero basó su esperanza en la promesa de Dios y en su fe en el poder de Dios para cumplirla. Él no se basó en sus posibilidades humanas de tener hijos, sino en la promesa de Dios, Quien le dijo “así será tu simiente”. Abraham no negó su incapacidad física para tener hijos, él se comprendió que humanamente era incapaz de tener descendencia, y también sabía que Sara era incapaz de tener hijo. Tanto él como Sara estaban “muertos” en sus funciones reproductivas, sin embargo, al reflexionar sobre esta situación, no debilitó su fe, sino que siguió creyendo que Dios vivifica a los muertos (y así vivificaría su capacidad reproductiva) y que llama las cosas que no existen como si ya existiesen (cuando le dijo que sería padre de muchas etnias). A su vez, Abraham fue fortalecido en la fe, Dios le ayudó a crecer en la fe hasta llegar el día de la concepción de Sara. Esto quiere decir que aún la capacidad de tener fe comienza en Dios y es desarrollada por la acción de Dios.

Desde el versículo 23 al 25 vemos que esto que Dios hizo con Abraham tiene una aplicación práctica en nosotros. Dios también a nosotros nos extiende Su gracia y Sus promesas por medio de nuestra fe. Cuando creemos que Dios entregó a Jesús por nuestras infracciones y lo resucitó de entre los muertos para hacerlo nuestro Señor, Dios considera esta fe como suficiente para tratarnos como justos.

Capítulo 5

El amor de DIOS y SU acción por nosotros por medio de Cristo

Versículos 1 al 11

A causa de nuestra fe en la obra de Dios en Cristo, ahora tenemos paz para con Dios. Esta paz sólo es posible mediante el Señor Jesucristo. No hay otra forma de tener paz para con Dios y acceso a Su gracia si no es mediante Jesucristo, porque Jesucristo es el camino que Dios proveyó para poder tratarnos como justos por fe.

Si para tener paz con Dios debiéramos cumplir todos los requisitos de Su ley, jamás alcanzaríamos esa paz, pero, por el hecho de que Dios nos trata como justos por fe, ahora podemos tener paz para con Dios. Sabiendo que Dios nos dará vida perpetua en la era futura, podemos jactarnos, podemos enorgullecernos y alegrarnos de que seremos partícipes de aquella vida.

Luego Pablo dice que incluso en las aflicciones podemos enorgullecernos, porque éstas ponen a prueba nuestra paciencia y nos hacen aferrarnos más y más en la esperanza de la gloria de Dios. Esto no significa que debamos alegrarnos por las aflicciones y ponernos en dificultad a propósito, tampoco hay que pensar que es Dios Quien envía las adversidades, porque no es esto lo que nos dice este texto. Lo que Pablo dice aquí es que es tan segura la promesa de salvación y justificación de Dios por medio de Cristo que podemos estar orgullosos en medio de la adversidad, porque sabemos que nuestro fin será glorioso. Pablo nos dice que esta esperanza “no avergüenza”, cuando una esperanza es falsa, termina por avergonzar a aquél que tiene dicha esperanza, desilusionándolo; pero nuestra esperanza en la promesa de Dios jamás nos avergonzará, porque es verdadera, ya que Dios, Quien prometió, es fiel y verdadero para cumplirla.

Todo esto es posible debido a que el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones mediante el espíritu santo que nos ha sido dado. Dios siempre ha obrado amorosamente para con toda la humanidad, sin embargo, a través del don de espíritu santo Dios tiene la capacidad de “derramar” todo Su amor en nosotros, por medio del espíritu santo Dios puede demostrarnos que nos ama de un modo mucho más completo.[2]

En el 6 Pablo explica que Cristo murió, no por los que amaban y respetaban a Dios, sino por los “irreverentes”, que son, aquellos que no cumplen perfectamente la voluntad de Dios (o sea, toda la humanidad). Él fue el único ser humano “reverente” y murió como sustituto de todos los irreverentes. En su comentario bíblico, Adam Clarke explica que, conforme a la mentalidad judía, eran llamados “justos” aquellos cuya filosofía era “lo que es mío es mío y lo tuyo, es tuyo”, por otro lado, el “bueno” era aquél cuya mentalidad era la de “lo que es mío es tuyo y lo tuyo, que siga siendo tuyo”. En otras palabra, el “justo” vivía sin molestar a nadie, pero también sin ayudar, por otro lado, el “bueno” era aquél que no sólo no molestaba, sino que intentaba ayudar a otros. Normalmente, una persona no se atrevería a morir  por un “justo”, aunque quizá alguien podría animarse a morir por el “bueno”, sin embargo Cristo murió por nosotros, siendo nosotros pecadores. En esto Dios mostró la grandeza de Su amor, ya que Él tuvo que decidir entregar a Su hijo amado a una muerte en tortura y sufrimiento para poder luego rescatar a la humanidad pecadora.

En el 9, Pablo llega a una conclusión lógica: si Cristo murió por nosotros cuando éramos pecadores y somos tratados como justos a causa de su sacrificio, con más razón, ya que ahora tenemos paz con Dios,  va a salvarnos de la futura ira de Dios. Esto nos da la clara certeza de que no seremos parte de los eventos que sucederán en la Tierra como consecuencia de la ira de Dios sobre la impiedad, relatados en el libro de Revelación (o “Apocalipsis”), los cristianos no estaremos entre los que sufran “la ira” de Dios. Por eso, Pablo concluye que nos podemos “enorgullecernos” en Dios. Podemos decir con total certeza ¡Qué gran Padre tenemos!

Adán y Cristo: El reinado del Pecado y el reinado de la gracia


Aquí Pablo comienza a explicar por qué es que es posible para Dios, de un modo justo otorgar salvación gratuita a todo aquél que cree. La clave está en comprende que así como Adán trajo la muerte a todos los hombres con un solo acto de desobediencia, Cristo pudo, de un modo justo, traer salvación a todos los hombres con un solo acto de obediencia perfecta a Dios.

El versículo 12 nos dice que mediante UN HOMBRE entró el pecado al mundo y mediante el pecado entró la muerte a todos los hombres que pecaron (el único en quien no “entró” la muerte fue en Jesús, porque él no pecó). Aquí Pablo no habla de “pecados” en plural, sino de “el Pecado”, en singular y con artículo, lo cual apunta no a los hechos pecaminosos en sí, sino a aquello que hay en el ser humano que lo inclina a pecar. En otras palabras Pablo habla del “pecado” como la raíz del mal, como un virus que entró en el hombre, produciéndole muerte. El “Pecado” se usa en forma de personificación de aquello que hay en todo ser humano que lo hace proclive a pecar, una voz interna que nos incita constantemente a la desobediencia a Dios. Mediante el pecado entró la muerte al mundo, esto significa que el pecado es el puente por medio del cual llega la muerte hacia la humanidad, sin éste no habría muerte en la Tierra.

Pablo luego explica que aunque el pecado no es registrado si no hay ley, de todos modos el pecado existe. Aquí está la diferencia entre la “infracción” y el “pecado”. Una infracción consiste en romper una ley o mandamiento de Dios, pero el pecado consiste en actuar contra Su voluntad, aún si uno no trasgredió ninguna ley. Aunque no haya una ley de Dios, el pecado sigue existiendo, y donde hay pecado, entra la muerte, por lo tanto, aunque las personas no hayan estado infringiendo alguna ley de Dios, como lo hizo Adán, de todos modos actuaban contra Su voluntad y la muerte regía sobre ellos. Dios, en Su justicia, no aplicará el castigo de Su ira sobre aquellos que pecaron sin ley, sin saber que estaban pecando, pero aún así, los efectos mortales del pecado son inevitables.

Para ejemplificar este punto, supongamos que estoy a punto de tomar agua envenenada y alguien me dice “¡No la tomes, porque si lo haces morirás!”. En este punto puedo decidir si creerle a esa persona o no. Si tomo el agua y muero, yo soy responsable de mi propia muerte, por no haber atendido a la advertencia que me hicieron. Sin embargo, si nadie me avisara del peligro y bebo el agua, eso no me hace inmune al veneno que ésta tiene, de todos modos moriré. Del mismo modo, la ley de Dios advierte del pecado y sus consecuencias, sin embargo, si no hubiese una ley de Dios, la gente de todos modos sufriría las consecuencias del pecado, aunque no sería plenamente consiente del mal que hacen.

A partir del versículo 15 Pablo dice que es justo que si por la infracción de un solo hombre muchos perecen, que también por medio de la obediencia de un solo hombre muchos obtengan vida. El ser humano obtuvo “gratuitamente” la naturaleza pecaminosa y la muerte, debido a la desobediencia de Adán, por lo tanto, Dios puede dar “gratuitamente” la naturaleza espiritual y la vida perpetua de la era futura, por la obediencia de Cristo. En el 17 leemos que “los que están-recibiendo la abundancia de la gracia y el don de la justicia en vida reinarán”, esto nos indica que al recibir el don de Dios podemos empezar a ser dueños de nuestras vidas para hacer la voluntad de Dios. Antes, todo lo que hacíamos era “pecado”, porque no podíamos saber cuál era la voluntad de Dios para nuestras vidas, por lo tanto, nuestras acciones sólo traían muerte. Ahora, por medio del don de espíritu santo que Dios puso en nosotros, podemos comenzar a hacer Su voluntad y traer vida a nuestras vidas y “reinar en vida”.

En el 20 leemos que la ley entró junto con el pecado y resultó en un incremento de las infracciones. Lógicamente, si yo tengo sólo un mandamiento que cumplir, las infracciones serán menores que si tengo 1000 mandamientos. Entonces, cuando Dios dio Su ley comenzaron a incrementarse las infracciones, llegando a ser más que suficientes como para condenar a muerte a toda la humanidad. La intención de Dios nunca fue condenar a toda la humanidad, la humanidad ya estaba condenada y Él necesitaba mostrar al hombre cuán lejos estaba de los requerimientos de Su justicia, Dios necesitaba que el hombre entendiera cuán desesperante era su situación y cuánto necesitaba de un mediador, un salvador que redimiera su situación, por eso envió la ley. Luego de mostrar al hombre cuánto pecado había Dios mostró cuán sobreabundante era Su gracia, al diseñar un plan de salvación para que el hombre pudiera llegar a tener la vida perpetua en Su futuro reino sin la necesidad de cumplir perfectamente todos Sus estatutos de justicia. La justicia de Dios consiste en que Dios puede tratarnos como si fuéramos justos y darnos aquello que mereceríamos si cumpliéramos perfectamente Su justo requerimiento tan sólo por nuestra fe en Su obra en Cristo Jesús. Jesucristo cumplió perfectamente el justo requerimiento de Dios, por lo cual, él no debía morir, debía vivir perpetuamente, sin embargo, fue injustamente torturado y asesinado. Esa injusticia cometida sobre él es lo que permitió a Dios que, de un modo justo, pudiera otorgar vida en la era futura a todos aquellos que creen en Cristo como Señor.

Volviendo a usar el ejemplo del agua envenenada, supongamos que luego de tomar ese agua tengo aún unos días de vida e intento buscar un antídoto. Allí viene alguien y me dice “yo tengo el antídoto, pero te lo daré si decides vivir conforme a mis reglas”. Ahora puedo aceptar esa propuesta o decir: “No, yo buscaré la forma de preparar el antídoto”. Entonces supongamos que esa persona me explica: “Para hacer este remedio tuve que reunir más de 1000 ingredientes, dispersos alrededor de todo el mundo”. Obviamente, mis posibilidades de reunir esos ingredientes en unos días son nulas, por lo que tengo sólo dos opciones: morir o aceptar la propuesta y recibir el antídoto gratuitamente. Salvando las diferencias, la salvación provista por Dios es similar. La humanidad fue envenenada con el pecado e iba a morir. Pero Dios dijo “yo tengo el antídoto, pero deben andar conforme a Mi voluntad”, de otro modo, tendrían que cumplir perfectamente Su ley, para evitar las consecuencias del pecado. Es imposible para un ser humano cumplir perfectamente la ley de Dios como para llegar a prepararse su propia “cura” contra la muerte que trajo el pecado, por lo tanto sólo hay dos posibles finales: morir o aceptar la salvación de Dios, que es por medio de Cristo.

Muchas personas que oyen sobre la salvación de Dios deciden morir antes que aceptar a Cristo como Señor y vivir perpetuamente en la voluntad de Dios. En muchos casos esto se debe a que las personas no creen que Dios sea un Dios de amor con una perfecta voluntad que los bendecirá y traerá gozo y felicidad. Pero hay muchas otras que jamás han oído sobre la salvación y mueren sin conocer la salvación que Dios proveyó.

Capítulo 6

La muerte del Cuerpo del Pecado y la vida del Cuerpo de Cristo


La muerte del Cuerpo de Pecado


Aquí tenemos las primeras conclusiones prácticas en base al hecho de haber sido justificados por fe. En los primeros versículos se nos explica que esta justificación gratuita no es excusa para seguir pecando, porque Cristo murió para que nosotros podamos ser libres de los efectos del pecado.

El creyente cristiano es considerado como muerto y resucitado junto con Jesús. Es así que nosotros debemos aprender a considerarnos muertos y resucitados con Jesús y andar como muertos para con el pecado y como vivos con una nueva clase de vida, diseñada para obedecer a Dios.

El versículo 5 nos dice: “Porque si plantados-junto-con Él hemos-llegado-a-ser la similitud de Su ·muerte, ciertamente también en cuanto a la resurrección seremos similares.” Esto debe entenderse con un doble aspecto. Por un lado tiene un aspecto futuro, ya que Dios ha prometido que todo el que acepta a Cristo como su Señor tendrá un nuevo cuerpo en el futuro, con una vida como la que ahora tiene Jesucristo, pero este tipo de vida en parte ya está en nosotros y por nuestra conexión espiritual con Cristo podemos comenzar a manifestarla en estos tiempos en la medida en que vamos “muriendo” al pecado.

En el versículo 6 se habla de un “viejo hombre” y de un “cuerpo del Pecado”. Aquí se comienza con una personificación del Pecado, se habla del Pecado como si tuviera vida propia, con esto se enfatiza cuán fuerte es la influencia interna que tenemos para actuar contra la voluntad de Dios, esta influencia pecaminosa fue consecuencia de la caída de Adán, y el responsable es el Diablo. El “Pecado” en sí no es un ser con voluntad propia, sino que simboliza la acción del Diablo dentro de cada persona, lo cual está desde nacimiento en todo ser humano a causa de la desobediencia de Adán. Lo que Cristo logró con su muerte es que nosotros podamos “morir” al Pecado para vivir conforme a la voluntad de Dios. Al estar “en Cristo” estamos viviendo para Dios y muertos para con el Pecado. Por supuesto, un cristiano renacido puede seguir viviendo en pecado si lo desea, pero el Pecado no tiene el gobierno absoluto de su vida, como sucede con el incrédulo.


En el versículo 14 se nos dice que el Pecado no puede tomar gobierno de nosotros porque no estamos bajo ley sino bajo gracia. El sentido de esto es que para ser salvos no necesitamos cumplir toda la ley de Dios, sino creer en Cristo, siendo salvados por gracia de Dios, o sea, por el favor inmerecido de Dios. Cuando la vida dependía del cumplimiento de la ley, el Adversario (el Diablo) podía reclamar nuestras vidas ante el primer pecado cometido, pero estando bajo el régimen de la gracia, en el que somos justificados por fe, el Pecado no tiene el gobierno de nuestras vidas, sino Jesucristo. Sin embargo, Pablo explica que el hecho de que no sea necesario cumplir la ley para ser salvos no es un permiso para pecar, porque si pecamos, aunque Jesús sea nuestro Señor, en la práctica seguiremos sirviendo a nuestro antiguo señor: el Pecado.

En el 16 se muestran dos señores y dos consecuencias del servicio a estos dos señores. Uno de los señores es el “Pecado”, el otro es la “obediencia”. Por supuesto, ni el pecado, ni la obediencia son seres a quienes pueda uno servir. En realidad, los dos grandes “señores” del Universo son Dios, nuestro Padre celestial, y el Diablo, Su archienemigo. Una persona no sirve al pecado en sí, sino que comete pecados, a quien sirve es al Diablo. Ya sea directa o indirectamente, ya sea a propósito o sin querer, cada vez que pecamos o andamos en pecado, estamos sirviendo al propósito del Diablo y el resultado de esta servidumbre es muerte, o sea, no tener la clase de vida que Dios desea que tengamos. Por otro lado, tampoco es posible servir a la “obediencia”, a quien servimos es a Dios, pero esto lo hacemos al obedecerle, y el resultado es “justicia”.

“Pecado” es contrastado con “obediencia”, ya que “pecar” significa, sencillamente, “no obedecer a la voluntad de Dios” Cada vez que no hacemos lo que Dios desea que hagamos, estamos pecando. Pero lo curioso es que “muerte” no es contrastada con “vida”, sino con “justicia”. En este caso, “justicia” no puede referirse a la “justificación” de Dios para tener vida perpetua en el reino futuro, ya que ésta es dada gratuitamente al haber creído en Cristo y no en base a la obediencia. Por lo tanto, cuando aquí se dice que la obediencia resulta en justicia, se está refiriendo a la justa recompensa de Dios. Parte de esta recompensa es dada en el presente, dando una vida superior a quien anda en justicia, sin embargo, la recompensa completa para los que andan en obediencia será dada en el futuro, cuando Dios juzgue nuestras acciones. El contraste entre “pecado” y “muerte” con “obediencia” y “justicia” nos enfatiza el hecho de que la desobediencia trae como consecuencia muerte y que la obediencia resulta en una justa recompensa de Dios, que nos traerá vida.

Para entender mejor los conceptos de vida y muerte la Biblia suele comparar nuestras vidas espirituales con un árbol que da frutos. En Gálatas 5:22 y 23 se nos dice que el “fruto” del Espíritu (de obedecer a Cristo) es “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (RV-1960). Andar conforme a la voluntad de Dios da “vida” a este árbol, el cual dará como resultado todos estos frutos. Pero si andamos en pecado este “árbol” irá muriendo, tendremos menos amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza. Éstas cualidades serán reemplazadas por sus opuestas: odio, amargura, nerviosismo, impaciencia, malicia, maldad, incredulidad, desobediencia, desenfreno, etc. Si queremos tener muchos fruto espiritual, tenemos que ir cambiando nuestros hábitos pecaminosos para ir obedeciendo a la voz de nuestro Padre celestial. Cuando una persona renacida decide volver a poner al “Pecado” como señor de su vida, irá “muriendo,” se irá apagando física, mental y emocionalmente y su vida espiritual será nula o poco evidente y fructífera, esto puede incluso llegar a causarle una muerte física antes del debido tiempo  (aunque no le causará muerte perpetua), pero si el cristiano va dejando de responder a los clamores del pecado, se sentirá más vivo física, mental y emocionalmente, y estará lleno de fruto espiritual, y esto es “justo” delante de Dios. Por lo tanto, la justicia de Dios se ve reflejada en nuestro andar,  y tiene resultados tanto presentes como futuros.

En el versículo 19 se habla de obedecer a la “impureza” y la “ilegalidad” y se las contrasta con la “justicia” y la “santidad”. Pecar es desobedecer la ley de Dios, lo cual es algo impuro, ya que lo puro es aquello que es conforme a Dios, Quien es totalmente puro. “Impureza”, en el plano físico, es cuando algún material está contaminado con otro distinto. Así, un hombre “puro” es aquel que no comete pecados, pero si peca, pasa a estar “manchado” por ese pecado, por eso, “impureza”, “ilegalidad” y “pecado” están asociados.

Por otro lado, si con mis miembros sirvo a Dios, andando en Su justicia (o sea, conforme a Sus justos mandamientos y reglamentos y conforme a Su justo corazón de amor), me iré santificando, esto es, mi vida será cada vez más pura y estará más apartada de la maldad y el pecado. Esta santificación también se extiende a lo físico, lo mental y lo emocional. Como resultado de mi relación con Dios, voy a tratar de alimentarme mejor y cuidar mejor mi estado físico y mental, mis pensamientos van a estar llenos de la paz y gozo de Dios y también mis emociones van a responder más adecuadamente a la voluntad de Dios. Por eso es que Pablo alienta a dejar de servir al pecado.

Los versículos 20 al 23 nos hablan del provecho de andar conforme a la voluntad de Dios. La obediencia trae vida a nuestras vidas. Al final, cuando Dios concrete Su plan, tendremos una vida espiritual perfecta, pero Dios nos ha dado la posibilidad de vivir parte del beneficio de aquella vida espiritual en este día y esto lo podemos lograr andando en obediencia a Su voluntad.


Capítulo 7

La vida del Cuerpo de Cristo

Versículo 1 al 6

En estos versículos continua el tema comenzado en el capítulo 6: “La muerte del Cuerpo del Pecado y la vida del Cuerpo de Cristo”. Todo el capítulo 6 estuvo dedicado a explicar los efectos de la muerte del Cuerpo del Pecado en la vida actual y futura del creyente cristiano. Así como Cristo murió, del mismo modo los efectos del pecado murieron junto con Él, permitiendo al creyente cristiano obtener vida perpetua por su fe y no por sus obras.

En estos versículos se nos habla sobre la vida del Cuerpo de Cristo. Para explicar acerca de los efectos de la obra de Dios en Cristo, aquí se hace mención a ciertos conceptos que eran bien conocidos por aquellos que habían sido instruidos con la ley de Dios. Conforme a la ley de Dios, una pareja que ha tomado un compromiso matrimonial estaba unida (por la ley de Dios) de por vida. Si la mujer se unía a otro hombre sería “adúltera” ante Dios. Pero si el marido moría, ella tenía libertad de unirse a otro hombre, si lo deseaba y ya no sería considerada “adúltera” por Dios. Este hecho se usa aquí para establecer una analogía con la muerte de Cristo.

Antes estábamos “casados” con el Pecado, y sólo la muerte podía deshacer esa unión, pero por nuestra creencia a Cristo, Dios considera que hemos muerto con él y ahora pasamos a estar “casados” con Cristo. Sin esta identificación con su muerte no podríamos unirnos legalmente a él. Jesús fue el único que se ganó el derecho a seguir viviendo, a causa de su perfecto cumplimiento de la ley de Dios, sin embargo, fue asesinado injustamente. Su sangre derramada injustamente logró que Dios pueda “injustamente” dar la vida a quienes crean en Cristo como Señor. Dios nos declara “justos” aún cuando no lo somos, porque Él fue matado como injusto, aún cuando no lo fue.

Debido a los logros de Cristo, Dios ha puesto en nosotros (los cristianos) una nueva vida espiritual, por lo tanto, Dios puede comunicarse con nosotros mediante el Señor Jesucristo, quien es, conforme a esta figura, nuestro nuevo “marido”. Cristo es un “marido” diferente, no es de la misma clase que el pecado. El Pecado es un marido abusador, cruel, que nos lleva a muerte, mientras que Cristo es un marido amoroso, misericordioso que nos llena de vida y fruto conforme al deseo de Dios. Por medio de Cristo Dios puede hacernos saber cuál es Su voluntad y así podemos conocer Su deseo de un modo más preciso que lo que teníamos en la ley. Es por esto que Dios quiere que ahora dejemos de vivir conforme a la ley de la “Escritura” para vivir conforme a la ley de “fe” (ver versículo 27), la cual no contradice a la ley escrita, sino que la completa.

Entonces, somos considerados por Dios como “muertos” para con Su ley y ya no tenemos la necesidad de cumplirla para obtener salvación. Esta “muerte” se produce en nosotros en el momento en que, por fe, aceptamos a Cristo como nuestro Señor, pasando a ser miembros de Su Cuerpo. Siendo miembros de Su Cuerpo ahora le pertenecemos a Él y Su deseo y propósito es que produzcamos, junto con Él, fruto para Dios. Todo el que no ha aceptado a Cristo como Señor está “en la carne” y, por lo tanto, está “bajo la ley”, está siendo juzgado mediante la ley. La persona que no ha nacido de nuevo está sujeta al Pecado. El pecado, por supuesto, no tiene vida en sí mismo, sino que Satanás es quien puede reclamar la muerte de la persona a causa de su pecado, esto lo hace acudiendo a la ley, por eso es llamado “el Acusador” (eso es lo que significa la palabra “Diablo”).

La acción del Pecado y sus efectos

La función de la ley: dar a conocer al Pecado


Por el hecho de que el Pecado cobra vida a través de la ley de Dios, alguien podría pensar que la ley de Dios es la que lleva al pecado, y que sin ley de Dios el pecado no existiría, por eso, Pablo pasa a explicar que esto no es así. Pablo aquí explica que aunque no exista ley el pecado sigue existiendo, la ley de Dios lo que hizo fue mostrar, poner en evidencia al pecado. Esto se debe a que Dios siempre ha tenido leyes, aunque no siempre estuvieron escritas. En los tiempos en que no había ley de Dios escrita, de todos modos Dios tenía leyes, por lo que el pecado existía, aunque las personas no fueran conscientes de éste.

La ley de Dios escrita dio a conocer más detalladamente cuáles eran los requerimientos de Dios y puso en evidencia la gran condición de pecado del hombre. Si uno no conoce los requisitos de Dios para obtener la vida en la era futura es imposible alcanzarla, de modo que el mandamiento de Dios fue dado para que el ser humano sepa cómo obtener esa vida, sin embargo, la imposibilidad de cumplir ese mandamiento hizo que el ser humano comprendiera que no podía alcanzar esa vida y, por lo tanto, comprendería que estaba condenado a muerte (v.10-13). En el versículo 13 Pablo claramente dice que no es que lo bueno (la ley de Dios) se convirtiera en algo malo para el hombre, sino que es el Pecado el que lleva a muerte. Sin el mandamiento, el Pecado seguiría existiendo y seguiría produciendo muerte, pero uno no sabría qué es lo que produce esa muerte. Dios, al dar Su mandamiento, hizo que el pecado sea evidenciado como tal. El mandamiento, cuando es cumplido, produce vida, contrariamente, el pecado produce muerte, y a través de esa muerte que produce queda evidenciado como pecado, o sea, como algo contrario a la voluntad de Dios.

Entonces, antes que Dios expresase Su voluntad a través de Sus mandamientos, el pecado igualmente existía, pero no era claramente notado por las personas, salvo por el hecho de que no producía “vida” en las personas. Pero cuando Dios dio Sus mandamientos, el pecado, quedó claramente expuesto, es así que se volvió “sobremanera pecaminoso”, no es que el pecado sea peor porque haya ley, sino que la responsabilidad del pecador es mayor, porque ahora sabe que lo que está haciendo no es la voluntad de Dios.

El pecado es como un veneno que provoca una enfermedad en la persona. Si yo tomo agua envenenada, el hecho de que ignore que el agua contiene veneno no me hace inmune al veneno. Si ignoro que el agua tiene veneno, voy a enfermarme o morir sin saber cuál fue la causa de la enfermedad. Pero supongamos que alguien me dice “¡Cuidado, el agua está envenenada!” El agua sigue siendo la misma, pero si sigo tomando de ésta, ahora seré responsable de mi muerte y enfermedad. Ahora bien, supongamos que me dicen que existe una fuente de agua no contaminada que es capaz de prolongar la vida de las personas, pero que está en un lugar totalmente inaccesible. En ese caso voy a seguir bebiendo el agua envenenada para prolongar un poco mi vida, sabiendo que esa misma agua terminará por matarme, y quizá pueda esforzarme por llegar al lugar donde está el agua de vida, pero será inútil, porque es inaccesible.

Del mismo modo, la vida humana ha sido contaminada con el pecado y todo lo que hacemos contiene pecado. La ley de Dios mostró al hombre el “veneno” que había en su conducta. La realidad espiritual no cambió, pero el ser humano, con la ley de Dios, ahora es consciente de que está condenado a muerte. La ley de Dios también muestra que hay una forma de vivir perpetuamente, pero sus requerimientos están fuera del alcance de todo ser humano, es inútil querer alcanzar la salvación por medio del propio esfuerzo.

Ahora bien, volviendo al ejemplo del agua, supongamos que alguien viene y me dice que hay un hombre con la capacidad de llegar al lugar donde está el agua de vida y fue enviado hasta allí para traer ese agua hacia nosotros. En ese caso, la única esperanza de vida que me queda es que ese hombre logre su misión y sea lo suficientemente generoso como para compartir ese agua conmigo. ¡Esto es lo que Cristo hizo por nosotros! Dios se encargó de enviar a un hombre capacitado para cumplir Sus requerimientos de justicia, un Salvador con la capacidad de alcanzar el agua de vida y con tal amor por el mundo que se sacrificó para poder compartir esa vida con el resto. Cristo cumplió con los justos requerimientos de Dios no sólo para salvarse Él mismo, sino para salvar a muchos otros, de modo que todo aquél que recibe a Cristo como Señor puede obtener la salvación y la vida perpetua en la era futura.

Dios, siendo justo, debe aplicar justicia al ser humano, de este modo, no podía dar vida a alguien que no cumplía perfectamente sus mandamientos. Dios quería dar vida, pero el hombre no podía obtenerla porque no podía cumplir Sus requisitos, de ahí la necesidad de un Salvador que cumpliera esos requisitos y permitiera a Dios, de un modo justo, regalar la vida a los creyentes.

El conflicto interno: La ley de DIOS y la ley del Pecado


Aquí se comienza a describir el conflicto interno que se produce en una persona que desea hacer la voluntad de Dios, pero que continuamente cae en pecado.

En los versículos 14 y 15 Pablo plantea el conflicto: Lo que desea practicar (la ley de Dios) no lo practica continuamente, por el contrario, seguía haciendo aquello que detestaba (el pecado). Este conflicto no es particular de Pablo, sino que es el conflicto en que se encuentra todo creyente cristiano que ha aceptado a Cristo como Señor y desea andar conforme a la voluntad de Dios.

Pablo dice que él había sido vendido al Pecado. No somos nosotros que nos vendemos al pecado, alguien más nos ha vendido al pecado. Recordemos que “el Pecado” es una personificación indicando la gran tendencia al pecado que tenemos internamente. Hemos sido vendidos al Pecado, pero ¿quién nos vendió? Adán, él es quien desobedeció, y por medio de él “todos pecaron”, Adán, al desobedecer, dejó que el Diablo introdujera en su cuerpo (y en toda la Tierra) la influencia del mal y del Pecado, de este modo nuestros miembros pasaron a estar dominados por el pecado. De modo que el hombre, aunque en la mente tenga el deseo de servir a Dios y hacer Su voluntad, termina pecando y actuando contrariamente al deseo de Dios.

En los versículos 16 al 24 vemos una explicación sobre este conflicto. Pablo comienza diciendo que la continua práctica del pecado le demostraba a él que la ley en verdad es buena, esto se entiende de este modo: si yo conozco la ley de Dios escrita, y la tengo en mi mente, al cometer pecado sabré que lo que estoy haciendo no es la voluntad de Dios, pero si no conozco la ley de Dios, mi naturaleza pecaminosa continuamente me llevará a practicar el pecado sin que yo sepa que eso es contrario a la voluntad de Dios y que está produciendo muerte en mí. Además, si conozco la ley de Dios, al ponerla en práctica recibo la vida que se produce por obedecer a Dios por eso es que la ley realmente es buena.

En el 17 Pablo dice: “Pero ahora ya-no soy yo el que estoy-realizando esto, sino el Pecado que habita en mi”. Esto no significa que uno no pueda decidir y que sí o sí deba pecar. Pablo está enfatizando cuán grande es la influencia pecaminosa que hay en nosotros que hasta pareciera tener voluntad propia, porque uno realmente quiere hacer la voluntad de Dios, pero igualmente cae en pecado. El hijo de Dios desea hacer la voluntad de Dios, sin embargo, hay una naturaleza de pecado en su interior que lo lleva constantemente a cometer pecado. Hay una parte humana, que está en nosotros desde que nacemos (heredada desde Adán), que nos conduce hacia el pecado, a esto se llama aquí “CARNE”. En el 18 se nos dice que en la “carne” NO HABITA la capacidad para hacer lo benéfico. En otras palabras, esta naturaleza humana jamás nos guiará hacia la voluntad de Dios, sino que nos guía hacia el pecado. Por esta causa Pablo dice que el Pecado “habita en mí” (v17).

En el versículo 18 Pablo dice, además, que el desear hacer lo bueno estaba siendo puesto en él constantemente, pero no el hacerlo. Este deseo de hacer lo bueno es obra de Dios. A partir de que aceptamos por fe al Salvador provisto por Dios (Jesucristo), Dios puede obrar en nuestro interior, poniendo en nosotros el deseo de hacer Su voluntad (tal como leemos también en Filipenses 2:13[3]). Sin embargo, Dios no puede obligarnos a hacer Su voluntad (porque Él es Justo y respeta nuestra capacidad de decidir). Y como el pecado aún ejerce influencia desde dentro nuestro, el creyente constantemente se encuentra practicando el pecado que no deseaba hacer. Entonces, figurativamente tenemos dos “yo” por dentro. Uno dado por Dios, que desea hacer la voluntad de Dios, y otro que heredamos de Adán y es obra del Adversario, el Diablo, que nos impulsa hacia el pecado.

Entonces, lo que se nos enseña aquí es que desde dentro de nosotros parte tanto el impulso o deseo de hacer la voluntad de Dios como también el impulso o deseo de pecar. Por esta causa, la obra de Dios DENTRO de nosotros no es suficiente para que aprendamos a andar en Su voluntad, también debemos tener SU PALABRA, la cual nos transmite Su ley y Su intención, propósito y plan para nosotros. Debido a que los impulsos internos no siempre son de Dios, es posible que confundamos un impulso pecaminoso como si fuera algo generado por Dios, por esta causa necesitamos conocer la Palabra de Dios, ya que lo que Dios haga dentro nuestro no puede contradecir Su corazón, Su intención y Su plan, que es transmitido en Su Palabra escrita. Por eso es que Pablo explica (en el versículo 21) que la ley de Dios lo guía (y a todos los hijos de Dios), porque él desea hacer lo bueno, pero lo malo está siendo puesto continuamente dentro de él.

En nuestro interior está continuamente siendo puesto tanto lo bueno como lo malo (v18 y v21). Los versículos 23 y 24 resumen esta explicación diciendo que dentro de la mente del creyente conviven la ley de Dios y la ley del pecado y combaten entre sí continuamente. Ante esta realidad, sale un clamor de boca de todos aquellos que aman a Dios, que   en nuestras palabras podría expresarse como: “¡Qué desdichado que soy como ser humano, por causa del pecado que hay en mis miembros!”; “¿Quién me rescatará de este cuerpo que me conduce a muerte?”

Ante esta expresión de desesperación a causa de esta condición humana caída, tenemos una feliz conclusión, expresada en el versículo 25. ¡Gracias a Dios! Él nos rescató de este cuerpo de muerte por medio de Jesucristo. No hay fuerza humana capaz de deshacerse de este problema y llegar a cumplir perfectamente la ley de Dios para obtener salvación, sólo por gracia de Dios podemos ser rescatados. Dios, mediante Jesucristo, nos rescata de esta imposibilidad de hacer Su voluntad perfectamente y nos ha dado Su salvación, gratuitamente, nos trata como justos sin que lo seamos por causa de la injusta muerte del Señor Jesucristo.

Al final de este versículo Pablo dice que por la obra de Dios en Cristo él (y todos los cristianos) en la MENTE es esclavo de la ley de Dios y en la CARNE es esclavo de la ley del pecado. Para comprender estos conceptos, pensemos que nacemos con una naturaleza que nos genera impulsos pecaminosos, ésta naturaleza está en nuestra mente, en nuestra facultad de pensamiento. Cuando aceptamos a Cristo como Señor, Dios coloca en nosotros una nueva naturaleza (espíritu santo), la cual nos genera impulsos y deseos de hacer la voluntad de Dios, esta naturaleza también se halla en nuestra mente o facultad de pensamiento. Entonces, podemos decir que tenemos dos “mentes”: una que nos impulsa hacia el pecado y otra que nos impulsa a hacer la voluntad de Dios. Para diferenciarlas, Pablo llama aquí a la naturaleza de pecado como “CARNE” y a la naturaleza espiritual como “MENTE”.  La parte carnal es esclava del pecado y sólo puede producirnos pensamientos que nos impulsan a pecar, por otro lado, la parte espiritual (llamada aquí “mente”) nos impulsa a hacer la voluntad de Dios y por eso se dice que en ésta somos esclavos de Dios. De este modo, aunque somos de Dios y eso es una realidad inalterable, en la PRÁCTICA, cuando actuamos conforme a los pensamientos carnales, estamos actuando como esclavos del Pecado, y cuando actuamos conforme a los impulsos espirituales, estamos actuando como esclavos de Dios.



Capítulo 8

El amor de DIOS y SU acción en nosotros por medio de Cristo

No hay condena para los que están en Cristo Jesús:
Libres de la ley del Pecado y la Muerte


A lo largo de todo el capítulo 8 se nos va a hablar acerca de los resultados del amor de Dios sobre los que han creído para salvación, Pablo va a explicar cuáles son los beneficios de ser tratados como justos por la fe en Cristo. En los versículos 1 al 4 Pablo describe el primero de estos beneficios: no hay ninguna condena para los que están en Cristo Jesús”. En Romanos 5 Pablo había dicho que la “condena” consistía en la muerte definitiva, la imposibilidad de recibir la vida perpetua en la era futura (ver 5:12-20). Aquí Pablo nos dice que, debido a la obra de Cristo, no hay condena para quienes han creído en Él, esto significa que la vida perpetua en la era futura está asegurada para todos los que han hecho a Cristo el Señor de sus vidas, la condena a muerte resultante de nuestra naturaleza pecaminosa fue anulada.

Lo que DIOS hizo y hace por nosotros por medio de Cristo

Aquí Pablo describe lo que Dios hace y hará por aquellos que han sido tratados como justos por fe.

Los versículos 3 y 4 nos describen aquello que Dios hizo: enviar a Su hijo como ofrenda por el pecado y condenar al pecado en la carne. En estos versículos la ley escrita de Dios es llamada “la ley del Pecado y la Muerte”, esto se entiende a la luz de lo que Pablo venía diciendo, de que como el hombre no podía cumplir perfectamente la ley de Dios, ésta sólo ponía en evidencia el pecado y la condición de muerte del ser humano. Aquí Pablo dice que la ley de Dios que proviene del Espíritu de vida (refiriéndose a Cristo) nos libró de la ley escrita de Dios, por eso es que no hay condena, porque la condena proviene de no poder cumplir perfectamente la ley de Dios escrita. A causa de esto, Dios proveyó de un sacrificio en pago del pecado, que fue Su propio hijo, y estableció otra forma de alcanzar la vida perpetua, que consiste en creer en Cristo y hacerlo Señor de nuestras vidas. Haciendo esto estamos bajo una nueva clase de ley (una ley de fe) y quedamos libres de la condena de la ley de Dios escrita.

En el versículo 4 Pablo dice que por el sacrificio de Cristo dio como resultado que el pago por cumplir los justos requerimientos de Dios (la vida espiritual de la era futura) fuese completado en nosotros, los que no andamos según carne, sino según espíritu. “Andar según carne”, conforme lo que aprendemos de capítulos anteriores se refiere a intentar obtener la justicia de Dios cumpliendo los requerimientos de la ley de Dios escrita, por otro lado, “andar según espíritu” es andar conforme a la nueva ley de fe, obedeciendo la voz del Señor Jesucristo. Debido a que nadie puede perfectamente cumplir la ley de Dios escrita, nadie podía recibir la completa paga por cumplirla (la vida en la era futura), sin embargo ahora, por medio de la fe en Cristo, Dios promete que en el futuro nos dará la paga completa (vida en la era futura), porque comenzamos a vivir en una nueva clase de vida, una vida espiritual por medio de la cual Dios nos ha regalado la vida de la era futura, y en la cual Dios actualmente produce parte de esa vida en nosotros cada vez que andamos conforme a lo que Cristo nos instruye en nuestro diario andar.

Desde el versículo 5 al 15 se nos describe lo que Dios hará por el cristiano en la medida que éste anda conforme a Su voluntad. Dios colocó en nosotros un nuevo tipo de vida a la que llama “espíritu”, este espíritu está ligado a Cristo y recibe órdenes directas de Él. Entonces, cada creyente cristiano tiene ahora dos tipos de vida: carne (que es la vida procedente del primer Adán, la cual conduce al Pecado) y espíritu (que procede del segundo Adán, Cristo, y nos conduce a hacer la voluntad de Dios). Estas dos clases de vida generan distintos requerimientos en una persona, Pablo aquí dice que está en nosotros disponer nuestras mentes hacia los requerimientos de la carne o hacia los requerimientos del espíritu. Disponer la mente hacia la carne producirá muerte (refiriéndose a la pérdida de la calidad de vida que Dios quiere que tengamos), disponer la mente hacia el espíritu producirá vida y paz (esto se refiere a la plenitud de vida que Dios quiere que vivamos). Cabe aclarar que aquí no se dice que el andar carnal pueda llevarnos a perder la vida perpetua en la era venidera, la pérdida se produce en nuestra vida actual, aunque al final, si hemos aceptado a Cristo como Señor, seremos resucitados con un cuerpo con una mente incapaz de producir impulsos pecaminosos y que tendrá vida perpetua.

En el versículo 7 Pablo dice que la disposición de la mente conforme a la carne produce enemistad contra Dios, porque no puede sujetarse a la ley de Dios. Sin la nueva vida espiritual que Dios nos ha dado por medio de Cristo es imposible agradar a Dios, aún si cumpliéramos externamente toda la ley. No importa cuán “buena” y religiosa pueda ser una persona carnal, jamás podrá agradar a Dios, porque para hacerlo necesita la vida espiritual que Dios da por medio de la fe en Cristo.

En el 9 aprendemos que quienes han recibido el espíritu de Dios “están en espíritu” y no “en carne”. Hay que diferenciar los términos “estar en carne” y “estar en espíritu”, mencionados aquí, de los términos “andar según carne” y “andar según espíritu”, mencionados en versículos previos. “Estar en carne” y “estar en espíritu” se refiere a la condición de una persona: “estar en carne” es no haber creído aún en Cristo como Señor y, por ende, no haber recibido el espíritu de Dios; “estar en espíritu” es haber recibido la vida espiritual que da Dios por haber hecho Señor a Cristo. Por otro lado “andar según carne” se refiere a tener un estilo de vida que sigue los requerimientos de la carne y “andar según espíritu” se refiere a tener un estilo de vida que sigue la instrucción que Cristo da por medio del espíritu que Dios ha puesto en nosotros. Una persona que no ha creído en Cristo como Señor está “en carne” y jamás podrá andar conforme al espíritu. Ya sea que se incline al vicio (alcohol, fiestas, drogas, dinero, poder, etc.) o a la virtud (desarrollando sus habilidades, haciendo obras caritativas o siendo muy religioso), todo lo que hace es “según carne” y no puede agradar a Dios. Por otro lado, aquellos que recibieron el espíritu de Dios por haber creído en Cristo como Señor tienen ahora dos clases de vida y pueden elegir entre andar “según carne” o andar “según espíritu”. Para quienes recibieron el espíritu de Dios, la posibilidad de vivir perpetuamente en el paraíso futuro está asegurada por Dios (por eso se dice que el espíritu de Dios “habita” en uno, el espíritu está viviendo dentro nuestro y no se irá), sin embargo, la elección diaria de vivir según espíritu dará más vida y paz a la persona, le permitirá tener más plenitud de vida en el presente, produciendo los frutos del espíritu (amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza. Gál. 5:22-23). Por otro lado, la elección de vivir según carne (lo cual incluye la idea de cumplir la ley de Dios sin la ayuda del espíritu de Dios) le hará perderse esa plenitud de vida, estará produciendo “muerte” en su vida diaria, perdiendo amor, gozo, paz, paciencia, etc.

Por todo esto, Pablo concluye estos párrafos diciendo que nuestra deuda no es con la carne (porque produce muerte) sino con Dios (quien nos dio vida). Debido a esto, no deberíamos vivir según la carne, lo cual nos hará perecer, sino que debiéramos “matar” las obras de la carne, lo cual se hace viviendo según espíritu, o sea, viviendo conforme a la voluntad del Señor para nuestras vidas, quien nos guía por medio del espíritu de Dios que hay en nosotros. Si intentamos matar las prácticas de la carne a nuestro modo y con nuestras propias fuerzas, sólo conseguiremos crear prácticas religiosas (o adherirnos a las que ya existen) que no “matarán” a las prácticas del cuerpo, sino que las cambiarán por otras más “atractivas”. Estaremos cambiando prácticas de la carne “malas” por otras prácticas de la carne que parecen buenas, pero que no se ajustan a la voluntad de Dios. Sólo a través del espíritu que Dios nos ha dado tenemos la capacidad de matar esas prácticas y llenarnos de la vida que Dios desea para nosotros. Sólo obedeciendo a la voluntad de Dios, comunicada en nuestro interior a través de Su espíritu, es que podremos realmente hacer morir las prácticas de la carne y obtener mucho fruto espiritual en nuestras vidas.

Esta sección termina diciendo que el espíritu que hemos recibido no es un espíritu de esclavitud, sino de adopción. Pablo contrasta “espíritu de esclavitud” con “espíritu de adopción”, lo cual nos da una relación directa entre ser hijos de Dios con ser libres. Los creyentes del Antiguo Testamento eran llamados “siervos” de Dios (como en Éx. 32:13; Lv. 25:42, 55; 1 Sa. 12:19, etc.), jamás se dice de ellos que hayan recibido simiente de Dios para ser llamados “hijos de Dios”, ellos jamás podrían haber llamado “ABBA” (Papá) a Dios. Por esta razón, el espíritu que ellos recibían de parte de Dios era un espíritu de esclavitud, el espíritu estaba en ellos en tanto ellos siguieran sirviendo a Dios, por eso David, cuando pecó contra Dios, pidió que Él no quite Su espíritu de él (Salmos 51:11). Debido a que Dios podía retirar Su espíritu de los creyentes (como en 1 Sa. 16:14), los creyentes vivían con temor de perder el espíritu y no alcanzar la vida futura en el paraíso, incluso su obediencia a Dios podía estar motivada por el temor a perder el favor de Dios. Un esclavo es esclavo en tanto cumpla las órdenes de su señor, sin embargo, el hijo es hijo de su padre aún si no le obedece y se aleja de él. Por esto Pablo contrasta “espíritu de esclavitud” con “espíritu de adopción”, porque siendo ahora hijos de Dios, no hay posibilidad de que Dios quite de nosotros Su espíritu, ¡estamos perpetuamente unidos a Dios!, por eso no debemos temer el perder el favor de Dios a causa de la desobediencia.

El término “adopción”, cuando es entendido en su contexto histórico, enfatiza aún más esta unión con Dios. En la cultura romana una persona podía legalmente rechazar a un hijo natural si no lo quería. Sin embargo, cuando alguien adoptaba, podía elegir a quién adoptar y legalmente debía hacerse cargo de ese hijo para siempre. En otras palabras, los romanos podían desprenderse de su responsabilidad como padres naturales, pero no podían desprenderse de sus responsabilidades como padres adoptivos. Entonces, Pablo aquí dice que recibieron espíritu de “adopción” con el objrtivo de que las personas de aquella cultura comprendieran que Dios jamás se desharía de Su responsabilidad como Padre ¡no podemos dejar de ser hijos de Dios!

La acción del Espíritu:Testifica que somos hijos de DIOS


En estos versículos debe diferenciarse claramente dos términos: “El Espíritu” y “nuestro espíritu”. “El Espíritu” se refiere a Jesucristo, en su rol de intermediario espiritual entre Dios y el creyente cristiano. “Nuestro espíritu” se refiere al don de espíritu santo que Dios colocó en cada creyente al creer en Cristo como Señor.[4]

Los versículos 16 y 17 nos hablan sobre la acción de “el Espíritu” (refiriéndose a Cristo). Él está testificando junto con nuestro espíritu de que somos descendientes de Dios”. Entonces, conforme a lo que hemos visto hasta ahora, vemos que, por un lado, la experiencia interna de tener impulsos contrarios a los impulsos carnales nos da testimonio de que Dios ha puesto espíritu santo en nosotros y que, por lo tanto, somos hijos de Dios. Así como el ADN de una persona “testifica” que esa persona es un hijo o hija de su padre y madre naturales, el don de Dios en nosotros (espíritu santo), “testifica” que somos hijos de Dios, y nos da ciertas cualidades de Dios, nuestro Padre, tales como la capacidad de amar desinteresadamente, de desear hacer la voluntad de Dios e incluso apasionarnos por ello, de tener paz en medio de la aflicción, de tener gozo ante las circunstancias más adversas, de tener una firme esperanza que va más allá de la comprensión humana, etc. Además, nuestro don de espíritu santo testifica que somos hijos de Dios porque es el medio por el cual Dios opera Su poder a través de nosotros. Por otro lado, Cristo (llamado “el Espíritu”) también está constantemente testificando en nuestro interior de que somos hijos de Dios, estos son dos fortísimos testimonios de que en verdad Dios es nuestro Papá. A diferencia de otros versículos que dicen que somos “hijos” de Dios (usando la palabra griega huio), aquí se dice que somos “descendientes” de Dios (la palabra griega es teknon). Una de las palabras (huio) señala a un hijo en cuanto a su relación con el Padre, la otra palabra (teknon) denota a un hijo en cuanto a su linaje o descendencia. Lo que aquí se nos dice es que Dios no sólo nos trata como hijos, sino que ha hecho algo en nosotros que nos hace descendientes suyos ¡y nada puede deshacer esta obra de Dios!

Para enfatizar lo inmutable de nuestra condición como hijos de Dios, Dios nos dice que somos Sus “hijos” (huio), y que somos Sus “descendientes” (teknon) y que nos ha adoptado como hijos. En otras palabras, Dios eligió que seamos sus hijos para siempre (esto es lo que transmite la palabra “adopción”), pero también hizo algo dentro nuestro para que espiritualmente seamos sus descendientes (estos nos transmite la palabra griega teknon), pero, además, nos cuida entrañablemente como a Sus hijos (esto es lo que transmite la palabra huio). 

En Deuteronomio 17:6, Dios había dicho que para condenar a muerte a una persona eran necesarios dos o tres testigos. A través de la Biblia podemos ver la importancia de los testigos para dar veracidad a un hecho, sobre todo cuando es un asunto de vida o muerte. Ser o no ser un miembro de la familia de Dios también es un asunto de vida o muerte, ya que aquellos que no hayan recibido la simiente de Dios, quizá no obtengan la vida en la era futura, y sufran lo que la Biblia llama la “segunda muerte.” (Ap. 2:11; 20:6, 14; 21:8). Por lo tanto, para que no queden dudas de nuestra filiación (condición de hijos), Dios puso como testigos, en primera instancia a Su Palabra escrita, que declara que quien cree en Cristo como Señor, cambiando su mentalidad, será salvo; y, además, nos proveyó de otros dos testigos de que somos hijos de Dios: nuestro espíritu (el don de espíritu santo en nosotros) y Jesucristo (“el Espíritu”).

Luego (en el v. 17) Pablo, siguiendo la lógica de lo expuesto dice que si somos descendientes de Dios entonces somos Sus herederos y somos co-herederos de Cristo ¡lo que Él recibe también recibimos nosotros!

Los padecimientos y la gloria de los hijos de Dios junto con Cristo.

Versículos 18 al 25

Parte de la herencia que tenemos como hijos de Dios son los padecimientos presentes como miembros de Su Cuerpo y otra parte de esta herencia es la gloria que recibiremos en el futuro. Pablo no niega que el cristiano ha de padecer a causa de ser cristiano, pero dice que estos padecimientos no son “merecedores” de la gloria que será manifestada en nosotros. La gloria que Dios tiene preparada para nosotros no puede “pagarse” con los padecimientos que podamos pasar en el presente.

Pablo luego explica (v19 al 21) que la misma creación de Dios espera expectante la revelación de los hijos de Dios. Esto sirve para poner de relieve que toda la creación está corrupta y está deteriorándose y necesita de la plena redención que Dios traerá en el futuro. Los efectos de la obra de Dios en Cristo alcanzarán a toda la creación de Dios, la cual será librada de la corrupción, de la decadencia, y será una tierra gloriosa y bendita. El versículo 22 nos dice, en forma figurada, que toda la creación “gime” junto con Dios y “sufre dolores expectante”. Estas palabras nos describen la clase de dolor que tiene una embarazada cuando está a punto de dar a luz, la creación está en proceso de dar a luz el reino de Cristo sobre la tierra, pero hasta entonces, gime y tiene dolor. Algo importante que nos está transmitiendo este versículo es que ¡Dios mismo espera que Su plan sea concretado cuanto antes! Su plan se concretará, pero Él no puede “acelerar” el proceso, debe actuar de un modo justo y depende de las decisiones que los seres humanos van tomando.

En el versículo 23 leemos que no sólo la creación gime, sino también nosotros (los creyentes cristianos), que tenemos la primera porción del espíritu. Nosotros estamos esperando expectantes que Dios nos redima completamente y nos de ese cuerpo perfecto que no tenga enfermedad ni corrupción. Los versículos 24 y 25 nos alientan a tener esto siempre en mente y mantener la esperanza, siendo pacientes en esta espera.



La acción del Espíritu:Nos ayuda y apela a Dios por nosotros

Versículos 26 al 28

Estos versículos nos hablan de la acción de “el Espíritu” (Cristo) por nosotros. Previamente se nos habló de lo que Cristo hace EN nosotros: testificar que somos hijos de Dios. Ahora se nos explica lo que Cristo hace POR nosotros. Él apela a Dios por nosotros, esto significa que Él se presenta delante de Dios pidiendo a Él por aquellas cosas que necesitamos y que nos edifican. Muchas veces no sabemos qué orar, o no estamos bien “enfocados” como para orar, debido a nuestra humana debilidad. Lo que la Escritura nos dice es que Cristo está continuamente apelando a Dios por nosotros, aún cuando no estamos correctamente alineados con Dios. Esto no es una excusa para dejar de orar, porque Dios necesita de nuestra oración para poder actuar más y más en nuestras vidas, sin embargo, en nuestros peores momentos, tenemos a nuestro hermano Jesús haciendo todo lo posible para nuestro beneficio (v28).

Nuestro Señor Jesucristo no está sentado y cruzado de brazos, sino que está actuando en favor de cada cristiano, en cada momento de nuestras vidas. Él está colaborando en todo aspecto de nuestras vidas, para bien nuestro. No todo lo que vivimos es producido por Dios, porque vivimos en un mundo corrompido y lleno de maldad, sin embargo, en toda situación Dios y el Señor Jesucristo están actuando para bendecirnos, liberarnos y darnos vida y paz.

Lo que DIOS hizo y hará por nosotros por medio de Cristo

Versículos 29 al 32

En esta porción tenemos nuevamente una descripción de lo que Dios hizo y hará por nosotros por medio de Cristo. Los versículos 29 y 30 suelen malinterpretarse, como si dijeran que Dios ya de antemano sabe quiénes serán creyentes y quiénes no, sin embargo, esto iría totalmente en contra de Su disposición de dar libre albedrío a las personas. Cada uno de nosotros es quien decide si creer a Dios o no. Lo que estos versículos transmiten es que Dios con anterioridad planificó dar a la humanidad un Salvador a quien daría vida espiritual, y tener una familia espiritual hecha a semejanza de ese Salvador. Dios había planeado enviar a Cristo y glorificarlo si cumplía su misión y luego, por fe en él, hacer toda una familia espiritual semejante a él. Dios había también planificado que quienes creyeran en Cristo serían llamados, tratados como justos y glorificados. Esto nos indica una cadena de eventos que es inseparable, si hemos creído en Cristo como Señor, Dios nos asegura que seremos tratados como justos (recibiendo la vida perpetua en la era futura) y que seremos glorificados (obteniendo todas sus bendiciones cuando establezca Su reino en la Tierra), estos eventos son inseparables y están asegurados por Dios.

En el 31 y 32 leemos que si Dios está a nuestro favor nadie podrá oponérsenos. Por lo dicho en los versículos previos, es evidente que Dios está a favor de aquellos que han recibido la justicia de Dios por fe en Jesucristo, por lo tanto, nadie podrá interponerse en el cumplimiento de Sus promesas en nosotros. Si Él dio a Su propio Hijo para que podamos ser tratados como justos por fe, es lógico pensar que nos regalará todo lo que necesitemos para estar bendecidos, hacer Su voluntad y llevar mucho fruto.

No hay condena contra los elegidos de Dios:
Nada nos podrá separar del amor de Dios

Versículos 33 al 39

En los versículos 1 al 4 habíamos visto que no hay condena para los que están en Cristo Jesús. La condena de muerte sobre el pecado fue anulada en aquellos que han creído en Cristo como Señor. Aquí se nos amplía la información al respecto.

Los “elegidos” del versículo 33 son los elegidos para tener vida espiritual, son “elegidos” por haber creído en Cristo como Señor. Pablo dice que debido a esta gran obra de Dios en Cristo, ya nadie puede presentar cargos contra quienes han hecho Señor a Cristo. Si Dios, Quien nos trata como justos, no presenta cargos contra nosotros, ningún ser del Universo podrá presentar cargos válidos como para que perdamos la vida espiritual. Si Cristo intercede por nosotros, y nos ayuda, y nos defiende, entonces nadie podrá condenarnos.

En el plano human quizá podamos cometer algún delito grave y seamos encarcelados, aislados por la sociedad o incluso, en algunos países, condenados a muerte. Sin embargo, luego de haber hecho a Cristo nuestro Señor, nada de lo que hagamos hará que perdamos la vida espiritual que Dios nos dio, nada hará que dejemos de ser hijos de Dios, nada podrá separarnos del amor de Dios. En tiempos antiguos, la opresión, la estrechez, la persecución, la escasez de alimentos, la falta de vestimenta, el peligro o la espada podían alejar a una persona de hacer la voluntad de Dios. Jesús mismo dijo, en la parábola del sembrador, que hay quienes reciben con gozo la Palabra en el momento, pero luego tropiezan al ser angustiados o perseguidos por causa de la Palabra, y que hay quienes oyen la Palabra pero ésta no llega a producir fruto en ellos, porque se dejan llevar por el engaño de las riquezas y el afán de esta era (Mateo 4:16-19). Antes de que Cristo fuera sacrificado, estas cosas habrían alejado a una persona del amor de Dios, haciéndolas perder la posibilidad de alcanzar la vida espiritual de la era futura, sin embargo, a causa del sacrificio de Cristo, hoy en día recibimos la vida espiritual por fe en la obra de Cristo y somos hechos hijos de Dios. Esta obra es irreversible, no podemos dejar de ser hijos de Dios, entonces, si después de ser hechos hijos de Dios nos desviamos del camino correcto, podemos perder los beneficios de tener una vida plena llena de frutos espirituales, pero no podemos ser alejados del amor de Dios al punto de perder nuestra redención de la era futura. Por eso Pablo dice que en todas estas cosas somos “en exceso vencedores” (v37) mediante el que nos amó (Cristo) y nada nos podrá separar del amor de Dios, amor que se manifiesta en Cristo Jesús. Por medio de Cristo Jesús Dios manifiesta la plenitud de Su amor, por un lado mostró Su amor a través del sacrificio que hizo Cristo, lo cual muestra una gran entrega de amor y, por otro lado, nos manifiesta actualmente Su amor por medio de la acción actual de Cristo en nosotros.

Capítulo 9

La buena noticia:
Justificación y salvación basada en fe y no en obras

Tristeza por los Israelitas y deseo de salvación por ellos


A lo largo de este capítulo (y también en el siguiente) Pablo comienza a hacer una explicación e interpretación de diversas Escrituras que contenían las promesas dadas a los israelitas, dando el verdadero sentido, el sentido espiritual, de esas promesas.

En estos primeros versículos Pablo expresa su sincera preocupación por los israelitas, y su genuino deseo de que sean salvos. Esto, por supuesto, refleja el corazón de Dios para con los israelitas. Pablo dice que si pudiera oraría para él mismo ser separado de Cristo si así pudiera hacer salvos a los israelitas. Esto nos muestra que aunque Dios desea que ellos sean salvos, no puede “forzarlos” a hacerlo, Dios no puede decidir por ellos, ellos decidieron rechazarlo, sin embargo, Dios realmente desea que crean y sean salvos.

El verdadero Israel y los verdaderos descendientes de DIOS


Esta porción de las Escrituras nos muestran cuál es el sentido verdadero de las promesas de Dios a Israel, cuál es el sentido oculto en las profecías que Dios dio a Israel. Al ver el rechazo de Israel y su fracaso espiritual alguien podría pensar que la Palabra de Dios falló, pero Pablo explica que la Palabra de Dios dada a Israel no ha fallado, ni ha quedado sin cumplimiento, sino que los israelitas no habían podido entender la verdad espiritual que hay detrás de esas promesas.

En primer lugar Pablo habla de la promesa dada a Abraham y explica que Dios considera como Sus “descendientes” a aquellos que han creído en Su promesa de salvación. En otras palabras, no es la descendencia física lo que Dios considera válido para dar salvación a las personas, sino que Dios toma en cuenta la fe que alguien tiene en Sus promesas para tratarlo como justo y hacerlo Su hijo. En el contexto Abraham está siendo puesto como una figura de Dios mismo. Abraham tuvo dos hijos: uno que nació de sus “obras”, teniendo relaciones con su sirvienta Agar, y otro que nació de la “gracia” de Dios, Quien dio vida a los cuerpos de Abraham y Sara para que concibieran a Isaac. El hijo de Agar es el hijo “de la carne” y el hijo de Sara es el hijo “de la promesa” o el hijo “espiritual” (ver Gálatas 4:22-31), ya que Isaac fue fruto de la fe de Abraham y Sara en la promesa de Dios de que él tendría un hijo con Sara. En la figura, tenemos que si bien Dios es el Origen de toda vida, sólo considera “descendientes” suyos a aquellos que tienen fe conforme a la promesa de vida perpetua que hizo, por medio de Cristo. Las obras que son hechas con la carne esclavizan y producen muerte, por otro lado, cuando tenemos fe en las promesas de Dios, Dios produce vida en nosotros y esto nos da libertad.

Después Pablo habla del caso de Rebeca e Isaac. Rebeca también tuvo dos hijos, pero, a diferencia de Abraham, esos dos hijos fueron de un mismo marido. Sin embargo se aplica la misma figura espiritual que con los hijos de Abraham: la promesa de Dios fue en particular para uno de ellos. Cuando Dios habló a Rebeca en Génesis 25:23 dijo que en su seno había dos naciones que estarían divididas y que un pueblo sería más fuerte que el otro, y el mayor serviría al menor. Si bien Dios predispuso de antemano que ellos formen dos pueblos fuertes y que el mayor sirva al menor, esta promesa a Rebeca no señala a uno de ellos como en siguiente antecesor de Jesucristo. Dios había determinado y había prometido que el Salvador sería descendiente de Isaac. Por razones obvias, no podían ambos hijos ser “padres” del Salvador, así que Dios debía escoger a uno para ser el siguiente antecesor de Cristo y esa elección fue conforme a la fe de ellos. Esaú fue hombre de obras, pero Jacob buscó a Dios por fe. Dios amó a ambos hermanos, pero extendió Su promesa al que tuvo fe.

En estos ejemplos vemos el perfecto paralelismo entre Adán, Ismael y Esaú frente a Cristo, Isaac y Jacob. Esaú fue el primer hijo de Isaac, Isaac fue el primer hijo de Ismael y Adán fue el primer hijo de Dios, sin embargo, sus bendiciones como “primogénitos” (Éx. 13:2, 12; 34:19; Lc. 2:23) fueron transferidas por no haber andado en fe. De este modo, Pablo va mostrando que también Israel perdió sus bendiciones como el pueblo “primogénito” de Dios (ya que a ellos escogió Dios primero como SU pueblo) por no haber andado en fe, y esas bendiciones las han recibido el resto de las naciones que tienen fe en Cristo. Esto no significa que los judíos no puedan ser salvos, sino que han perdido sus bendiciones como “pueblo” por no buscar la justicia de Dios por fe. Es así que Pablo va mostrando que las “obras” que parten de la propia iniciativa del hombre nunca sirvieron para obtener la salvación de Dios. Dios no quiere que le sirvamos a nuestro modo, sino a Su manera, creyendo Sus palabras, aceptando Su salvación y obedeciendo Sus mandamientos. Dios ama a toda la humanidad, pero en Su justicia, sólo extiende su salvación a quienes la buscan por fe.

El plan de DIOS para dar a conocer la riqueza de SU gloria


Aquí Pablo nuevamente se adelanta a lo que alguien pueda pensar ante sus argumentos. Alguien podría decir que Dios es injusto por haber actuado del modo en que actuó al dar mayores bendiciones a Isaac y Jacob que a Ismael y Esaú, pero Pablo les recuerda que los términos de una promesa los impone el que promete. Dios se ha dispuesto tener misericordia con los que le respetan y le obedecen (Dt. 7:9-10; 30:1-3; Sal. 103:13; Pr. 28:13; Is. 9:17; Lc. 1:50; He. 4:16), por lo tanto, toda obra que no parte de la fe y obediencia a Dios, por más que al hombre le parezca “buena”, no es suficiente como para recibir la misericordia de Dios (Pr. 14:12; 16:25; 21:2; Is. 55:7; Sal. 25:12).
En el versículo 19 Pablo, otra vez anticipándose a aquello que podrían pensar los que malinterpretaran sus palabras, hace una pregunta: “¿Por-qué todavía está-señalando-la-falta?” Alguien que viene leyendo sin comprender claramente lo que Pablo está queriendo transmitir podría pensar “si Dios decide endurecer a quien Él quiere, entonces ¿Por qué señala la falta?” En otras palabras, si Dios “maneja los hilos” de cada persona, no sería justo que Él castigara a unos y premiara a otros, porque todos estarían haciendo lo que Él quiere. Para responder a esta pregunta Pablo hace otra pregunta: “¿quién se-ha-opuesto a SU ·voluntad?”. En vez de declarar directamente que Dios señala la falta de aquellos que se oponen a Su voluntad, Pablo da su respuesta en forma de pregunta para la reflexión: ¿Acaso Dios va a hacer que alguien haga algo en contra a Su voluntad? En efecto, si Dios “manejara” a cada persona a Su antojo nadie se opondría a Su voluntad, pero como cada persona tiene la capacidad para decidir si hacer o no la voluntad de Dios entonces Dios actúa señalando la falta de los endurecidos y haciendo misericordia con los que le aman y obedecen. Esto pasó con Faraón, Faraón se opuso a la voluntad de Dios esclavizando al pueblo de Israel e incluso atentando contra la vida de ellos, lo cual podría haber cortado con la promesa de Dios de un Mesías de linaje Israelita. Debido a esta clara oposición de Faraón a la voluntad de Dios, Dios tuvo que actuar severamente. El accionar de Dios ante Faraón fue progresivamente poniendo en evidencia cuán duro era el corazón de Faraón (y todo Egipto), que necesitó una dura reprimenda (la muerte de los primogénitos) para dejar ir a Israel. No es voluntad de Dios que las personas mueran o sufran, pero Él debe llevar a cabo Su plan y ha tenido que actuar severamente contra quienes se han opuesto a Su plan de redención para la humanidad.

Luego Pablo da la figura del alfarero, diciendo: ¿O NO tiene autoridad el alfarero sobre el barro para hacer, partiendo de la misma masa, por-un-lado este recipiente para honor y, por otro lado, este otro recipiente para deshonor? Esto puede malinterpretarse como que Dios hace lo que se le antoja con cada persona, pero lo cierto es cada uno de nosotros se convierte en un vaso “para honor” o “para deshonor” conforme a la fe y obediencia que se tiene a Dios. Si leemos el relato de Jeremías 18:1-10 veremos que lo que Dios hace con la “masa” depende de la condición de esa masa. Dios siempre quiere hacer lo mejor con cada uno de nosotros, pero cuando alguno es duro de corazón y no se deja “moldear” por Dios, Dios no puede hacer lo que desea en éste y debe “desecharlo”.[5] Pero el versículo 22 nos muestra que aunque Dios desea mostrar Su ira y dar a conocer Su poder, está reteniendo el debido castigo de los desobedientes, soportando su rebeldía y maldad, con el objetivo de hacer más evidente Su gloria y misericordia en aquellos que le aman.

En los planes de Dios siempre estuvo ofrecer la salvación para toda la humanidad y no sólo para Israel, Él extiende Su misericordia para con todo el que cree, por eso Pablo les menciona las Escrituras que decían que Dios llamaría “MI pueblo” a quienes hasta entonces no eran Su pueblo.

Todo esto que hizo Dios fue minuciosamente planeado de modo de que Dios pudiera dar a conocer la riqueza de Su gloria a todos aquellos que tienen fe y alcanzan Su misericordia (v23). Su plan se centra no sólo en que el ser humano viva en la Tierra perpetuamente, sino en que lo reconozcan perpetuamente como el Padre de gloria, en una relación de pleno amor para con Él.


Promesas de salvación en cuanto a los israelitas

Versículos 27 al 29

Estos versículos tienen un paralelismo con los versículos 1 al 5. En estos Pablo cita versículos del Antiguo Testamento que contienen promesas en cuanto a Israel, en los que se muestra que sólo una parte de Israel (la parte creyente) será salva. También se muestra el amor de Dios sobre ellos, ya que si Dios no hubiese provisto de salvación, todos habrían perecido en sus pecados.

Israel no alcanzó la justicia de DIOS, pero las demás etnias sí

Versículos 30 al 10:4

A partir de aquí y hasta el 10:10 se habla acerca de las diferencias entre la justicia de Dios que se basa en la ley y la que se basa en la fe. En principio leemos que las etnias que no eran judías (no tenían las promesas de Dios de justicia y salvación) alcanzaron la justicia de Dios que es por fe, pero Israel, que tenía las promesas de Dios, no alcanzó la justicia de Dios, porque querían alcanzarla por medio de obras basadas en una ley de Dios y no por fe. Ellos golpearon con la piedra de golpe y con la roca de trampa. La “trampa” u “obstáculo” con el que se encontraron fue, precisamente, el querer “ganarse” la salvación por medio de sus obras. La ley, tenía como objetivo guiar hacia Cristo (10:4), la imposibilidad de cumplirla sirve para mostrar al ser humano su necesidad de un Salvador. Pero los israelitas incrédulos no vieron esa necesidad de un Salvador, porque creyeron que podrían ser salvos por sus obras, esta es la “trampa” en la que cayeron. El problema de los israelitas (en forma conjunta) es que tenían celo por Dios, pero su forma de acercarse a Dios y de querer obtener Su salvación no es conforme al correcto conocimiento de la verdad de Dios, que comunica Su  propósito y plan (v2). Dios planeó una salvación por medio de Cristo, pero ellos quisieron ser salvos por sus propios medios, no comprendiendo la imposibilidad humana de cumplir los requisitos de Dios para ser considerados “justos”.


Capítulo 10

Versículos 1 al 4

(ver comentario en el 9:30 y siguientes)

Justicia y salvación a través de una declaración de fe



Estos versículos son muy importantes para comprender que la justicia de Dios basada en la fe no es algo nuevo, sino que fue ofrecida por Dios desde tiempos antiguos. Algunos cristianos creen y enseñan, erróneamente, que la justicia por fe es una nueva doctrina que apareció con la resurrección de Cristo, sin embargo, ya hemos visto que Abraham fue justificado por su fe, y Pablo ahora explicará que Moisés mismo escribió acerca de la justicia por fe.

Desde el versículo 5 hasta el 8 se nos enseña que Moisés escribió acerca de dos formas de justificación: una basada en la ley y una basada en la fe. Con respecto a la justicia basada en la ley, ésta se resume en que “el hombre, HACIENDO estas cosas vivirá...” Esta forma de justificación era imposible, por eso Dios le dio una segunda opción: una declaración de fe que estaba “cerca”, en la boca y el corazón de una persona. Ésta misma forma de justificación es la que Pablo estaba proclamando, la justificación que proviene de una declaración de fe (v8). Aquí podemos ver que la salvación siempre fue una cuestión del corazón.

Los versículos 9 y 10 nos resumen en qué consiste la justificación y salvación por fe. Son dos de los versículos favoritos del cristianismo y deben ser correctamente comprendidos. Los dos requisitos para salvación aquí mencionados son: (1) decir con franqueza: “Señor Jesús”; (2) Creer en el corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos. Las palabras que he traducido “decir con franqueza” se refieren a que lo que uno expresa con palabras se corresponde con lo que uno piensa y cree en su interior (para detalles técnicos revisar el comentario con respecto al texto). No se trata tan sólo de decir las palabras “Señor Jesús” o “Creo que Jesús es el Señor”, sino de un cambio de mentalidad, un cambio de actitud de parte de una persona que lo lleva a querer cambiar su modo de vida para seguir a Jesús. El segundo punto puede parecer obvio, pero añade énfasis a lo que se está explicando. Creer con el corazón implica creer de verdad, tener un alto grado de seguridad o certeza sobre algo. Por supuesto, si voy a hacer que Cristo sea mi Señor, debo creer que está vivo y que es aquél que Dios dice que fue. Si creo que Jesús fue un hombre más que murió y sigue muerto, no voy a ser salvo. Pero también es posible que yo crea que Jesús está vivo, pero que es un “espíritu” que tomó forma humana y luego volvió al cielo y jamás murió. Si no creo que murió, entonces no puedo creer que Dios le resucitó de entre los muertos y mi fe no es correcta.

Por eso, la salvación no depende tan sólo de repetir una oración en la que se le dice “Señor” a Jesús, sino que requiere de comprender y creer la doctrina básica acerca de la justicia de Dios por medio de Su obra en Cristo, y decidir hacer a Cristo el Señor de nuestras vidas, cambiando nuestra mentalidad (ver Hch. 2:38 y 3:19).

Los versículos 11 al 13 Pablo nuevamente cita las Escrituras antiguas y muestra que Dios desde siempre ofreció una salvación por fe, para todos los que creen, sean judíos o de otras etnias o naciones. Los versículos 14 y 15 nos presentan una serie de interrogantes lógicos: “¿Cómo, entonces, llamarán-sobre Aquél a Quien NO creyeron?” Claro está, no puedo acercarme a Dios si no creo que existe, ni tampoco puedo clamar al Señor Jesús si no creo que existe y está vivo. “¿Y cómo creerán de Quien no oyeron?” No puedo creer nada acerca del plan de salvación de Dios si nadie me lo cuenta, tampoco puedo creer que Cristo es el Salvador si nadie me habla sobre Él. “¿Y cómo oirán separados-de alguno que esté-proclamando la declaración de fe?” No es posible que oiga lo necesario para ser salvos a menos que alguien me proclame la buena noticia de salvación, no se trata tan sólo de oír un lindo relato sobre el amor de Dios, para ser salva una persona debe oír la declaración de fe, necesita oír de la salvación provista por Dios por medio de Cristo. La última pregunta nos dice: “¿Y cómo proclamarán si no fueren-enviados?” Este punto es muy importante, porque nos vuelve a enfocar en nuestra necesidad de la gracia y el amor de Dios. Si Dios no hubiese revelado Su voluntad jamás podríamos conocer Sus requisitos para salvación. O sea que Dios no sólo tuvo que poner en marcha Su plan de salvación para la humanidad, sino que también debió darnos la información necesaria para llegar a ser salvos ¡todo es gracia de Dios! Sabiendo esto, de todo corazón podemos declarar: “¡Qué oportunos los pies de los que están-contando-la-buena-noticia de [las] cosas benéficas!”

El versículo 16 nos informa que a pesar de tanta gracia de Dios, no todos obedecieron (por fe) a esta buena noticia de salvación. El 17 nos da una conclusión para este párrafo, diciéndonos que la fe necesaria para obtener justicia y salvación está basada en un anuncio, pero no cualquier anuncio, el anuncio debe contener la declaración acerca de Cristo, en otras palabras, para que una persona pueda ser salva es necesario que oiga el anuncio de la buena noticia de Dios, la cual habla de Su propósito y plan para la humanidad, el cual es cumplido por medio de Cristo. Una persona no puede ser salva por creer que Dios es bueno, ni por creer que Dios puede sanar, ni por creer que la Biblia es la Palabra de Dios, todas estas cosas son buenas cosas para creer, pero para obtener la salvación de Dios es necesario oír sobre Su plan de redención por medio de Cristo, hay que saber qué pasó con Adán, cuál fue la condición en la que quedó la humanidad por su desobediencia y por qué fue necesario que Dios enviara a Su hijo a una muerte tortuosa para que la humanidad tuviera la posibilidad de vivir perpetuamente en Su reino.

En los versículos 18 al 21 vemos nuevamente citas de las Escrituras que nos enseñan que los israelitas oyeron el mensaje de salvación por fe, pero no creyeron en esa salvación, por lo que Dios les “provocó celos” extendiendo su salvación a otras etnias.

En el 19 Pablo cita Deuteronomio 32:21, donde Dios dice: “Ellos me movieron a celos con lo que no es Dios; Me provocaron a ira con sus ídolos; Yo también los moveré a celos con un pueblo que no es pueblo, Los provocaré a ira con una nación insensata”. Aquí debemos notar que Israel no se puso a adorar a falsos dioses e ídolos con el objetivo de dar celos a Dios, ellos lo hicieron porque no creyeron a Dios para seguir Sus instrucciones y mandamientos. Luego dice que provocaron “celos” en Dios. Los celos o envidia se producen cuando una persona desea una cosa o cualidad que tiene otra persona. Dios deseaba tener un pueblo, una familia de seres humanos, deseaba dar amor y recibirlo, pero en vez de adorarlo a Él, Israel estaba adorando a dioses e ídolos inexistentes. Aunque esos ídolos no existen, Dios dice estar “celoso” y “enojado” contra éstos, porque Él deseaba tener una relación espiritual con las personas del pueblo de Israel y ellos no eran recíprocos con el amor que Dios les demostraba. No pudiendo establecer esta relación de mutuo amor con Israel, Dios iba a hacer pueblo Suyo al que no era Su pueblo e iba a tener una relación espiritual con ellos. Esto Pablo lo cita para nuevamente demostrar que el ofrecimiento de salvación es para toda la humanidad y que esto no es algo nuevo, sino que ya estuvo en la intención de Dios desde tiempos antiguos, como las mismas Escrituras lo testifican.

Los pueblos paganos tuvieron mayor aceptación de la salvación de Dios por medio de Cristo que los israelitas, quienes eran considerados “pueblo de Dios” y tenían la ley de Dios y Sus promesas. Al leer las historias bíblicas sobre Israel podemos ver que, como pueblo, se rehusó a creer y frecuentemente rechazó a Dios haciendo aquello que Dios más aborrecía: adorar a dioses e ídolos inertes. Sólo unos pocos demostraron tener verdadera fe en Dios, obedeciéndole de todo corazón.


Capítulo 11

Israel no obtuvo la justicia de DIOS, pero la elección sí


Aquí se nos explica cuál es la situación espiritual de los descendientes de Israel, el pueblo escogido por Dios. Algo importante que debemos tener en cuenta es que cuando aquí se habla de “Israel” y de las “otras etnias” se lo hace en un sentido generalizado, hablando de ellos como conjunto, como pueblo. Es necesario separar lo que es una referencia generalizada de una individualizada Pablo va a explicar qué es lo que pasa con una nación como conjunto y qué es lo que pasa en los casos particulares.

Dios no expulsó a Israel (como pueblo), no lo alejó de Su gracia, y la prueba era el mismo apóstol Pablo, quien era descendiente de Israel. Si bien Israel falló como conjunto, individualmente aún tienen acceso a la gracia de Dios si es que creen a Dios. En los versículos 3 y 4 Pablo cita las Escrituras, cuando Dios revela a Elías que habían quedado siete mil hombres del pueblo de Israel que no habían adorado a Baal. Con esto Pablo quiere mostrar que ya desde épocas antiguas lo importante para Dios era que los hombres tuvieran fe y le dieran la gloria a Él. Del mismo modo, dice Pablo, también hoy hay un remanente, un grupo reservado por Dios de entre los descendientes de Israel. Este grupo ha sido preservado por Dios no por sus obras, sino por gracia de Dios, la cual extiende en aquellos que tienen fe y le glorifican.

A partir del versículo 7 Pablo dice que lo que Israel busca con esmero (la salvación) no lo obtuvo (como pueblo), pero sí lo obtuvo la elección. Aquí la “elección” se refiere a aquellos individuos israelitas que han creído. En forma conjunta Israel no alcanzó la salvación, pero aquellos israelitas que creyeron sí la obtuvieron.

En los versículos 8 al 10, Pablo cita ciertas Escrituras que hablan del endurecimiento de los israelitas. La cita del versículo 8: “ojos que no pueden ver y oídos que no pueden oír hasta el día de hoy” es de Deuteronomio 29:4, allí podemos ver que éstas palabras las habla Moisés a Israel, que a pesar de haber visto las maravillas de Dios en su escape a Egipto aún no comprendía el propósito y plan de Dios, porque Dios no se los había revelado. Esto muestra que el ser humano no puede comprender los asuntos espirituales de Dios sin la intervención de Dios en esa persona. Pablo aquí cita este pasaje como queriendo mostrar que el pueblo de Israel seguía en la misma ignorancia de los tiempos en que Moisés habló, pero esta vez no porque Dios no haya dado a conocer Su propósito, sino porque ellos estaban alejados de Dios en sus corazones y por eso Dios no les daba sabiduría para comprender el mensaje de salvación que transmiten las Escrituras.

El versículo 9 lo entendemos al comprender que los Israelitas se “alimentaban” de la ley de Dios y querían alcanzar salvación por medio de actos religiosos, sin tener un corazón realmente dispuesto a hacer la voluntad de Dios. De este modo su mismo alimento (la ley) se convirtió en una trampa que los capturó, quedaron cautivos y enredados con sus mismas prácticas y no alcanzaron la salvación provista por Dios por medio de Cristo. Esto mismo (no alcanzar la salvación provista por Dios) pasó a ser la retribución de ellos por su desobediencia y maldad. El deseo de Dios es que todos los hombres sean salvos y comprendan Su verdad (1 Timoteo 2:4), sin embargo, los hombres se excluyen de Su salvación y Su bendición cuando inventan sistemas religiosos de salvación y no buscan glorificarle y no le creen y aman.

La falla de Israel y su consecuencia:
La reconciliación para el resto del mundo


Aquí vemos que si bien Israel, como pueblo, tropezó en su andar, este tropiezo no es tan grave como para hacerlos caer totalmente de la gracia de Dios. Sin embargo, la caída de ellos como pueblo hizo posible que Dios pudiera ofrecer Su salvación a otros pueblos. En realidad, como vemos versículos más adelante, el propósito de Dios fue siempre el ofrecer Su salvación a todo el mundo y no sólo a Israel, y para esto ideó un plan que hiciera entender a toda la humanidad cuán incapaces son de alcanzar el estándar requerido por Dios para la salvación y así poder Dios tener misericordia de todos los que creen en Él, de este modo, la gloria sólo queda para Él.

Analogía con el árbol de olivo

Versículos 16 al 24

En esta sección se compara a cada pueblo con un árbol, siendo Israel el árbol de olivo y el resto de las etnias un olivo silvestre. Aquí se habla de Israel como las “ramas naturales” del olivo y del resto de las etnias como las “ramas injertadas”. En este contexto la “raíz” puede referirse a los primeros hombres que creyeron el mensaje de Dios para salvación y justificación, quizá se refiera específicamente a Abraham, de quien ya Pablo había dicho que era “padre” de todos los creyentes (en el 4:11 y 12). La promesa una herencia en un reino perpetuo fue originalmente dada a Abraham y su simiente, de ahí que Abraham pueda ser considerado como la “raíz” de este olivo. Como habíamos visto en el capítulo 4 y 9, a la vista de Dios los “descendientes” de Abraham no son los que físicamente descienden de él, sino aquellos que son “hijos de la fe” de Abraham, o sea, aquellos que siguen los pasos de fe de Abraham. Del mismo modo, Dios quitó del “olivo de salvación” a las “ramas naturales” que no creyeron e “injertó” a aquellos que creen en Cristo como Señor, haciéndolos partícipes de la misma promesa hecha a Abraham, la “raíz” de este árbol.

Los versículos 19 y 20 suelen usarse para enseñar que si un cristiano no mantiene su fe en Cristo y se mantiene obediente a Dios puede llegar a perder su salvación. Previamente vimos que la salvación y justificación son un acto de Dios que es irrevocable y que una vez justificados tenemos garantizada la vida perpetua en la era futura. Entonces, estos versículos podrían parecer contradictorios, pero hay que tener en cuenta que aquí Pablo no está hablando de individuos sino de pueblos, naciones, etnias, o sea, grupos de personas. Israel falló como conjunto, y fue hecho a un lado para dar lugar a las otras etnias, como conjunto. Pero si las otras etnias (como conjunto) fallan en creer a Dios e Israel (como conjunto) vuelve a creer, ellos volverán a ser “injertados” en su propio árbol. En otras palabras, si bien Dios tiene un trato personal con cada creyente, se puede ver que en un tiempo Dios tuvo un favor especial con todos aquellos que eran descendientes de Israel y hoy tienen un trato especial para con el resto de las etnias y, más adelante, volverá a tener un trato especial para con Israel (como veremos en el versículo 31).

El secreto espiritual:
La falla de Israel y su consecuencia: misericordia para todos


A partir de aquí Pablo comienza a develar un secreto espiritual de Dios, un secreto acerca del plan de Dios, que Dios tuvo previamente oculto y ahora revela. Este secreto es que el endurecimiento que ha ocurrido a cierta parte de Israel (especialmente los líderes) es hasta que entre “la plenitud” de las otras etnias. Conforme a lo que conozco de las Escrituras no puedo precisar qué significa la frase “la plenitud” de las otras etnias. Es posible que Dios haya determinado un número de personas de etnias no israelitas que serán salvas, también puede referirse a la entrada de todos aquellos no-israelitas que tienen la disposición o posibilidad para creer. Lo cierto es que cuando esto suceda, Israel, como pueblo, volverá a ser “pueblo de Dios” y a creer en Sus promesas, y todo Israel será salvado (aquí “todo Israel” probablemente se refiera a todos aquellos israelitas que estén vivos cuando esto suceda).

En el versículo 28 se habla de los Israelitas como “enemigos” de Dios a causa de la buena noticia. La buena noticia revela una salvación basada en fe, tal como leemos en el 1:17. La fe en Cristo nos hace ser reconciliados con Dios para dejar de ser enemigos Suyos. Como los israelitas, como conjunto, no creyeron la buena noticia, aceptando la salvación de Dios por fe, ellos no han sido reconciliados con Dios y, por lo tanto, aún son “enemigos” de Dios. Sin embargo, a causa de la fe de los patriarcas Israelitas y de las promesas que hizo a ellos, Dios aún los ama como nación. En los versículos siguientes Pablo explica que todo esto que ha acontecido en la historia espiritual de los seres humanos fue planeado por Dios de modo de que Dios pueda tener misericordia de todos. Dios fue obrando en el mundo y en la historia de tal modo de que todos podamos comprender cuán miserables somos ante Dios y cuán alejados estamos de Sus estándares de vida y así podamos recurrir a Su misericordia y gracia, eliminando toda gloria propia, de modo que sólo Él sea el ser glorificado.

Pablo culmina con una alabanza a Dios diciendo, en el versículo 36, que “todas las cosas parten desde ÉL y pasan por ÉL y van hacia ÉL”, en otras palabras, Dios es el todo de la creación. Él no sólo es el origen de la creación, sino también el objetivo de ésta. El deseo de Dios, desde el principio, ha sido que Él sea reconocido como el originador de todo, y Quien sustenta todo, y así recibir gloria de toda Su creación. Hoy en día, la corrupción que hay en el mundo físico y el espiritual no glorifican a Dios. A causa de la acción del Diablo y de la caída de Adán muchas cosas existen hoy que no glorifican a Dios, pero al final, cuando todo sea restaurado, ¡toda la creación dará gloria a Dios!


Capítulo 12

EXHORTACIÓN PRÁCTICA

Las responsabilidades del cristiano

Responsabilidades del cristiano para con Dios:
Presentarse como sacrificio vivo para ser transformado



En este capítulo Pablo comienza a exponer el aspecto práctico de toda la doctrina que viene enseñando. En otras palabras, habiendo comprendido todo lo dicho en los capítulos 1 al 11, ésta debería ser la respuesta práctica del cristiano ante lo que Dios ha hecho. De este modo podremos aprovechar al máximo la obra de Dios en Cristo en nosotros, para vivir con la mayor plenitud posible.

Nuestra primera responsabilidad es para con Dios: por medio de la enorme compasión de Dios debemos presentar nuestros cuerpos como sacrificio viviente, santo y complaciente a Dios, en otras palabras, debemos disponernos a cambiar nuestras conductas de modo de servir a Dios con nuestras vidas y hacer aquello que lo complace. Esta entrega a Dios no debe hacerse conforme a nuestros propios estándares humanos, sino que es un servicio de adoración lógico, lo cual significa que nuestro servicio debe estar en correspondencia con Su verdad y voluntad.

Para poder llevar a cabo este servicio de adoración complaciente a Dios es necesario que dejemos de amoldarnos o acomodarnos a esta era. En estos tiempos, el mundo tiene un “molde” preparado, está ambientado de tal forma que pueda satisfacer nuestros deseos pecaminosos y nos sintamos cómodos con eso, por eso es tan fácil “amoldarse” al mundo. Pero como cristianos debemos salir de ese molde y ajustar nuestras vidas a la voluntad de Dios, la cual Él mismo va transmitiéndonos al poner en nuestras mentes los pensamientos que se ajustan a su voluntad.

Lo dicho en estos versículos tiene un estrecho paralelo con el capítulo 6. Allí se nos instruía a dejar de presentar nuestros miembros como implementos de injusticia y comenzar a presentar nuestros miembros en servicio a Dios, como vivos de entre los muertos (6:13). Aquí tenemos una instrucción similar, que es la de dejar de amoldarnos a esta era y ser transformados con la renovación de la mente. Es nuestra tarea dejar de andar conforme a nuestra naturaleza pecaminosa para comenzar a servir a Dios y andar según Su voluntad.

En el versículo 2 la instrucción es a ser transformados por medio de la renovación de la mente. Ni la transformación, ni la renovación de la mente son obras nuestras, sino de Dios. La “renovación de la mente” se refiere a un estado nuevo en la mente que Dios ha creado en nosotros. El pasaje no dice que nosotros debemos “renovar” la mente, como suele enseñarse, sino que dice que debemos “ser transformados por medio de la renovación de la mente”, lo cual es distinto. La renovación de la mente es un recurso que Dios nos ha dado para poder cambiar nuestra conducta y hábitos, es la obra de Dios en nosotros.

Previamente, en el capítulo 7, habíamos visto que hay dos naturalezas en un hijo de Dios. Una de éstas es llamada “carne”, de la cual salen todos los pensamientos pecaminosos (7:18); la otra naturaleza es espiritual, es dada por Dios y es llamada “hombre interior” (7:22) y también “mente” (7:23) para contrastarla con la “carne”.

Trataré de explicar estos conceptos a través de un gráfico. Representaremos al ser humano con un círculo grande y a las dos naturalezas con un círculo más pequeño. La naturaleza espiritual la representaremos con un círculo blanco y la naturaleza carnal con uno negro, de este modo:






Adán y Eva fueron creados perfectos, con mente espiritual y sin mente carnal, de su INTERIOR sólo provenían pensamientos ajustados a la voluntad de Dios.

Sin embargo, ellos tenían la capacidad de recibir información del EXTERIOR. En el exterior estaba la Serpiente, la cual engañó a Eva, quien a su vez arrastró a Adán al pecado. Aunque sus mentes producían pensamientos conforme a la voluntad de Dios, esto no afectaba a su capacidad de decidir, ellos podían decidir hacer lo contrario a Dios, y así lo hicieron.



Luego de la caída, Adán permitió al Diablo obrar en su interior, colocando la naturaleza carnal. Además, Dios tuvo que quitar de él la naturaleza espiritual. Ahora, de su INTERIOR sólo provenían pensamientos y deseos pecaminosos. 

La capacidad de recibir deseos y pensamientos de parte de Dios depende de la presencia del don de espíritu santo en nosotros. La ausencia del don de espíritu santo, luego de la caída hizo que Adán y Eva ya no tuvieran pensamientos conforme a la voluntad de Dios partiendo desde su interior.

A partir de ese momento, todo ser humano nace sin espíritu santo y con la naturaleza de pecado, como herencia de lo que el Diablo hizo en Adán. Por esta causa, nadie puede hacer la voluntad de Dios si no tiene espíritu santo de Dios.

Todos nacemos en la condición heredada de Adán: con naturaleza carnal y sin mente espiritual. Al creer en Cristo como Señor, Dios pone su “simiente” en nosotros, esta “simiente” nos hace ser hijos de Dios y, entre otras cosas, nos devuelve la capacidad de tener deseos y pensamientos que son conforme a la voluntad de Dios.

Sin embargo, la naturaleza carnal no puede ser removida de nuestros cuerpos actuales y sigue conviviendo con nuestra nueva naturaleza hasta el día en que nuestros cuerpos sean transformados para ser como el de Cristo.

De este modo, tenemos dos naturalezas actuando dentro nuestro, las cuales producen deseos y pensamientos opuestos entre sí.


No hay que confundir a estas “naturalezas” o “mentes” con nuestra capacidad para decidir. Ni Dios ni el Diablo pueden “decidir” por nosotros. La capacidad para decidir es algo que Dios puso en el ser humano desde el principio y que jamás ha sido alterada. Sin embargo, es evidente que toda decisión se va a ver en gran manera afectada por la información que tengamos. Si sólo tenemos información negativa en nuestras vidas, nuestras decisiones se harán conforme a esa información y darán resultados negativos. En el campo espiritual, una persona que sólo tiene naturaleza de pecado, desde su INTERIOR sólo recibirá pensamientos pecaminosos, por lo que necesita de información desde el EXTERIOR para poder conocer a Dios y tomar las decisiones correctas (“¿cómo creerán de Quien NO oyeron?” - Ro. 10:14). Pero una vez que una persona cree en Cristo como Señor, Dios coloca en ésta una nueva naturaleza, la cual contiene una MENTE NUEVA, con la capacidad de producir pensamientos de Dios, a ésto se llama aquí “la renovación de la mente”. Esta renovación es obra de Dios en nosotros, para darnos la capacidad de pensar conforme a Su voluntad.

Sin embargo, debido a que la naturaleza carnal sigue estando en nosotros, de nuestro interior aún parten pensamientos pecaminosos. Es así que se produce una constante lucha de deseos y voluntades en nuestro interior, y en nosotros queda la DECISIÓN de actuar conforme a los impulsos, deseos o pensamientos generados por la naturaleza carnal o la espiritual. También sucede que muchas veces hay una línea muy fina entre el pecado y la voluntad de Dios, por eso, no basta con tener espíritu de Dios, el cual nos produce pensamientos benignos desde el INTERIOR, también necesitamos conocer la Palabra de Dios escrita, la cual nos muestra la voluntad de Dios desde el EXTERIOR.

Es así que, en nuestra vida cotidiana, tenemos impulsos y deseos pecaminosos que viene desde dentro, partiendo de nuestra naturaleza carnal, y también tenemos impulsos y deseos pecaminosos  que provienen desde fuera, desde el Diablo, los seres espirituales de maldad, y desde las personas que andan en pecado en el entorno en que vivimos. Por otro lado, tenemos deseos e impulsos a hacer la voluntad de Dios, que vienen desde dentro, partiendo de la nueva mente espiritual que Dios creó en nosotros, y tenemos impulsos a hacer la voluntad de Dios que provienen desde afuera, de la Palabra de Dios escrita, de aquellos cristianos que andan conforme a la voluntad de Dios, y de Dios y el Señor Jesucristo, quienes están constantemente ayudándonos a hacer lo bueno.

Romanos 12:2 no nos dice que nosotros debemos renovar la mente, sino que es Dios Quien nos dio mentes renovadas para que podamos pensar y actuar conforme a Su voluntad. Esto se corresponde con lo dicho en Filipenses 2:13: “Porque Dios es el que produce en vosotros tanto el querer como el hacer, por su buena voluntad” (RV-1960). La renovación de la mente es un acto de Dios, por medio del cual nos ha dado una mente con una nueva capacidad de pensar, esto es lo que Dios prometió al decir: “Pondré mis leyes en la mente de ellos, y sobre su corazón las escribiré” (He. 8:10; 10:16).

Pero es muy importante tener en cuenta que esta nueva mente no nos hace automáticamente perfectos y obedientes. La responsabilidad de andar conforme a esos nuevos pensamientos o seguir andando conforme a los pensamientos de la carne es nuestra. Dios ha hecho y hace todo lo necesario para que podamos andar conforme a Su voluntad y tener vidas plenas, pero en nosotros queda la decisión minuto a minuto de hacer Su voluntad o no, de hacer lo que lo glorifica a Él o lo que nos glorifica a nosotros. Al elegir hacer Su voluntad podremos ir “comprobando” que Su deseo es benéfico y complaciente y completo. En otras palabras, Él desea lo que es mejor no sólo para Su plan y propósito, sino también lo que es lo más benéfico y complaciente para nosotros. Además, Su deseo es completo: cualquier cosa que hagamos que no sea Su voluntad puede ser beneficioso sólo en parte, pero la voluntad de Dios siempre trae un beneficio completo.

Responsabilidades del cristiano con respecto a sí mismo:
Dirigir los pensamientos de modo sano hacia la propia función


En este versículo tenemos descrita la responsabilidad del cristiano renacido con respecto a sí mismo, que consiste en llegar al punto de tener una dirección de pensamientos que sea sana, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno. Pablo hace aquí un juego de palabras compuestas por la palabra raíz phroneö (dirigir los pensamientos, disponer la mente), con el objetivo de dar un gran énfasis a este aspecto. Pablo está enfatizando aquí que la primera preocupación del cristiano, luego de disponer su vida en servicio a Dios, debe ser la de tener los pensamientos bien dirigidos, tener una sana mentalidad que se corresponda con la medida de fe que Dios repartió a cada uno y no tener una forma de dirigir los pensamientos “excesiva”. En la práctica, esto significa no excedernos en cuanto a lo que pensamos sobre nosotros mismos y sobre los demás, ya sea en forma positiva o negativa. No debiéramos pensar que somos más de los que somos, ni tampoco menospreciar nuestra función en el Cuerpo de Cristo. Tampoco debiéramos sobreestimar la actividad o servicio de algunos creyentes y menospreciar a otros.

Dios nos ha dado una mente renovada, con la capacidad de producir deseos y pensamientos que se ajustan a Su voluntad, pero nosotros debemos disponernos a pensar y actuar conforme a esta nueva mente. Nosotros tenemos la responsabilidad de utilizar lo que Dios nos ha dado para forjar un sano carácter y una sana conducta, teniendo en claro nuestra propia importancia en el Cuerpo de Cristo y también la de los demás miembros.

La “medida de fe” que se menciona en el versículo 3 se estaría refiriendo a aquello que Dios específicamente da para creer a cada cristiano, que es diferente de lo que da para creer a otro. Hay una doctrina general, transmitida en la Biblia, que debe ser creída por todos; pero Dios también da a cada creyente algo especial para creer, que tiene que ver con su función en el Cuerpo de Cristo. Por ejemplo, a una persona Dios le instruirá a ser un maestro de la Palabra, y esta será la “medida de fe” que Dios le repartió, es lo que Dios le dio para creer a esa persona. Otra persona quizá sea instruida a preparar un lugar de reunión, otra será encargada de administrar el dinero de la iglesia, otra quizá sirva las mesas, otra será llamada a predicar y evangelizar, etc. Lo que Dios instruye aquí es a que cada cristiano identifique su función y no “dirija los pensamientos en exceso, más allá de lo que es necesario...”, esto quiere decir que el cristiano no debería pensar que la propia función es mejor que la de otro, ni que la función del otro es mejor, o más deseable que la propia. Dios conoce nuestras características y capacidades y nos dio las capacidades y funciones que mejor encajan con nuestro carácter y personalidad y que más provecho traerán a Su plan y también a nuestras vidas particulares. Dios sabe que disfrutaremos de la función que nos dio si la cumplimos fielmente, y que es en ese área donde mayor provecho traeremos a Su propósito y plan. Por eso debemos adquirir una sana mentalidad con la que podamos vernos a nosotros mismos y a los otros creyentes en su correcta perspectiva.

En los versículos 4 al 8 se amplía lo dicho en el versículo 3, mostrando cómo debe funcionar el cristiano en unión a otros cristianos dentro de la Iglesia. Pablo presenta la comparación del conjunto de cristianos con un cuerpo humano, diciendo que los cristianos son parte de un Cuerpo en Cristo. Conforme al versículo 6, podemos ver que cada función de cada miembro es dada por gracia. A cada persona se le dio ciertos regalos de gracia que son especiales para esa persona y que la hacen ser única dentro del Cuerpo y que, a su vez, se complementa con la gracia dada a otros miembros.

Luego se nos da una lista de ejemplos de cómo debe un cristiano dirigir o disponer sus pensamientos, una vez que comprende cuál es su función dentro del Cuerpo. Si uno recibe como regalo de gracia cierta profecía, debe comunicar esa profecía por fe y ocuparse en hacerlo fielmente; si a uno se le asigna una tarea específica debiera concentrarse en hacer bien esa tarea y no distraerse con las tareas o responsabilidades asignadas a otros; si a alguien Dios le dio la capacidad y responsabilidad de enseñar, debe concentrarse en esa tarea, y así con el resto de las cosas enumeradas. Lo que se quiere enfatizar aquí es que cada miembro debiera concentrarse en su propia función. Podemos ayudar a otros miembros y darles apoyo en sus tareas o funciones, pero nuestra principal ocupación debe ser nuestra propia función.

Entre los seres humanos podemos ver ejemplos de personas sin manos que aprenden a hacer con los pies muchas cosas que una persona sana hace con sus manos. Del mismo modo, ante la falla de ciertos miembros, Dios puede hacer Su obra de todos modos, supliendo las necesidades con otros miembros menos preparados, sin embargo, El Cuerpo de Cristo funcionará con su mayor plenitud y potencial si cada miembro está enfocado en su propia función y se conecta en Cristo con los otros miembros para la mutua edificación y crecimiento.

En resumen, toda esta sección nos muestra que la responsabilidad de un cristiano con respecto a sí mismo es lograr una sana mentalidad, que consiste en reconocer su propia función dada por Dios y concentrarse en hacer bien su parte, reconociendo también la incapacidad que existe de cumplir otras funciones y la necesidad que tiene de conectarse con los otros miembros conforme a la guía de Cristo en su corazón.

El “molde” que existe en esta era lleva a la persona a la búsqueda de la independencia y la autosuficiencia, por otro lado, los pensamientos “renovados” que Dios coloca en nuestras mentes nos conducen a la total dependencia de Dios y la inter-dependencia entre cristianos ¡todos los miembros necesitamos de todos los otros miembros!

Responsabilidades del cristiano para con otros cristianos:
Conducirse en amor unos a otros


En estos versículos se exponen las pautas básicas para nuestra relación con los otros cristianos. Aquí el eje es el amor. Por un lado, la instrucción es a practicar o manifestar un amor genuino, sin hipocresía, lo cual consiste en llegar a detestar lo maligno, lo que causa daño y adherirse a lo benigno, o sea, a lo que es benéfico y causa el bien. No se trata tan sólo de recibir con una sonrisa y una bendición al otro cristiano, sino de interesarse genuinamente por éste, buscando edificarlo de algún modo y no haciendo nada que pueda causarle daño.

La palabra traducida “amor”, en el versículo 9, es agapë, que es aquel amor que es la respuesta obediente a los mandamientos de Dios. Este amor no se centra tanto en las emociones y sentimentalismo, sino en la comprensión y práctica de aquello que es justo, correcto y benéfico conforme a la voluntad de Dios. Es un amor en obediencia a Dios. Luego, en el versículo 10 se habla de un “afecto de hermanos” (griego philadelphia), que es una clase de amor que involucra sentimientos, involucra una fuerte unión afectiva. Más adelante en el mismo versículo se usa otra palabra (philostorgos), que denota simultáneamente un afecto de familia y de amigo, lo cual es una clase de amor más fuerte y sentimental, que es recíproco. Estas tres palabras nos indican un crecimiento en el amor de unos hacia otros. En un principio, el cristiano puede amar a otro cristiano tan sólo como respuesta al amor de Dios, pero debe fortalecer esa relación al punto de llegar a desarrollar un afecto de hermanos, que a su vez llegue a una fuerte unión afectiva en la que uno se considera unido al otro no sólo como familiar sino también como amigo.

La siguiente instrucción que vemos es: “En cuanto al honor: adelantándose-para-guiar unos-a-otros”. Esto significa que no debiéramos esperar a que el otro haga un acto honorífico para nosotros hacer lo mismo, sino que tendríamos que tomar la delantera en todo aquello que es honorífico, que honra a Dios, para ser nosotros ejemplos para los otros. En términos generales, las personas muchas veces tienen el deseo de hacer ciertas cosas, pero no las hacen porque no es la práctica común, por lo que esperan a que otras personas, más valientes u osadas, tomen la iniciativa, para luego ellos seguirlos. Lo que la Biblia nos dice aquí es que tenemos que desarrollar un carácter tal con el que podamos nosotros tomar la iniciativa en hacer todo aquello que es honorífico y que honra y glorifica a Dios. Actos honoríficos pueden ser: hablar sin decir groserías; vestirse adecuadamente, sin ostentar ni ser provocativos; dar prioridad en la fila a un anciano; ir a visitar a un enfermo; negarse a cumplir la orden de un jefe que nos pide algo incorrecto o injusto; confrontar con las Escrituras a un líder que está desviando a los cristianos que conduce; mantener la calma y compostura en situaciones tensas o desagradables; devolver dinero u objetos perdidos; orar por una persona enferma que recién conocemos, etc. Todo aquello que hacemos conforme a la voluntad de Dios y que honra a Dios puede considerarse un acto de “honor”, pero los actos que he mencionado son cosas que a las personas les suele dar vergüenza hacer, no porque sean incorrectas, sino porque la “mayoría” no las practica. Lo que Dios nos dice aquí es que tomemos la delantera para hacer lo que es correcto y honorífico, y así seamos ejemplos o “guías” para otros en aquello que hacemos.

La siguiente instrucción es a no ser pusilánimes en cuanto a la eficiencia, sino “hervir” en el espíritu, siendo esclavos del Señor. Ser “pusilánimes” significa echarse atrás en una tarea, ya sea por miedo o por pereza. El “molde” de esta era conduce a las personas a intentar hacer el menor esfuerzo en sus vidas, intentando obtener el máximo beneficio. En términos generales, si las personas pudieran vivir cómodamente sin hacer ningún esfuerzo, lo harían. Pero los pensamientos renovados que Dios pone en nosotros nos señalan que debemos ser eficientes en nuestro trabajo para Dios y no sólo eso, un creyente espiritualmente sano va a estar “hirviendo” por servir a Dios por medio de Cristo.

Además, la Palabra nos dice (en el versículo 12) que debemos regocijarnos en la esperanza, siempre debe estar presente en nosotros la promesa firme hecha por Dios, de que en el futuro Dios restaurará la Tierra y nos hará vivir perpetuamente en un reino de justicia. Con esto en mente, podremos ser pacientes ante la opresión para no desesperarnos y abandonar nuestro servicio a Cristo. Pero todo esto no será posible sin la oración, por eso la instrucción no es tan sólo a orar, sino a “apegarse” a la oración: enfáticamente se nos instruye a no despegarnos de la oración, que la oración esté siempre presente en nuestras vidas.

Sumado a esto, el versículo 13 nos indica que debemos participar de las necesidades de los santos. Aquí “participar” implica que  no sólo hay que dar algo para las necesidades de otros cristianos, sino que hay que SER PARTE de esas necesidades, deberíamos llegar al punto de sentir las necesidades de otros cristianos como nuestras, con esta mentalidad no sólo daremos algo de dinero que nos sobra para ayudarlos, sino que daremos también de lo que en verdad nos cuesta, lo cual no sólo incluye dinero, sino también de nuestro tiempo, esfuerzo, trabajo, consejo, aliento, sabiduría o lo que sea que pueda suplir la necesidad de esa persona.

Por último vemos la instrucción a perseguir el afecto por los invitados. El “invitado”, en este contexto, puede interpretarse como refiriéndose a un “invitado” a una casa o como un “invitado” en la congregación, refiriéndose a aquella persona que no es parte de la reunión o congregación consolidada. Yo me inclino hacia esta segunda opción, pero sea una o la otra, la instrucción general no varía mucho: Si somos duros o apáticos con las personas invitadas (ya sea en la reunión o en nuestras casas), éstas percibirán rechazo, se sentirán excluidas o menospreciadas y es muy probable que no vuelvan a la reunión (o a nuestra casa), o que sigan yendo, pero sin sentirse del todo cómodas hasta pasado cierto tiempo. Por eso la instrucción que nos da Dios aquí, por medio del apóstol Pablo, es a ser afectuosos y recibir bien a estas personas, de este modo las llevaremos a Cristo y las haremos parte funcional del Cuerpo. Hay que notar que esto no quiere decir que debamos abrirle las puertas de nuestra casa o de nuestra reunión a cualquiera, por supuesto, es lógico y prudente evitar traer gente de peligro a la reunión, por eso debemos estar en comunión con Dios y el Señor y orar para saber cuándo es conveniente hacer entrar a alguien en la reunión o en nuestra casa y cuando no. Pero una vez que hemos invitado a una persona, no deberíamos ser hostiles con ésta.

Todos estos son mandamientos para el cristiano renacido, si bien Dios pone en nosotros pensamientos renovados que nos dirigen a hacer Su voluntad, todavía está en nosotros el seguir o no a esos pensamientos. Todas estas instrucciones están en forma de mandato porque no se producen automáticamente en un cristiano, sino que el cristiano debe decidir ponerlas en práctica. Dios no nos fuerza a hacer Su voluntad, Él nos dio una mente renovada que genera deseos de hacer Su voluntad, pero queda en nosotros el elegir hacerla o no.

Responsabilidades del cristiano para con los que no son cristianos:
Vencer lo que es malo con aquello que es benigno


En estos versículos vemos las instrucciones en cuanto a cómo debe conducirse un cristiano con respecto a las personas que no son cristianas. El mandamiento de Dios es no maldecir, ni siquiera a los que nos persiguen (para hacer algún daño). “Maldecir” implica no sólo lo que decimos, porque las palabras son reflejo de nuestro interior, así que es en nuestro interior que debiéramos eliminar todo resentimiento y deseo de mal contra aquellos que desean hacernos (o nos han hecho) daño.

La siguiente instrucción es la de regocijarse con los que se regocijan y llorar con los que lloran. Por supuesto, no es necesario que finjamos risas cuando estamos con alguien que está alegre y que finjamos lágrimas cuando nos cruzamos con alguien que llora. Aquí hay una expresión idiomática que tiene el sentido de ponernos en el lugar del otro para encontrar la forma de edificarlo. El contexto nos muestra que esta instrucción no es a llorar con los CRISTIANOS que lloran y regocijarnos con los CRISTIANOS que se regocijan, sino con que está hablando de los que no son cristianos. Lo que se nos quiere mostrar aquí es que debemos ponernos en lugar del otro aún cuando no sea de la familia de Dios.

Luego se habla de no dirigir los pensamientos hacia los altos, sino más bien ser llevados junto con los bajos. Como expliqué en el comentario con respecto al texto, aquí “los altos” y “los bajos” probablemente hagan referencia a la condición social de las personas del mundo. La tendencia natural es la de aspirar a puestos altos de la sociedad, ya sea en busca de dinero, fama, gloria o poder político o social. En el “molde” de esta era, los seres humanos suelen admirar a aquellos que tienen altas posiciones sociales o políticas y aspiran ser como ellos, pero en la mente renovada que Dios nos da, no son éstos los hombres a admirar, no es hacia ellos que debemos dirigir los pensamientos. Luego se nos dice que debemos “ser llevados junto con los bajos”. “Ser llevados junto con” no es lo mismo que “dirigir los pensamientos hacia”. No es que debamos aspirar a ser como los que están abajo, lo que Dios quiere es que los acompañemos y ayudemos en su condición. La tendencia de las personas es la de buscar rodearse de personas importantes e ir descartando a las que considera de más baja condición, lo que Dios quiere es que nuestros pensamientos estén centrados en cumplir nuestra función en el Cuerpo de Cristo, en obediencia a Dios, y que no nos apartemos de los de más baja condición, sino que vayamos junto con ellos, ayudándolos a conocer la salvación de Dios en Cristo Jesús.

En el versículo 16 también leemos: “No lleguen-a-ser pensantes con-respecto-al beneficio propio” En este caso el “ser pensantes” se refiere también al lugar en que uno dirige o centra los pensamientos. Obviamente toda persona debe procurar no sólo el beneficio de otros sino también el propio, la instrucción de Dios aquí no es a dejar de pensar en nuestro propio bienestar o beneficio, sino a que éste no sea el eje de nuestras vidas y pensamientos. Servir a Dios debe ser nuestro foco y Él proveerá de todo lo necesario (Mt. 6:33).

En el 17 y 18 se instruye al cristiano a no retribuir algo malo con otra cosa mala, sino más bien premeditar hacer cosas buenas en presencia de todos los hombres (todas las personas) y que, en cuanto dependa del cristiano, que esté en paz con todos los hombres (y mujeres). Esto quiere decir que no siempre es posible estar en paz con todos, porque a veces las personas no quieren estar en paz con nosotros a pesar de nuestros esfuerzos de conciliación.

En el 19 la instrucción es a no hacer justicia por mano propia sino dar lugar a la ira de Dios, o sea, a dejar que Dios se encargue de hacer justicia sobre aquellos que hacen el mal. Esto tampoco debe tomarse como una instrucción a no hacer nada ante la opresión y maldad de otras personas, sino más bien a no buscar cobrar venganza luego de que un mal fue hecho. Lo que no debemos hacer es buscar hacer un daño a una persona como retribución de un mal que nos hizo, sin embargo, otros pasajes de las Escrituras nos muestran que tenemos todo el derecho y la responsabilidad de cuidar nuestras vidas y las de otros defendiéndonos de un agresor y acudiendo a las autoridades para que se les dé el castigo legal correspondiente (veremos más de esto en el capítulo 13).

El versículo 21 resume toda esta instrucción diciendo: “no seas-vencido por lo que es malo, más-bien vence lo que es malo con aquello que es benigno”. Cuando pagamos un mal con otro mal, llenándonos de ira, rencor y amargura, estamos siendo vencidos por lo que es malo. Como cristianos, debemos llevar la victoria de Cristo a nuestra vida social, venciendo el mal que hay en el mundo con actos benignos, o sea, acciones que produzcan cosas buenas, correctas y provechosas, que son aquellas que se hacen conforme a la voluntad de Dios, dictada en nuestros corazones por medio del don de espíritu santo.

Capítulo 13

Responsabilidades del cristiano para con las autoridades:
Someterse


En estos versículos tenemos la instrucción específica de Dios a sujetarnos a las autoridades. Si bien algunos toman estos versículos como haciendo referencia a las autoridades de una iglesia o congregación, el contexto claramente nos muestra que se trata de autoridades civiles, tales como gobernadores, jueces, etc.

El primer versículo nos indica que no existe autoridad sino por acción de Dios y que las que existen están allí porque Dios ha actuado para ordenarlas. Esto no significa que Dios haya puesto a tal o cual persona en su puesto de gobernador, juez, general, comisario, etc. Lo que indica es que la voluntad de Dios es que existan autoridades. Para que haya orden en el mundo es necesario que exista un rango de autoridades civiles. En forma ideal las autoridades debieran aplicar las leyes y principios de Dios para poder mantener  una nación en orden. Una nación o pueblo va a funcionar bien siempre que tenga un sistema de autoridades que regule su funcionamiento, el óptimo funcionamiento de un sistema de autoridades se produce cuando éste se basa en instrucciones bíblicas y cuando las personas encargadas de hacer cumplir la ley están en una comunión con Dios.

La Biblia nos muestra que el mejor gobierno que hubo sobre la Tierra hasta ahora fue el reino de David. Hoy en día se quiere hacer creer a las personas que la mejor forma de gobierno es la democracia, algunos creen en el socialismo, el capitalismo, y otros “ismos”. Pero la Biblia nos muestra que el mejor gobierno que ha habido fue una monarquía absoluta y que el mejor gobierno humano que existirá será una monarquía absoluta, cuando el Señor Jesucristo gobierne sobre la Tierra. Por lo tanto, no es el sistema de gobierno el que falla en nuestro tiempo, sino las personas que gobiernan. El sistema de autoridades que Dios diseñó es bueno para el hombre, pero la corrupción humana es lo que hace que este sistema se haya corrompido y haya sido dejado de lado.

Entonces, cuando aquí se habla de “autoridades”, debemos entenderlo como hablando del sistema de gobierno en sí, y no de las personas que están en funciones de poder, porque obviamente no es la voluntad de Dios que muchos de ellos estén en tales funciones de autoridad. Es así que el versículo 2 nos dice que aquél que se resiste a la autoridad, aquél que no acepta tener gobernadores, superiores, o personas que regulen y controlen la conducta de las personas en una nación, está oponiéndose a la voluntad de Dios.

El versículo 3 nos dice por qué es que Dios desea que existan autoridades sobre la Tierra: para infundir temor a los que hacen el mal. El “bueno” desea hacer lo correcto y suele ser reprendido de hacer lo malo por su propia conciencia, sin embargo, quien es de corazón perverso sólo se frenará de hacer el mal si “teme” al castigo que pueda aplicársele al hacerlo. Un sistema de gobierno con diferentes rangos de autoridad es necesario para limitar los actos malignos y dar cierta seguridad y tranquilidad a los que quieren vivir en paz y hacer el bien. Este sistema de autoridades será necesario hasta que la Tierra sea restaurada y el mal sea suprimido definitivamente de ésta (1 Co. 15:20-26), hasta entonces, la voluntad de Dios es que exista un sistema de autoridades civiles que mantenga el orden castigando con justicia a los que hacen el mal.

Conforme a lo que leemos en los versículos 3 y 4 vemos que en el caso ideal, una autoridad civil está al servicio de Dios para controlar que se haga lo bueno y aplicar un justo castigo al que hace lo malo. En el 4 leemos que “no en vano lleva-consigo la espada”. En aquellos tiempos no existía una policía, separada de la milicia, sino que los mismos soldados eran los que cuidaban las calles. Su arma de ataque era la espada, y estaban autorizados a matar si tenían resistencia; además, en aquellos tiempos también existía la pena de muerte para muchos crímenes graves. Dios, lejos de hablar “horrorizado” por estas prácticas y llamar a una “revolución” en contra de tales “prácticas inhumanas” (como se las llama hoy), instruyó a los creyentes a sujetarse a las autoridades y a respetar el sistema de autoridad existente. Esto no quiere decir que uno deba consentir con policías, jueces y gobernadores injustos o corruptos. Siempre que podamos deberíamos actuar para que las funciones de autoridad sean ocupadas por personas que obren con justicia y equidad, lo más ajustados a la voluntad de Dios, pero también debemos respetar las leyes que existen, siempre y cuando no nos impidan hacer la voluntad de Dios (recordemos que Pedro y Juan tuvieron que desobedecer una orden de las autoridades del su tiempo para poder seguir predicando el Evangelio, en Hechos 4).

El versículo 5 habla de que existe una necesidad de someterse a la autoridad, no sólo por la ira (el castigo que pueden aplicar) sino también a causa de la conciencia. En otras palabras, sabiendo que la voluntad de Dios es que los cristianos se sujeten a las autoridades, no hacerlo generaría no sólo un problema legal, sino también un problema de conciencia, por estar desobedeciendo a Dios.

En el versículo 6 se habla del pago de tributos. En aquella época los judíos estaban bajo la cautividad de Roma, y debían pagar un impuesto especial como “pueblo conquistado”, esto es lo que aquí se traduce “tributo”. Por otro lado, los “impuestos” consistían en el pago que daba los propios ciudadanos de una nación para su gobierno. Aquí Pablo les estaba diciendo que sus tributos (el pago dado como pueblo conquistado) servía para el sostén de estas autoridades. Dios les instruyó aquí a cumplir aún con este pago, que a muchos podría parecer injusto (comparar con Mt. 22:17-21).

Responsabilidades del cristiano para con las personas en general:
Andar en amor


Luego de hablar sobre cuál debe ser la actitud y conducta del cristiano con respecto a las autoridades civiles, Pablo vuelve a hablar sobre la conducta del cristiano para con las personas en general. En el versículo 7 él une este nuevo tema con el anterior, diciendo que a nadie hay que deber nada sino el amarnos unos a otros. Esto sirve para enfatizar el hecho de que toda “deuda” puede ser saldada, pero no el amor, el amor debe estar siempre presente, jamás debiéramos dejar de amar a otros con el amor de Dios.

Los versículos 8 al 10 nos exhortan a practicar el amor según Dios (en griego agapë). En el capítulo 12, versículos 9 al 13, se habla del amor entre cristianos, y se usan palabras que refieren a un “afecto de hermanos”, “afecto de amigos” y “amor de familia”, las cuales indican un profundo afecto. Esas palabras no están presentes en esta instrucción, porque aquí no se habla del amor entre hermanos en Cristo, sino de amor hacia las personas en general. Muchas veces no es posible desarrollar un profundo afecto por persona que no son cristianas, pero siempre podemos amarlas con el amor de Dios, el amor que es consecuente a nuestra nueva naturaleza espiritual. Amar con el amor de Dios (en griego agapë) significa actuar del modo en que Dios actúa, mostrando misericordia, bondad, compasión, gracia, perdón, etc., para con otras personas, aún las que se nos oponen.

Estos versículos nos hablan de amar al “diferente” y al “cercano”. El “diferente” se refiere al que no es creyente cristiano, el “cercano” se refiere a las personas que nos rodean. Aún si no sentimos afecto por estas personas, nuestro deber como hijos de Dios es conducirnos con amor, siendo reflejo de la naturaleza de Dios. Al hacer esto, un creyente “completa” la ley. Una persona podría llegar a cumplir los mandamientos dados por Dios (no cometer adulterio, no asesinar, no robar, etc.) sin estar “amando”, sino tan sólo por temor a un castigo civil, o por cierto respeto a la moral impuesta por sus padres. De este modo, esa persona estaría obrando conforme a las leyes de Dios, pero su andar no sería “completo”, porque lo que hace no lo hace con un corazón correcto, si no hay verdadero amor de Dios detrás de nuestras acciones, no estaremos cumpliendo la ley de un modo completo. Pero cuando realmente actúa por amor no sólo cumplirá los mandamientos de Dios, sino que muchas veces hará cosas que la ley no manda, y se abstendrá de cosas que la ley no prohíbe con tal de dar bendición y edificación a otros.

Responsabilidades del cristiano con respecto a sí mismo:
Vestirse del Señor Jesucristo

Versículos 11 al 14

En este párrafo se nos alienta a hacer estas cosas (las que han sido previamente mencionadas) sabiendo que la salvación final, el día de nuestro encuentro con Cristo, está cada vez más cerca. La “temporada” en que estamos viviendo es la temporada en que Dios ha hecho disponible recibir salvación y justificación por hacer a Cristo el Señor de nuestras vidas. Es la temporada en que por medio de la fe tenemos acceso a la gracia de Dios por medio de la cual somos salvos y podemos andar en comunión con el Padre celestial. Sabiendo que estamos viviendo en esta temporada, debemos aprovecharla para acercar la salvación al mundo. Esta no es temporada de juicios y venganzas (lo cual la Biblia muestra que será ejecutado por Dios en el futuro), sino de extender misericordia, compasión, perdón y amor para que las personas sean salvas y vengan al conocimiento de la verdad (1 Ti. 2:4; 1 Co. 10:33; 2 Pe. 3:9). En el 11:25 Pablo dijo que existía cierta dureza en parte del pueblo de Israel, hasta que “entre” la plenitud de las otras etnias o naciones, luego todo Israel será salvo. Por eso, podemos entender que en la medida que se va predicando la Palabra de Dios al mundo y más gente va creyendo en Cristo como Señor, aceptando la salvación de Dios, más se va acercando la salvación final (cuando lleguen los tiempos finales de restauración). ¡El día de nuestra reunión con Cristo está cada vez más cerca y, con más razón deberíamos despojarnos de toda conducta impropia y ajustarnos a la voluntad de Dios!

Al final de estos versículos se nos da una clave importante para dejar las conductas pecaminosas, que es: dejar de hacer premeditación sobre cómo suplir los deseos intensos de la carne. Nuestra naturaleza carnal imprime en nuestro ser deseos intensos de hacer cosas contrarias a la voluntad de Dios, cosas como las que se nombran en los versículos anteriores: las fiestas, borracheras, promiscuidad sexual, falta de moral, etc. Dios nos instruye no sólo a no participar en estas cosas, sino a cortar el problema de raíz y evitar siquiera pensar en estas cosas. Todo pecado comienza con el pensamiento, muchas veces, para involucrarnos en estos pecados debemos “premeditar” los pasos a seguir o incluso cuán “conveniente” o “divertido” será hacerlo, Dios dice: “dejen de premeditar” estas cosas.

Capítulo 14

Responsabilidades del cristiano para con otros cristianos:
No juzgar ni despreciar a otro cristiano a causa de su fe


Versículos 1 al 15:4

En este capítulo el apóstol Pablo pasa a dar instrucciones sobre cómo debe conducirse un creyente que está fuerte en su fe con respecto a otro creyente que está débil en la fe y viceversa. Lo primero que dice Pablo es que aquellos creyentes de mayor madurez espiritual deben acercar hacia sí y tener un cuidado especial por los creyentes que están débiles en la fe en algún área en particular, aclarando que esto no es para exponer o discutir sobre los razonamientos que ellos tienen (por los cuales les cuesta creer en algunas promesas de Dios), Dios no quiere que vayamos al “choque” con un creyente que le cuesta creer algún aspecto particular de la Palabra de Dios.

Pablo pone como ejemplo de “debilidad” en la fe el hecho de comer sólo vegetales y no comer carne. Conforme a la instrucción bíblica, Dios había catalogado ciertos animales como “limpios” y estaba permitido comerlos (leer levíticos 11),  sin embargo, había en aquellos tiempos personas que consideraban la carne como un alimento “impuro”. En el versículo 2 Pablo dice que un creyente maduro cree (correctamente), que tiene permitido comer toda clase de alimentos, pero el que en esa área es débil en la fe sólo come vegetales (porque creer que comer carne es pecado). Dios entonces dice que el que suele comer no debe despreciar al que no suele comer, y que el que no suele comer, no debe juzgar al que suele comer. Lo que se nos da a entender aquí es que aquél que es maduro en la fe (que suele comer de todo) no debe menospreciar al débil en la fe (que sólo come vegetales), pero el débil en la fe tampoco debe juzgar al maduro.

Estas instrucciones están puestas como ejemplo para que si hay diferencias de creencias (entre cristianos) en cuanto a ciertas prácticas en particular (que no ponen en riesgo la relación con Dios), que no se genere división, sino que vayan creciendo juntos en su fe y obediencia a Cristo.

En el versículo 4 Pablo, con una pregunta retórica, dice que no tenemos derecho de juzgar la manera en que sirve un sirviente ajeno, con esto está queriendo hacernos ver que nuestros hermanos creyentes no nos están sirviendo a nosotros, sino al Señor Jesucristo. Por lo tanto, si el Señor no condena ni excluye de Su presencia a los débiles en la fe, tampoco nosotros debiéramos hacerlo.

En el versículo 5 Pablo habla de cómo actúan las personas conforme a las fechas del año. Hay personas que separan algunos días y los juzgan como “especiales” o como mejores que otros días, pero, por otro lado, hay creyentes que no consideran las fechas como algo que da mayor valor a un día. Lo que Dios desea es que no haya divisiones entre los cristianos, ni críticas de unos hacia otros en este aspecto tampoco, siempre que el corazón sea el correcto. Cada uno es responsable de su mente y conciencia y debe trabajar en sí mismo para llegar a estar plenamente convencido de que lo que hace es la voluntad de Dios, ya sea que separe o no algún día para hacer cierta actividad especial o algún festejo o conmemoración para Dios. Ciertamente, debemos hacer la voluntad de Dios siempre, sin importar la fecha, pero si las personas desean separar un día especial para hacer algo que normalmente no hace, esto no debiera ser motivo de disensión para con los otros creyentes.

Los versículos 6 al 9 nos dicen que sea lo que sea que hagamos debemos hacerlo para el Señor. Lo que vivimos, debemos vivirlo para el Señor, y lo que morimos (aquellas cosas que dejamos de lado en pro de hacer la voluntad de Dios), debemos morirlo para el Señor. Por eso los versículos siguientes nos instruyen a no juzgar ni despreciar a los hermanos en Cristo, ya que todos los que han creído en Cristo como Señor estarán perpetuamente en la presencia de Dios. Si algo hay que “juzgar”, dice Pablo en el versículo 13, juzguemos esto: “no poner piedra de golpe al hermano, ni trampa”. Las críticas en cuanto a ciertas conductas erróneas de otros creyentes pueden conducir a esa persona a separarse del grupo o generar discordias, lo mejor es ser prudentes y pacientes para con los creyentes “débiles” en fe (cuando sus conductas parten de una falta de madurez espiritual y no de un mal corazón, con malas intenciones).

En los versículos 14 al 16 Pablo no habla sobre la higiene o el valor alimenticio de las comidas, sino que trata de transmitir que el valor de nuestras acciones depende del corazón con el que las hacemos. Aún si comiéramos algo “puro”, si esa acción afecta en alguna manera a un hermano en Cristo, entonces la acción pasa a ser “impura” a causa de lo que genera en el otro. Lo que se quiere enfatizar aquí es que en todo lo que hacemos debemos tener en cuenta la edificación de todo el Cuerpo de Cristo y no tan sólo el beneficio personal. Los versículos 17 al 19 nos remarcan que en el reino de Dios no es tan importante la comida y bebida, sino la justicia y paz y gozo, lo cual se logra haciendo la voluntad de Dios, la cual es transmitida a través del don de espíritu santo en nosotros. Si actuamos como esclavos de Cristo, haciendo Su voluntad, seremos complacientes con Dios, y por eso siempre debemos buscar hacer lo que contribuye a la paz y a la edificación de todos.

En el versículo 20 Pablo da la instrucción de dejar de derribar la obra de Dios a causa de la comida, o sea, si lo que comemos puede perjudicar a otro creyente “débil en la fe”, aunque esa comida sea correcta y aprobada por Dios, deberíamos no comerla en esa circunstancia, para no perjudicar al otro. Pablo usa la comida como ejemplo, quizá porque era una frecuente causa de tropiezo en su época, sin embargo, esto debe tomarse como una instrucción general a buscar la paz y la edificación y a no colocar obstáculos con el que otros puedan golpearse, en ninguna situación o actividad de nuestras vidas.

En el versículo 22 nos comunica que aunque uno esté plenamente seguro de que ciertas acciones que hace son conforme a la voluntad de Dios, de todos modos hay que también tomar en cuenta cómo pueden esas acciones afectar a la fe de otros cristianos. Si yo estoy seguro de que cierta acción es correcta delante de Dios, pero sé que puede afectar al entendimiento o la fe de otro creyente, entonces no la haré, para que no perjudique a esa persona, o la haré cuando esté a solas con Dios, o con otros creyentes maduros, o cuando la persona en cuestión haya madurado en su entendimiento de la voluntad de Dios. El versículo 23 debe entenderse en este contexto, si yo estoy dividido en la mente sobre si hacer algo o no, si lo hago, estaré pecando, porque no lo hago con fe (con plena certeza en la información dada por Dios).

El versículo 23 concluye diciendo que “todas las cosas que no se hacen desde fe son pecado”. “Fe” puede definirse como actuar en base a la certeza y convicción sobre una promesa o instrucción de Dios, es actuar en base a una información recibida por parte de Dios.[6] Esto quiere decir que todo aquello que no hacemos en obediencia a una información dada por Dios es pecado. Como habíamos visto en capítulos previos, una “transgresión” consiste en infringir una “ley” de Dios, por otro lado, el pecado es mucho más amplio, ya que consiste en no actuar en plena conformidad a la voluntad de Dios. Una vida sin pecado sería equivalente a vivir tal como vivió Cristo, Quien dijo que no hacía nada que no oyera del Padre (Jn. 5:30).

En los primeros versículo del capítulo 15 Pablo continúa hablando de cómo los fuertes en la fe deben apoyar a los débiles, y ahora introduce el ejemplo del Señor Jesucristo. Pablo enseña que cada uno de nosotros debiera buscar la complacencia de otras personas, teniendo la mira puesta en hacer cosas benéficas que edifiquen a las otras personas. El objetivo es que glorifiquemos a Dios unánimes y mantengamos la esperanza que nos transmiten las Escrituras.

Capítulo 15

Versículos 1 al 4

(Ver comentario en el capítulo 14)


CONCLUSIÓN

El anuncio de la buena noticia de Dios

Propósito de Pablo en su carta y su obra:
Contar la buena noticia acerca de Cristo

Versículos 5 al 21

A través de estos versículos, Pablo expresa su deseo de que Dios los edifique al punto de que lleguen a tener una forma de dirigir sus pensamientos que sea conforme al patrón dejado por Cristo. En otras palabras, Pablo deseaba que los cristianos lleguen a tener tal disposición unos por otros como el que Cristo tuvo por la Iglesia, que lejos de buscar su propio bienestar dejó un perfecto ejemplo de servicio y entrega.

En los versículos 8 y 9 Pablo explica que Cristo fue servidor tanto de la circuncisión como de la incircuncisión. A los descendientes de Israel Cristo les brindó servicio ratificando las promesas que se les había hecho, exponiendo así la veracidad de Dios. Al resto de las etnias, Cristo brindó servicio de misericordia, de modo que quienes no tenían la promesa de salvación glorifiquen hoy a Dios por la gracia y misericordia alcanzada.  Los versículos 9 al 11 contienen citas de las Escrituras que muestran que en el plan de Dios ya estaba el extender Su salvación a todos los pueblos y naciones y no sólo a Israel y que esta salvación sería por medio de Cristo.

A partir del versículo 13 Pablo expresa su deseo de que Dios los llene de gozo y paz en el creer y de que abunden en esperanza, en el poder del espíritu santo. En otras palabras, el deseo de Pablo es que ellos pudieran comprender mejor la voluntad de Dios y la esperanza que transmite conocer las Escrituras y experimentar el poder de Dios, con el fin de que estén llenos de gozo y de paz. Pablo reconoce estar persuadido de que estos creyentes estaban repletos de benignidad y llenos de conocimiento de la voluntad de Dios y que en cierta parte de la carta (quizá refiriéndose al capítulo 2 y algunas otras partes de la carta) les escribió atrevidamente para recordarles algunas cosas.

En los versículos 17 al 19 Pablo dice tener orgullo en Cristo Jesús en aquello que a Dios respecta, a causa de lo que Cristo hizo en él. Por esta causa, Pablo dice no atreverse a hablar de cosas que Cristo no hizo en él. En otras palabras, Pablo no se atrevería a “inventar” historias que incentivaran a las personas a creer o magnificar su servicio y ministerio, sino que contaba la realidad de lo que Cristo había hecho en él, quien realizó señales y maravillas en su vida a través del poder del espíritu de Dios. Pablo también señala que él era un obrero del templo espiritual de Dios. Entre los israelitas, el sacerdote del templo de Dios era quien, entre otras cosas, se encargaba de los rituales de sacrificios y ofrendas a Dios. Pablo usa esta palabra en forma figurada señalando que al predicar la Palabra él estaba cumpliendo encargándose de hacer lo necesario para que los gentiles sean una “ofrenda” agradable delante de Dios.

En el 20 Pablo sigue diciendo que él consideraba honorable contar la buena noticia de Dios y eso procuraba hacer, dando prioridad a aquellos lugares en los que la obra de Cristo aún no era conocida. La misión central que Dios encargó a Pablo fue la de establecer el fundamento doctrinal, por esta causa, Pablo buscaba los lugares en donde aún no tenían este fundamento. Pablo entendió que su principal función no era edificar a los creyentes, sino colocar el fundamento para que otro sobreedifique encima (esto lo aclara mejor en 1 Co. 3:10).

Versículos 22 al 33

Pablo explica aquí que él no había aún ido a Roma a contarles el evangelio por esto que viene diciendo: que quería dar prioridad a aquellos lugares en donde aún nadie les había contado sobre la obra de Dios en Cristo. Pero ahora Pablo ya había dado a conocer la buena noticia de Dios en toda región que le fue posible y ya no había lugar (a su alcance) donde no conocieran este fundamento doctrinal. Entonces, Pablo les cuenta que tenía el deseo de ir a visitarlos al viajar a España, pero que antes él iba a viajar a Jerusalén en un servicio hacia los santos. Las iglesias de Macedonia y Acaya habían juntado un dinero para enviar a los creyentes pobres en Jerusalén y Pablo quería entregar ese dinero personalmente. Hecha la entrega Pablo tenía planes de ir a España y visitar a los creyentes de Roma.

Pablo estaba convencido de que al ir hacia Roma lo haría lleno de la plenitud de la bendición de Cristo, pero les pedía a los creyentes que “luchen” en oración junto con él para que sea rescatado de los que se rehusaban a creer que estaban en Judea y para que su tarea asignada para con Jerusalén sea bienvenida por los santos. Esto nos enseña que en situaciones de conflicto una de las más efectivas formas de “luchar” es mediante la oración conjunta.

En este punto, quiero citar el comentario de la REV, hecho por John Schoenheit, que explica qué sucedió luego con Pablo:

“Pablo escribió esto a Roma desde Corinto en su tercer viaje misionero (relatado en Hch. 18:23-21:17). En sus dos primeros viajes misioneros Pablo partió desde Antioquia de Siria y terminó allí. En este viaje él partió desde Antioquia pero jamás volvió, porque fue arrestado en Jerusalén. Es claro, al leer estos versículos, que Pablo planeaba tomar la bendición financiera que estaba transportando hasta Jerusalén, transferirla de forma segura a los creyentes que estaban allí y luego viajar hasta España pasando por Roma (15:28). En algún punto de su viaje Dios comenzó a intentar decirle que no fuera a Jerusalén, pero de todos modos fue, contrariando la voluntad de Dios (Hch. 21:12, 14). Como resultado de su desobediencia él pasó varios años en prisión. Estuvo más de dos años en Cesarea (Hch. 24:27), luego pasó meses viajando a Roma (Hch. 27:9; 28:11), y luego estuvo bajo arresto en Roma al menos dos años (Hch. 28:30). Pablo desobedeció a la voluntad de Dios y fue a Jerusalén, lo cual resultó en que su ministerio fuera severamente restringido”.


Capítulo 16

PALABRAS FINALES

Recomendaciones y advertencias

Ejemplos de servicio en Cristo Jesús


Versículos 1 al 16

En estos versículos Pablo (por inspiración de Dios) hace menciones especiales de ciertos creyentes. Él comienza recomendando a Febe como “servidora” (o “diaconisa”) de la reunión y pidiéndoles a los creyentes de Roma que la reciban como corresponde a los santos y que estén solícitos ante cualquier cosa que ella necesitara a causa de ella estaba sirviendo a Cristo a tal punto que se había vuelto protectora de muchos creyentes, incluyendo a Pablo mismo. Luego manda saludos a Prisca y Aquila que eran sus colaboradores en Cristo y que habían arriesgado sus propias vidas por cuidar a Pablo, por lo cual todas las congregaciones cristianas le estaban agradecidas. Pablo luego menciona a Epeneto, quien era “amado” por Pablo y era de los primeros conversos de entre los de Asia. Después menciona a María, quien muchas veces “trabajó duro” a favor de los hermanos en Cristo. También envía saludos a Andrónico y a Junias, que eran sus familiares y compañeros de prisión de Pablo, personas que eran “sobresalientes” entre los apóstoles (quizá siendo apóstoles también ellos). Pablo menciona a Ampliato, y a Estaquis como “amados” y a Urbano como su colaborador en Cristo. También saluda a Apeles, “el aprobado en Cristo”. Pablo saluda a otras personas y luego menciona también a Trifena y Trifosa y dice que ellos trabajaban duro en el Señor, lo mismo dice que Pérsida. A continuación Pablo menciona varias personas más y luego manda a saludarse unos a otros con beso santo, o sea, con un beso sincero, libre de “impurezas”.

Todos estos saludos y menciones nos muestra el lugar especial que tenían estas personas en la memoria de Pablo. Pero, como sabemos, el Autor de la Escritura no es Pablo, sino Dios, así que estos versículos nos muestran un lugar especial que tenían estos creyentes ¡en el corazón de Dios! Esta mención detallada nos muestra que Dios no tiene una “visión general” de toda la Iglesia, sino que tiene un cuidado individual por cada persona y sabe exactamente quién es cada uno y qué es lo que hace y cómo está sirviendo.

Aquí también vemos que se mencionan características particulares de distintos creyentes. En cierta forma, Pablo da ejemplos prácticos de lo que previamente venía enseñando acerca de la unión de los miembros del Cuerpo de Cristo, funcionando como una unidad con diversidad de funciones. Febe “protegía” a la Iglesia; Prisca y Aquila fueron valientes que arriesgaron sus vidas para ayudar y salvar a Pablo; María, Trifena, Trifosa y Pérsida trabajaban hasta el cansancio en servicio a Cristo. Andrónico y Junias fueron co-prisioneros con Pablo y llegaron a ser “sobresalientes” entre los apóstoles. Cada uno, según su propia función, estaba haciendo un gran servicio al Señor Jesucristo, y Dios los honró haciendo mención de ellos en Sus Escrituras.
Exhortación a estar atentos contra los que causan disensiones

Versículos 17 al 20

Luego de nombrar a aquellos creyentes que estaban siendo ejemplo de servicio, Pablo los exhorta a estar atentos para identificar y apartarse de aquellos que causan divisiones en la congregación y que ponen trampas para desviarlos de la doctrina correcta. Pablo les dice que estas personas no están sirviendo a Cristo, sino a sí mismos, a sus propios intereses egoístas y con ciertas conversaciones bien diseñadas, captan el interés de las personas y logran engañar a los desprevenidos. Aquí tenemos la instrucción a ser sabios para lo que es benéfico pero sin mezcla en cuanto a lo malo. Pablo también les asegura que Dios pronto quebraría al Adversario bajo sus pies. Esto fue una exhortación específica ante una situación particular en la iglesia de Roma.

Muchos de los cristianos de la iglesia de Roma eran cristianos fieles y firmes en el Señor, pero se estaban filtrando doctrinas engañosas que podrían desviarlos de la verdad. Por lo que Pablo enseña en los primeros capítulos es probable que estas doctrinas provinieran de judíos que aún mantenían su orgullo de “pueblo de Dios” y querían que se conservaran ciertas tradiciones judías que habían quedado atrás a causa de la obra de Cristo. Sea como fuere, Pablo advierte sobre la infiltración de doctrinas que podían desviarlos de la verdad y contrasta a éstos con los buenos ejemplos de los creyentes fieles que menciona en los versículos previos.

Saludos de los acompañantes de Pablo

Versículos 21 y 22

En estos versículos Pablo (por revelación de Dios) envía saludos de parte de sus colaboradores. Aquí podemos ver que Pablo no escribió directamente la carta, sino que dictó las palabras que Dios le reveló y fueron pasadas por escrito por Tercio. Por eso aquí Tercio saluda en primera persona y dice que él es quien está escribiendo la carta. El hecho de que Pablo mencione aquí a sus colaboradores nos demuestra que él mismo estaba aplicando lo que estaba enseñando, estaba trabajando conjuntamente con otros creyentes, unidos como un Cuerpo para hacer la voluntad de Dios.

Alabanza final

Versículos 24 al 27

Pablo concluye la carta dando la gloria a Dios y recordándoles que Él es quien da firmeza a los creyentes a través del entendimiento de la buena noticia que él anunciaba, por medio de la cual proclamaba la obra de Dios en Jesucristo y daba a conocer el secreto espiritual que Dios había guardado en silencio durante eras antiguas y que ahora estaba dando a conocer a través del servicio del apóstol Pablo.



[1] Para un estudio más amplio acerca de qué es la fe y cómo se desarrolla recomiendo leer mi libro: “Fe: Convicción en acción”.
[2] Para más información acerca de qué es y cómo funciona el don de espíritu santo lea mi estudio “El don de espíritu santo”.
[3] He desarrollado este versículo bíblico en mi estudio “Filipenses 2:13: La acción de Dios en el creyente”.
[4] Para más información sobre “espíritu santo” lea mi estudio “El don de espíritu santo”.
[5] Para un estudio más amplio de este pasaje y cómo Dios actúa “moldeando” a los que creen, lea mi estudio “Vasos para honra”.
[6] Para un desarrollo amplio de qué es fe y cómo se desarrolla lea mi estudio “Fe: Convicción en acción”.

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