(Por Elizabeth T. Martínez y Pablo
Pereyra)
La
mayor parte de nuestra vida, la vivimos alejados de Dios, satisfaciendo todo
deseo personal o terrenal, sin preocuparnos mucho de la vida espiritual y, sin
darnos cuenta, “conservamos” un estilo de vida que solo será pasajera, de esta
manera nos estamos perdiendo de conservar, la verdadera vida que da Jesucristo
y que es perpetua.
Lucas 17:33
(NVI)[1]
El que procure conservar su
vida, la perderá; y el que la pierda, la conservará.
¿Alguna
vez se ha puesto a pensar, en el sacrificio que hizo Jesús?, entregándose como
oveja al matadero, como la Biblia misma lo dice (Isaías 53:7). Probablemente ha
visto películas en donde se ha representado lo descripto en Mateo 27:50, cuando
Jesús expira en la cruz, entregando Su espíritu, o quizá lo habrá leído este
versículo en la Biblia, sin embargo, es muy probable que sólo lo recuerde cuando
se habla del tema. Pero el propósito de Dios, de que esto haya quedado escrito,
como toda Su Escritura, fue para que captáramos el mensaje de la esperanza de
una nueva vida con la que viviremos para siempre en las eras futuras.
Anteriormente no contábamos con esta esperanza, pero Cristo representa el
camino hacia esa nueva vida, haciéndolo posible con Su sacrificio en la cruz,
ya que con esto anuló todo requisito que la ley demandaba.
Efesios 2:14-15 (RVA)[2]
(14) Porque él es nuestra paz,
quien de ambos nos hizo uno. El derribó en su carne la barrera de división, es
decir, la hostilidad;
(15) y abolió
la ley de los mandamientos formulados en ordenanzas, para crear en sí mismo de
los dos hombres un solo hombre nuevo, haciendo así la paz.
Debe
de llamar nuestra atención el propósito por el cual se anularon estos
mandamientos y ordenanzas, ya que fue para quitar la hostilidad (o enemistad) y
división que había entre el pueblo elegido de Dios (Israel) y el resto de las
naciones. De este modo, creyendo en Cristo las personas dejan de ser de uno u
otro pueblo para estar unidos en “un solo hombre nuevo”, el cual tiene una
nueva ciudadanía (Filipenses 3:20).
Dios
había escogido a Israel como Su pueblo, heredero del reino futuro, y como
recordatorio de Su pacto les ordenó llevar sobre sí la señal de la
circuncisión. Si una persona de otro pueblo quería participar de los
privilegios espirituales de Israel, debía practicarse la circuncisión (Éxodo
12:48-49). A causa de este mandamiento, aquellos que no estaban circuncidados
no eran considerados como “pueblo de Dios” y estaban en enemistad con Dios y
alejados de Sus promesas.
Efesios 2:11-12 (NVI)
(11) Por lo tanto, recuerden
ustedes los gentiles de nacimiento —los que son llamados «incircuncisos» por
aquellos que se llaman «de la circuncisión», la cual se hace en el cuerpo por
mano humana—,
(12) recuerden
que en ese entonces ustedes estaban separados de Cristo, excluidos de la
ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin
Dios en el mundo.
Debido a esta división de pueblos, aquellos que no traían sobre sí la señal
de la circuncisión estaban fuera de la ciudadanía de Israel, ajenos a los
pactos y promesas y sin esperanza y sin Dios en el mundo. Pero actualmente,
gracias a Cristo, todos tenemos derecho a los
pactos de la promesa de Dios, siempre y cuando conozcamos quién es Jesucristo y creamos lo que la Biblia declara
acerca de Él. De lo contrario, seguiremos siendo “incircuncisos”, ajenos a Dios
y a Sus promesas, viviendo sin la bendita esperanza de Su Salvación. Cristo es nuestra
esperanza y el portador de la promesa de salvación de Dios, nuestro Padre. Por
medio de Él es que somos contados como ciudadanos del reino de Dios sin tener
que cumplir el requisito de la circuncisión. De esta forma es que Cristo ha
traído la paz y ha derribado la división que existía entre los pueblos a causa
de aquellos mandamientos que imponían requisitos en la carne.
Efesios 2:14-15 (NVI)
(14) Porque Cristo es nuestra
paz: de los dos pueblos ha hecho uno solo, derribando mediante su sacrificio el
muro de enemistad que nos separaba,
(15) pues
anuló la ley con sus mandamientos y requisitos. Esto lo hizo para crear en sí
mismo de los dos pueblos una nueva humanidad al hacer la paz,
Independientemente
del requisito de la circuncisión, se requería cumplir con mandamientos (Ex.
20:1-17; Dt. 5:6-21 y con la observación de fiestas, celebraciones y
tradiciones (Éx. 12:47; Lv. 23:3-44; Nm. 28:16-25; Dt. 16:1-8). Todos estos
mandamientos y ordenanzas eran requeridos por Dios para Su pueblo y su
cumplimiento era necesario para alcanzar salvación. Pero ahora, a causa de la
obra de Cristo, nosotros, por medio de la fe en Él, tenemos salvación y vida
perpetua sin la necesidad de cumplir con todos estos requisitos. Y por medio de
la fe, Cristo nos fortalece, llenándonos de amor genuino, para obediencia.
Romanos 10:4
(NVI)
De hecho,
Cristo es el fin de la ley, para que todo el que cree reciba la justicia.
(Romanos 10:6).
Por
esta separación que existía, fue necesario quitar el requisito de la
circuncisión y todo lo que concernía a la ley,
ya que en ese entonces también se requería el sacrificio de animales
para lavar los pecados de nuestros antepasados a través de la sangre (Lv.
23:19). ¡Imagínense si todavía existiera esa ley! ¿Cuantos animales tendríamos
que sacrificar cada ser humano por los pecados cometidos? Pero estas prácticas
no lograron convertir al pueblo de Israel, sólo lo hacían conscientes de la
necesidad de un Salvador. Era necesario, que El Padre nos enviara a Su hijo
Jesucristo, para así poder obrar en nosotros por medio de la fe, de modo de
cambiar nuestro interior, nuestro corazón, para luego poder andar como a Él le
agrada.
Efesios 2:13-15 (NVI)
(13) Pero ahora en Cristo Jesús,
a ustedes que antes estaban lejos, Dios los ha acercado mediante la sangre de
Cristo.
(14) Porque
Cristo es nuestra paz: de los dos pueblos ha hecho uno solo, derribando
mediante su sacrificio el muro de enemistad que nos separaba,
(15) pues
anuló la ley con sus mandamientos y requisitos. Esto lo hizo para crear en sí
mismo de los dos pueblos una nueva humanidad al hacer la paz,
Por
lo tanto el hijo de Dios, vino a ser el cordero que lava nuestros pecados a
través de Su sangre, quitando con esto la necesidad de cumplir con la
circuncisión, los antiguos rituales de sacrificios de animales y con los otros
mandamientos que fueron dados a Moisés. Sin embargo, alguno puede pensar ¿Por
qué Dios dio todos esos mandamientos si luego pensaba anularlos? ¿Cuál es el
sentido en todo esto?
Jesús
dijo:
Mateo 5:17 (NVI)
No piensen que he venido a
anular la ley o los profetas; no he venido a anularlos sino a darles
cumplimiento.
Se suele citar este versículo para enseñar que Jesús
“cumplió” con todos los requisitos de la ley y es así que dio fin a todos
éstos, sin embargo, este texto contiene una verdad mucho más profunda que la
que se ve a simple vista. Aquí la palabra traducida como “anularlos” es en
griego kataluö, que significa
“derribar, tirar abajo”, como cuando se tira abajo una edificación; y la
palabra traducida “cumplir” es pleroö,
que significa “llenar hasta la plenitud, completar, colmar”. Lo que Jesús está
diciendo aquí es que él no vino a derribar todo aquello que Dios había
instituido previamente, como si no sirviera o fuera obsoleta, muy por el
contrario, Él vino a completar la ley, a ponerle aquello que le faltaba, a dar
a entender el verdadero sentido de toda la ley y los profetas. La versión “Dios
habla hoy” capta bien el sentido de este pasaje:
Mateo 5:17 (DHH)[3]
“No penséis que yo he venido
a poner fin a la ley de Moisés y a las enseñanzas de los profetas. No he venido
a ponerles fin, sino a darles su verdadero sentido.
La ley tenía la “sombra” de las realidades
espirituales (He. 8:5; 10:1), pero no daba una imagen completa de éstas. La ley
daba a las personas una idea general de cuál era la voluntad de Dios y cuáles
eran los requisitos para estar limpios ante Dios y así obtener salvación, sin
embargo, la ley no podía mostrar la magnitud del amor de Dios, ni tampoco
llegaba a mostrar la calidad de perfección que es necesario tener para
presentarse “sin mancha” ante Dios. Jesús, teniendo un pleno contacto con Dios
y una humanidad libre de pecado pudo mostrar la grandeza del amor de Dios como
nunca nadie lo había hecho. Pero además, también dio a conocer con más detalle
lo horrendo que es el pecado para Dios y la imposibilidad del ser humano de
llegar a ser salvos por sus propios medios.
Por ejemplo, la ley ordenaba no cometer homicidio, sin
embargo, Jesús enseñó que para Dios el maltrato a un hermano ya es un pecado lo
suficientemente grave como para hacerlo “culpable de juicio” y condenarlo a
destrucción (Mt. 5:21-22). La ley también ordenaba no cometer adulterio, pero
Jesús enseñó que incluso al codiciar a una mujer uno ya está adulterando en el
corazón, aún sin consumar el hecho (Mt. 5:27-28). La ley ordenaba actos externos,
Jesús no vino a enseñar que esos actos no eran válidos, sino que vino a mostrar
que no son los actos externos en sí los que preocupan a Dios, sino el corazón
que hay detrás de ellos. Una persona puede jamás cometer adulterio
externamente, pero en su interior quisiera hacerlo, eso sólo ya le quita a la
persona el derecho de vivir perpetuamente.
Algunos devotos religiosos creían que podían llegar a
ser salvos a causa de sus “buenas obras”, pero Jesús demostró que el hombre
está arruinado internamente y necesita de un salvador. Se podría comparar a la
ley de Dios con un espejo: el espejo muestra a una persona su condición actual,
pero no puede cambiarla. Al mirarme en un espejo yo puedo darme cuenta qué tan
sucio estoy, pero no puedo lavarme con el espejo. Del mismo modo, la ley dada a
Moisés mostraba al ser humano cuán sucio estaba en su condición humana, pero no
podía limpiarlo de esa suciedad, su objetivo era que las personas reconocieran
que necesitaban ser lavados y entonces esperaran al Salvador prometido por
Dios, quien los lavaría con Su sangre. Sin embargo, para el tiempo en que llegó
Jesús muchos líderes religiosos alteraron la ley al punto de hacerse ver como
perfectamente limpios ante Dios y es así que no reconocían su necesidad de un
Salvador. Jesús, con su doctrina y su andar mostró que aquellos que se
mostraban externamente limpios eran los más “sucios” ante Dios (Mt. 23:13-29). Toda
la humanidad necesitaba ser lavada de Sus pecados y el único que podía lavar
los pecados era Dios, por medio de la sangre de Jesús.
Muchos de los rituales ordenados por Dios a Moisés
tenían como objetivo que entendieran y recordaran lo que el Salvador haría por
ellos: derramar Su sangre para salvación y perdón de pecados. Sin embargo, una
vez que el sacrificio de Jesús fue hecho, ya no es más necesario toda esta
clase de rituales y festividades, porque el trabajo de redención ya ha sido
completado. Sin embargo, muchos de los mandamientos de Dios (como “no robar”,
“no asesinar”, “no cometer adulterio”, etc.) muestran cuál es la voluntad de
Dios, en términos generales, para conducta humana, y no deben ser anulados de
la vida cristiana. A causa del sacrificio de Cristo nosotros obtenemos vida
perpetua por medio de la fe en Él y no es necesario que obedezcamos los mandamientos
de Dios para ser SALVOS. Sin embargo, los mandamientos de Dios muestran cómo
desea Dios que nos conduzcamos y al cumplirlos Dios puede bendecir aún más
nuestras vidas. Más aún, ahora somos uno con Cristo, y mediante él podemos
comprender con más profundidad el amor de Dios y Sus requisitos para nuestras
vidas, por lo que no sólo intentaremos cumplir Sus mandamientos escritos, sino
que haremos mucho más y cumpliremos aquellos que Él va “escribiendo” día a día
en nuestros corazones (He. 10:16), si es que queremos tener una íntima relación
con nuestro Padre celestial.
Jesús
dijo:
Mateo 5:19 (NVI)
Todo el que
infrinja uno solo de estos mandamientos, por pequeño que sea, y enseñe a otros
a hacer lo mismo, será considerado el más pequeño en el reino de los cielos;
pero el que los practique y enseñe será considerado grande en el reino de los
cielos.
“Pero
el que los PRACTIQUE y los enseñe”, dice Jesús, refiriéndose a los mandamientos
de la ley. Si tomamos en cuenta esta palabra, podremos comprender que la
voluntad de Dios es que Sus mandamientos sean practicados y enseñados. Jesús no
vino para que los mandamientos sean anulados, sino para hacernos entender el
verdadero sentido de la ley de Dios para así poder practicar Sus mandamientos
no sólo externamente, sino de todo corazón, amando y respetando a Dios. Cuando
andamos por fe en el Señor Jesucristo Él nos ayuda a observar los mandamientos
de Dios y si fallamos, podemos arrepentirnos y pedir perdón a Dios y Jesucristo
será nuestro intercesor (o “abogado defensor” según algunas versiones) para que
nuestros pecados sean perdonados.
1 Juan 2:1 (NVI)
Mis queridos hijos, les escribo estas
cosas para que no pequen. PERO SI ALGUNO PECA, tenemos ante el Padre a un
intercesor, a Jesucristo, el Justo.
A
esto se refiere Jesús, cuando nos dice que no vino a quitar la ley, sino a
hacerla cumplir a través de la “práctica”, hasta perfeccionarnos.
1 Juan 2:5 (BTX)[4]
pero el que
obedece su Palabra, en éste verdaderamente se ha PERFECCIONADO el amor de Dios;
por esto pues sabemos que estamos en Él.
1 Juan 1:6 (BTX)
Si dijéramos
que tenemos comunión con Él y andamos en tinieblas, mentimos y no PRACTICAMOS
la verdad.
Por
eso nuestro arrepentimiento debe ser de corazón, porque cuando así sucede, Dios
nos irá perfeccionando en Su amor a través de Su Palabra, y mientras más nos
llenemos de Su amor, lo que menos haremos será faltarle en Sus mandamientos.
Cuando estamos llenos del amor de Dios nuestro deseo es hacer lo que le agrada
y es así que cumpliremos Sus leyes y mandamientos no para alcanzar la
salvación, sino porque le amamos y deseamos agradecerle, con nuestra conducta,
por todo el amor que ha derramado en nosotros al darnos la salvación
gratuitamente, por medio de Jesucristo.
Para
dar claridad sobre este asunto, pensemos en las leyes vigentes en nuestro mundo
hoy. Muchos países, por ejemplo, proveen de ciertos derechos a los niños, lo
cual da a sus padres la obligación de legal de cumplir. Es así que en muchos
países los padres están obligados a dar a sus hijos una buena alimentación,
educación y recreación a sus hijos. Estas leyes fueron hechas para proteger a
aquellos niños cuyos padres son malvados o irresponsables, pero no son
necesarias para los padres que aman de verdad a sus hijos. Un buen padre dará
lo mejor a sus hijos sin necesidad de que ninguna ley los obligue. Quien ama a
sus hijos intentará darles la mejor educación y alimentación que le sea
posible, y le proveerá de recreación y diversión por el sólo hecho de verlos
contentos y sonrientes. La ley toma verdadero sentido cuando los padres carecen
del amor necesario para procurar el bien de sus hijos. Del mismo modo, la ley
de Dios se hace necesaria para aquellos que están lejos de Dios o que aún están
comenzando a conocer a Dios, pero si estamos llenos del amor de Dios tendremos
el deseo de hacer Su voluntad sin que sea necesario que una ley nos “obligue” a
hacerlo. La ley lleva a una persona a obedecer para evitar el castigo, pero la
fe y el amor nos llevan a obedecer voluntariamente, por el solo hecho de “ver
contento” a nuestro Padre celestial, Quien tanto ha hecho, hace y hará por
nosotros.
Como
dijo David:
Salmo 119:88
(NVI)
Por tu gran
amor, dame vida y cumpliré tus estatutos.
Tratando
de explicar en forma sencilla este perfeccionamiento, podríamos dar el ejemplo
de la confección de una prenda de vestir: en primer lugar se necesita
seleccionar el modelo de la prenda que se hará; luego hay que observar de tener
todo lo necesario para elaborar la prenda; hecho esto, se empieza a coser,
teniendo cuidado de hacerlo correctamente, sin errores, para que la prenda quede
bien hecha, pero si por algún motivo se comete un error en la costura, es
necesario deshacer lo hecho y volver a hacerlo correctamente, de lo contrario
la prenda quedaría defectuosa.
En
el proceso de elaboración, el que confecciona tiene que observar día a día de
tener lo necesario para seguir con su trabajo, ya que si se queda sin material
no podrá avanzar en la elaboración de esa prenda. Si el costurero o costurera
están atentos a su trabajo se encargarán de tener siempre el material necesario
para continuar, pero si se distraen con otros asuntos, quizá se olviden de
proveerse del material necesario y demoren su trabajo. Más aún, si algún asunto
los distrae demasiado de su labor, quizá hasta pueden perder la idea del modelo
a seguir, si esto sucede, tendrán que volver a revisar los detalles del modelo
antes de poder continuar con la prenda que comenzaron.
De
la misma manera, al recibir a Cristo como Señor de nuestras vidas, Dios ha
comenzado una nueva obra en nosotros y desea que andemos conforme a la nueva
vida que ha creado en nosotros. Dios ha preparado “buenas obras”, para que
andemos en éstas (Ef. 2:10; Tit. 3:8) y nos ha dejado un “modelo” a seguir
(Fil. 2:5; He. 12:2; 1 Co. 11:1; Ef. 5:1). Cristo es nuestro modelo de andar,
Dios desea que tengamos un sentir, una disposición en la mente, similar a la de
Él, quien siempre hizo la voluntad del Padre. Los mandamientos de Dios escritos
nos dan una guía general de la voluntad de Dios en nuestras vidas, sin embargo,
cada creyente renacido de espíritu tiene una tarea específica que hacer dentro
del Cuerpo de Cristo y para esto Dios irá guiando internamente a cada creyente.
La guía de Dios en nuestro interior es lo que podemos llamar Sus mandamientos
“no escritos”.
Cada
creyente comienza su andar siguiendo los mandamientos de Dios escritos, pero,
en la medida en que desarrolla una relación con Dios, va a ir recibiendo Sus
mandamientos no escritos, puestos en el corazón. Dios va guiando a cada cristiano,
enseñándoles cuáles son las buenas obras que Él desea que haga. Como
cristianos, tenemos que disponernos a cumplir la tarea que Dios nos asigna,
este es nuestra “prenda” a confeccionar. Una vez que comprendemos cuál es la
tarea a cumplir, debemos asegurarnos de tener los “materiales” necesarios para
hacerla, lo cual puede requerir de conocimiento, entendimiento, tiempo, dinero,
infraestructura, recursos humanos, etc., dependiendo de cuál sea la obra que
Dios nos ha encargado. Luego de tener el objetivo en claro y los recursos para
comenzar la tarea, lo que sigue es ¡comenzar a trabajar!
Dios
desea que Su obra sea perfecta, pero sabe que Sus obreros somos imperfectos,
por lo tanto, Él es paciente y misericordioso. Tal como sucede con todo trabajo
humano, la habilidad mejora con la experiencia y el fallo es parte del proceso
de aprendizaje y perfeccionamiento. Dios sabe que debemos aprender a hacer
nuestro trabajo y que cometeremos errores en la medida en que vamos haciendo el
trabajo que nos encomendó. Lo importante en este punto es no perder de vista el
modelo a seguir (He. 12:2) y no distraernos demasiado con los asuntos del mundo
(Fil. 4:6-9; 1 Co. 9:24-25; 1 Jn. 2:16-17; Gá. 5:17), de este modo podremos ir
avanzando en la obra que Dios nos ha encomendado.
De
todos modos, puesto que somos seres humanos limitados y con una naturaleza de
pecado, vamos a cometer errores al estar haciendo la voluntad de Dios, en este
punto, es importante saber que Dios nos ama y que un error no va a separarnos
de Su amor (Ro. 8:38-39). El error es algo inevitable en toda tarea emprendida
por el ser humano, quien no falla es porque no está haciendo nada. Siempre es
mejor fallar en el intento de hacer la voluntad de Dios que no hacer nada por
temor a fallar. La Biblia está llena de ejemplos de hombres de Dios que
cometieron errores pero que, sin embargo, han sido amados por Dios y han sido
puestos como ejemplo a causa de su fe y amor a Dios.
Por
esta causa, si hoy fallé en algo, teniendo el conocimiento a través de Su Palabra,
puedo arrepentirme de corazón y soy limpiado con la sangre de Cristo (1 Jn.
1:7). Así puedo seguir siendo edificado y perfeccionada a través de Cristo. Si
dejamos un día, o dos, o los que sean, sin hacer la voluntad de Dios, se
demorará la obra de Dios y tardaremos más tiempo en ser perfeccionados en Su
amor. (1 Jn. 4:8; 4:17). Si nos disponemos a hacer obra de Dios, Dios nos
proveerá de todo lo necesario para hacerla (2 Co. 9:8), por lo tanto somos
nosotros, por medio de nuestro libre albedrío, quienes determinamos si haremos
la obra o no. Si nos falta conocimiento y entendimiento; Dios lo proveerá, si
la tarea que nos asignó requiere de dinero e infraestructura, Él la proveerá;
si necesitamos vigor físico y mental, Él nos lo dará; si requerimos de más
tiempo para hacer lo que nos pide, Él nos ayudará a conseguirlo, organizando
mejor nuestras vidas, lo único que se requiere de nosotros es una DESICIÓN DE
FE, en otras palabras, si confiamos y creemos en Él, en Su fidelidad y Su amor
y Su Palabra, entonces decidiremos hacer Su voluntad y Él nos proveerá de todo
lo necesario para hacer lo que nos ha encomendado y estaremos llenos de gozo y
de fruto espiritual (Jn 15:5-11).
Cada
persona que acepta de corazón a Cristo como su Señor es una nueva creación en Cristo.
2 Corintios 5:17 (NVI)
Por lo tanto, si alguno está
en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo!
Gálatas 6:15 (NVI)
Para nada
cuenta estar o no estar circuncidados; lo que importa es ser parte de una nueva
creación.
Siendo
una nueva creación en Cristo, tenemos un nuevo modelo a seguir, una nueva
“obra” que hacer. Sin embargo, seguimos teniendo en nosotros la antigua
naturaleza de pecado, por lo que siempre está presente la posibilidad de volver
a trabajar en la “vieja obra”, o sea, volver al estilo de vida de la persona
incrédula.
Hay
dos caminos que se oponen: la “carne” y el “Espíritu” (Gá. 5:16-17). La “carne”
representa a nuestro deseo de andar en pecado, mientras que el “Espíritu” se
refiere a Cristo actuando en el creyente cristiano. Dios pone en nuestro
interior el deseo de hacer Su voluntad (Fil. 2:13)[5],
sin embargo, seguimos teniendo una parte dentro nuestro que nos impulsa hacia
el pecado (Ro. 7:18-23).[6]
Por esta causa, hay dos “obras” a las que podemos avocarnos: la obra de Dios (o
del “Espíritu”) o la obra del pecado (la “carne”).
Efesios 2:14-19 (NVI)
(14) Porque Cristo es nuestra paz: de los dos pueblos ha hecho uno solo,
derribando mediante su sacrificio el muro de enemistad que nos separaba,
(15) pues anuló la ley con sus
mandamientos y requisitos. Esto lo hizo para crear en sí mismo de los dos
pueblos una nueva humanidad al hacer la paz,
(16) para reconciliar con Dios a
ambos en un solo cuerpo mediante la cruz, por la que dio muerte a la enemistad.
(17) Él vino y proclamó paz a
ustedes que estaban lejos y paz a los que estaban cerca.
(18) Pues por medio de él tenemos
acceso al Padre por un mismo Espíritu.
(19) Por lo tanto, ustedes ya no
son extraños ni extranjeros, sino conciudadanos de los santos y miembros de la
familia de Dios,
La
división que había entre los israelitas y los que no lo son fue “derribada”
mediante el sacrificio de Cristo, de este modo, todos tienen la misma
posibilidad de pasar a ser parte del pueblo de Dios y miembros de la familia de
Dios por medio de Cristo. Todos aquellos que de corazón han aceptado a Jesús
como Señor ahora son miembros de la familia de Dios y tienen acceso a Dios y
tienen paz con Él por medio del Señor Jesucristo.
Cada
creyente renacido es una nueva creación en Cristo y tiene el espíritu santo de
Dios dentro de sí. Por medio de este don de espíritu santo Dios nos hace
reconocer, entre otras cosas, lo siguiente:
1) Que somos pecadores, porque no hay un solo justo en
la Tierra (Ec. 7:20; Ro. 3:10).
2) Que el único mediante quien podemos ser salvos es
Jesucristo (Hch. 4:11-12; 1 Ti. 2:5).
3) Que necesitamos de la Escritura de Dios para ser
perfeccionados (2 Ti. 3:16-17).
4) Que debemos ser constantes en la oración (1 Ts.
5:17; Ro. 12:12; Ef. 6:18; Fil. 4:6; Col. 4:2; Hch. 1:14).
5) Que somos parte de un Cuerpo cuya cabeza es
Jesucristo y tenemos una función que cumplir (Ro. 12:4-5; 1 Co. 12:12-31; Ef.
2:14-16; 4:11-13.
Romanos 6:4 (NVI)
Por tanto,
mediante el bautismo fuimos sepultados con él en su muerte, a fin de que, así
como Cristo resucitó por el poder del Padre, también nosotros llevemos una vida
nueva.
Si
reconocemos y comprendemos todo lo que nuestro Señor Jesucristo hizo por
nosotros y le hacemos honor en nuestro andar, seguiremos la guía de Dios, andando
conforme a Sus mandamientos y realizando las buenas obras que Él nos preparó,
tomando una nueva forma de vida, acorde a la nueva creación de Dios en
nosotros, haciendo morir lo terrenal y carnal en nosotros (Col. 3:5-7; Ro.
8:12-13).
La Escritura
nos dice que “mediante el BAUTISMO fuimos sepultados” para que llevemos una
vida nueva. Nuestra vieja naturaleza es sepultada con el poder del bautismo.
Pero ¿de qué clase de bautismo se está hablando aquí?
Hechos 1:5 (NVI)
Juan bautizó
con agua, pero dentro de pocos días ustedes serán bautizados con el Espíritu Santo.
Hechos 1:8 (NVI)
Pero cuando
venga el Espíritu Santo sobre
ustedes, recibirán poder y serán mis testigos tanto en Jerusalén como
en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra.
Juan 6:63 (NVI)
El Espíritu da vida; la carne no vale para nada. Las
palabras que les he hablado son espíritu y son vida.
Colosenses 2:11-13 (RVA)
(11) En él también fuisteis
circuncidados con una circuncisión no hecha con manos, al despojaros del cuerpo
pecaminoso carnal mediante la circuncisión que viene de Cristo.
(12) Fuisteis sepultados juntamente con él en el bautismo, en el cual también fuisteis
resucitados juntamente con él, por
medio de la fe en el poder de Dios que lo levantó de entre los muertos.
(13) Mientras vosotros estabais
muertos en los delitos y en la incircuncisión de vuestra carne, Dios os dio
vida juntamente con él, perdonándonos todos los delitos.
La
circuncisión que Dios ordenó para el pueblo de Israel era una señal física de
que ellos eran pueblo de Dios. Pero por medio de Cristo, todo el que ha creído
en Él como Señor es circuncidado espiritualmente, o sea, Dios da Su don de
espíritu santo a la persona y esa pasa a ser la señal de que esa persona es
para siempre parte de la familia de Dios. La naturaleza de pecado que hay en
nosotros nos conduce hacia la muerte, ya que un solo pecado hace que una
persona sea digna de muerte y quede destituida de la vida perpetua en la gloria
de Dios (Ro. 3:23). Pero Dios ha provisto un camino de salvación que no depende
de las obras sino de la fe (Ro. 3:25-26). Por nuestra fe en Jesucristo Dios ha
“sepultado” ha hecho una nueva creación en nosotros y ha “sepultado” a nuestra
naturaleza de pecado. En otras palabras, Dios considera que nuestra parte pecaminosa
está muerta y no toma en cuenta lo que hacemos con ella (no toma en cuenta
nuestros pecados).
Como
hijos de Dios tenemos dos naturalezas en nuestro interior: la nueva naturaleza
espiritual, dada por Dios, y la vieja naturaleza de pecado. Ninguna de estas
naturalezas puede cambiar: la vieja naturaleza siempre nos lleva al pecado y la
nueva naturaleza nos lleva siempre hacia la voluntad de Dios. La vieja
naturaleza sólo puede terminar en muerte, mientras que la nueva naturaleza
posee vida perpetua. Nada se puede hacer para que la vieja naturaleza tenga
vida perpetua y nada se puede hacer para que la nueva naturaleza pierda la vida
que tiene. Es así que en nuestra vieja naturaleza estamos muertos, puede
considerarse como “sepultada”, mientras que en nuestra nueva naturaleza tenemos
vida, una vida que durará para siempre, una vida con la que veremos cara a cara
la gloria de Dios. Dios da la nueva naturaleza por medio de la fe, como regalo
de gracia, una vez que da este regalo, jamás lo quita, es incondicional, por lo
tanto, nada podemos hacer para perder la vida perpetua.[7]
Todo
pecado causa consecuencias en nuestra vida, pero, por la gracia de Dios en
Cristo, el pecado no puede separarnos del amor de Dios y no puede hacernos
perder nuestra condición de hijos de Dios. Sin embargo, el pecado siempre
produce “muerte”, por lo tanto, teniendo la posibilidad de una nueva vida en
Cristo, no es conveniente seguir pecando (Ro. 6:15-22). Si queremos aprovechar
al máximo la vida que Dios nos ha dado, debemos andar conforme a Su voluntad,
para lo cual Dios mismo trabaja en nuestro interior.
Ya
en tiempos antiguos, Dios dijo, por medio del profeta Ezequiel:
Ezequiel 11:19
(NVI)
(11) Yo les daré un corazón íntegro, y pondré en ellos un espíritu
renovado. Les arrancaré el corazón de piedra que ahora tienen, y pondré en
ellos un corazón de carne,
(12) para que cumplan mis decretos y
pongan en práctica mis leyes.
Entonces ellos serán mi pueblo, y yo seré su Dios.
Mucha
gente, bien intencionada, cree que debe forjar un buen carácter cristiano y
cumplir las leyes de Dios para que así Dios pueda “trabajar” en ellos y darles
salvación. ¡Pero es todo lo contrario! Dios debe primero trabajar en el
interior de una persona para que ésta luego pueda poner en práctica Sus leyes.
Si Dios no pone Su espíritu en nosotros, nuestras obras estarían totalmente
muertas, porque la carne para nada aprovecha, no puede dar vida (Jn. 6:63). No
es que alguien deba hacer “buenas obras” para alcanzar la gracia de Dios, todo
lo contrario, hay que recibir la gracia de Dios para luego poder comenzar a
hacer buenas obras (Ef. 2:8-10).
Tomemos
como ejemplo la ley de la gravedad. La ley de la gravedad hace que los objetos
caigan al suelo, sin embargo, una persona puede sostener ese objeto en su mano
e impedir que caiga. La ley de la gravedad sigue vigente, pero hay alguien que
sostiene al objeto para que esa ley no lo afecte. ¡Así es la gracia de Dios! A
causa de Sus leyes, toda persona cae y queda destituida de Su gloria (Ro.
5:12), pero si creemos en Cristo como Señor, Dios, por gracia, extiende Su mano
y nos sostiene para que Su propia ley no nos afecte:
Efesios 2:4-8 (RV-1960)
(4) Pero Dios, que es rico en
misericordia, por su gran amor con que nos amó,
(5) aun estando nosotros muertos
en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos),
(6) y juntamente con él nos
resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo
Jesús,
(7) para mostrar en los siglos
venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros
en Cristo Jesús.
(8) Porque por gracia sois salvos
por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios;
De esta manera, Su ley nos hace caer y Su gracia nos
sostiene de caer. Es así que Dios hizo todo de tal forma que el ser humano
pueda reconocer su incapacidad de ganarse la vida perpetua y así reciba la
gracia y misericordia de Dios (Ro. 11:32). Aquellos que no aceptan la gracia de
Dios, no tienen otra opción más que la caída.
En
su libro “Mastering the Bible” Mark G.
Cambron muestra un cuadro de contrastes entre la ley de Dios y Su gracia que
creo que será muy instructivo en esta enseñanza:
CONTRASTE
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1. La ley vino por medio de Moisés.
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1. La gracia vino por medio de Cristo.
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2. La ley revela el pecado del hombre.
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2. La gracia revela el amor de Dios.
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3. La ley sentencia a muerte un hombre vivo.
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3. La gracia trae a la vida a un hombre muerto.
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4. La ley le dice al hombre lo que debe hacer.
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4. La gracia le dice al hombre lo que Dios ha hecho por él.
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5. La ley dice: “haz esto y vivirás”.
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5. La gracia dice: “vive y luego haz esto”.
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6. La ley deja afuera al hombre.
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6. La gracia hace entrar al hombre.
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7. La ley hace que toda boca se cierre delante de Dios
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7. La gracia abre toda boca para alabar a Dios.
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8. La ley trae el conocimiento del pecado.
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8. La gracia trae el conocimiento del Hijo.
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9. La ley nos hace recordar el pecado.
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9. La gracia nos hace recordar al sacrificio por el pecado.
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10. La ley se deshace del pecador.
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10. La gracia se deshace de los pecados.
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11. La ley nos dice (nos manda) que amemos a Dios.
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11. La gracia nos dice que Dios nos ama.
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12. En la ley el cordero debía morir por el pastor.
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12. En la gracia el pastor murió por los corderos.
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En
este excelente cuadro tenemos un resumen de lo que la ley y la gracia
representan en el plan de Dios. Esto no quiere decir que la ley de Dios sea
algo malo, todo lo contrario, es santa, justa y buena, pero al no poder ser
cumplida por el ser humano, lo deja en una condición de miseria de la cual sólo
la gracia puede sacarlo (Ro. 7:12-25).
La
voluntad de Dios siempre ha sido que cumplamos Sus leyes y mandamientos, pero
esto no es posible hacerlo sin la ayuda de Dios. Pero con Su espíritu dentro de
nosotros, podemos hacer Su voluntad y recibir la vida que Él nos ha preparado.
Proverbios
3:17-18 (NVI)
(17) Sus caminos son placenteros y en sus
senderos hay paz.
(18) Ella es árbol de vida para quienes la abrazan; ¡dichosos los que la
retienen!
El
deseo de Dios siempre fue el de dar vida a la humanidad, pero, como el ser
humano no podía ganarse esa vida por sus propios méritos, Dios tuvo que proveer
de un sacrificio por los pecados de la humanidad, que fue Su Hijo Jesucristo.
Jesús fue el sacrificio provisto por Dios para que la humanidad alcanzase vida
perpetua en la era futura, por eso Él es el camino:
Juan 14:4-6 (NVI)
(4) Ustedes ya conocen el camino
para ir adonde yo voy.
(5) Dijo entonces Tomás: —Señor,
no sabemos a dónde vas, así que ¿cómo podemos conocer el camino?
(6) —Yo soy el camino, la verdad
y la vida —le contestó Jesús—. Nadie llega al Padre sino por mí.
Las
palabras “el camino, la verdad y la vida” constituyen una figura literaria en
donde se utilizan estas tres palabras para referirse a un mismo tema. Por el
uso de esta figura, estas palabras pueden interpretarse como “yo soy en camino
hacia la verdadera vida” o “yo soy el verdadero camino hacia la vida”. De un
modo u otro, lo que nos está transmitiendo este versículo es que Jesús es EL
CAMINO, no hay otro camino de salvación. Todo otro camino propuesto por el
hombre es un falso camino que no conducirá hacia la vida que Dios provee. El
hombre ha propuesto muchos “caminos” alternativos hacia la vida, pero Dios ha
establecido sólo uno: Jesús.
Muchos
cristianos aceptan a Jesús como “el camino” para ser salvos y luego siguen por
otro camino. Sin embargo, Jesús sigue siendo el camino hacia la vida durante
toda la vida del cristiano. En otras palabras, si queremos aprovechar al máximo
la nueva vida que Dios nos ha dado y estar llenos de fruto, Jesús tiene que ser
nuestro camino día a día, nuestro objetivo y nuestra mira deben estar siempre
puestos en Él.
Colosenses 3:1-11 (RV-1960)
(1) Si, pues, habéis resucitado
con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra
de Dios.
(2) Poned la mira en las cosas de
arriba, no en las de la tierra.
(3) Porque habéis muerto, y
vuestra vida está escondida con Cristo en Dios.
(4) Cuando Cristo, vuestra vida,
se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria.
(5) Haced morir, pues, lo
terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos
deseos y avaricia, que es idolatría;
(6) cosas por las cuales la ira
de Dios viene sobre los hijos de desobediencia,
(7) en las cuales vosotros
también anduvisteis en otro tiempo cuando vivíais en ellas.
(8) Pero ahora dejad también
vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras
deshonestas de vuestra boca.
(9) No mintáis los unos a los
otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos,
(10) y revestido del nuevo, el
cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento
pleno,
(11) donde no hay griego ni judío,
circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que
Cristo es el todo, y en todos.
En
la nueva vida que Dios nos ha dado, Cristo es todo en todos, habiendo
comprendido esto, es hora de comenzar a vivir esta nueva vida y de enfocarnos
en hacer la obra de Dios sin temor a equivocarnos, sabiendo que el error es
parte del aprendizaje. Si nos quedamos inactivos, ya sea por miedo, comodidad o
pereza, nos perderemos la posibilidad de recibir las abundantes bendiciones que
Dios tiene para nosotros y de producir todo el fruto espiritual que Dios quiere
que produzcamos (Gá. 5:22-23).
Para
entender cuál es nuestra función dentro del Cuerpo de Cristo debemos
alimentarnos diariamente con la Palabra inspirada por Dios que nos instruirá en
Su justicia, equipándonos para toda buena obra (2 Ti. 3:16) y apoyarnos en los
hombres y mujeres que Dios ha puesto para edificación del Cuerpo (Ef. 4:7-12)
de modo de poder crecer en conocimiento, entendimiento y sabiduría. Además, la
oración debe estar constantemente presente en nuestras vidas, ya que es la
forma con la cual nos relacionamos con Dios, nuestro Padre, y con Jesús,
nuestro Señor. Nutridos con la sana doctrina podremos conocer la voluntad de
Dios e ir actuando conforme a ésta y, en la medida en que pongamos en práctica
Sus mandamientos escritos, Dios también irá “escribiendo” en nuestro interior aquello
que no está escrito sobre el papel, guiándonos en nuestra función dentro del
Cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de fe y conocimiento
del Hijo de Dios:
Efesios 4:10-16 (RV-1960)
(10) El que descendió, es el mismo
que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo.
(11) Y él mismo constituyó a unos,
apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y
maestros,
(12) a fin de perfeccionar a los
santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo,
(13) hasta que todos lleguemos a
la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a
la medida de la estatura de la plenitud de Cristo;
(14) para que ya no seamos niños
fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema
de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error,
(15) sino que siguiendo la verdad
en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo,
(16) de quien todo el cuerpo, bien
concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente,
según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir
edificándose en amor.
¡Bendita
La Palabra que sale de la boca de Dios, poniendo la verdad en Su Escritura!
Salmos 119:129 (RVA)
Maravillosos son tus
testimonios; por eso los guarda mi alma.
[1] Las citas de las Escrituras marcadas como “NVI” fueron tomadas de la “Nueva Versión Internacional”, revisión
de 1999, por la Sociedad Bíblica Internacional.
[2] Las
citas de las Escrituras marcadas como “RVA” fueron tomadas de la versión “Reina Valera Actualizada”, revisión de 1989,
publicada por la Casa Bautista de Publicaciones.
[3] Las citas de las Escrituras marcadas como “DHH”
fueron tomadas de la versión “Dios Habla
Hoy”, versión de 2002, por las Sociedades Bíblicas Unidas.
[4] Las citas de las Escrituras marcadas como “BTX”
fueron tomadas de la “Biblia Textual”,
segunda edición, por la Sociedad Bíblica Iberoamericana, revisión del 1999.
[5] Para más detalles sobre cómo Dios obra en el
interior del creyente cristiano leer el estudio “Filipenses 2:13 – La acción deDios en el creyente”.
[6] Para un estudio más amplio de este pasaje leer
los comentarios sobre la carta de Pablo a los romanos.
[7] Para más detalles acerca de las dos naturalezas
en el hijo de Dios recomiendo leer el estudio “Las dos naturalezas en el hijode Dios”, de E.W. Bullinger. También aportan a este tema los estudios
“Filipenses 2:13 – La acción de Dios en el creyente” y “El don de espíritusanto”.
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