Capítulo 1
INTRODUCCIÓN
La buena noticia contada por Pablo:
No de hombres sino de Dios
Pablo
actuando de parte de Dios y de Jesucristo
Versículos 1 al 5
En estos versículos tenemos la introducción
de la carta de Pablo a los gálatas. Lo primero que Pablo hace notar es que él
no fue designado como apóstol por hombres (seres humanos), sino que fue Dios,
por medio de Jesucristo, Quien lo designó como apóstol. Además, en el versículo
2 Pablo aclara que no es sólo él el que escribe la carta, sino también un grupo
de hermanos que estaban con él. Luego Pablo dice que hay gracia y paz sobre
estos cristianos, de parte de Dios y del Señor Jesucristo, recordándoles que Jesús se dio a sí mismo para llevarnos fuera
de la presente era maligna, conforme al deseo de Dios Padre. En otras palabras,
Pablo ya desde el principio de su carta comienza señalando el grandioso hecho
de que por el sacrificio de Jesús los creyentes cristianos pueden acceder a la
gracia de Dios y ser librados de esta era maligna y así tener paz. Teniendo
esto en cuenta, lo menos que podemos declarar es ¡Gloria a Dios!
Llamado de
atención: no hay otra buena noticia
Versículos
6 al 9
En estos versículos
encontramos el primer llamado de atención que Pablo hace a los gálatas. Él dice
estar asombrado a causa de que los creyentes de Galacia se estaban trasladando
hacia una buena noticia diferente. La buena noticia de Dios, la que trae salvación,
es aquella que Pablo predicaba, de la cual tenemos la base en la carta a los
romanos.
En el versículo 7 Pablo
dice que no hay “otra” buena noticia. Es necesario notar que la palabra allí
traducida como “otra” es en griego allos,
que significa “otra de la misma clase” (ver comentario con respecto al texto).
Entonces, lo que este versículo nos comunica es que no existe otra buena
noticia de la misma clase, o sea, otra buena noticia por medio de la cual se
pueda alcanzar salvación. En la medida que vamos leyendo esta epístola de
Pablo, podremos ver que la “otra” buena noticia que se les estaba predicando no
era acerca de algún otro Dios o alguna religión no-cristiana, los
“perturbadores” estaban desviando a los creyentes ¡con la Escritura misma! ¿Cómo
lo hacían? Ellos enseñaban a los creyentes que era necesario cumplir las
antiguas leyes dadas a Moisés (como la circuncisión), para poder ser salvos y
ser “perfeccionados”.
Notemos que contar “otra”
buena noticia, aun cuando esté basada en las Escrituras de Dios, es tan grave
que Pablo, en el versículo 8 dice que cualquiera (incluso él mismo) que se
atreva a contar una buena noticia que va más allá de la que él había
previamente contado, sea condenado a destrucción. Con estas palabras Pablo
enfatiza, ya desde el comienzo de su carta, lo nefasto que puede ser para la
vida del cristiano el desviarse de la doctrina correcta, que nos señala que una
persona será tratada como justa por fe, a causa del sacrificio que hizo Cristo.
La buena
noticia contada por Pablo no proviene
de hombres
sino por revelación de Jesucristo.
Versículos
10 al 2:14
Aquí Pablo comienza a
reforzar y explicar sus declaraciones previas. Él, primero, deja en claro que
él no estaba sirviendo a los hombres sino a Dios y que él estaba intentando
complacer a Dios y no a los seres humanos. También aclara que la buena noticia
(o evangelio) que él les había declarado, no la recibió de hombres, ni le fue
enseñada por hombres, sino que la recibió por medio de una revelación de
Jesucristo, esto quiere decir que Jesucristo mismo se reveló a él y le dijo qué
era lo que él debía predicar a las naciones.
A partir del versículo 13,
hasta el 2:14, Pablo cuenta un poco cómo fue la historia de su recibimiento de
la buena noticia de Dios. Él comenta que previamente, siendo judío, él
perseguía a los cristianos y los devastaba, los buscaba para aniquilarlos. En
lo que al judaísmo respecta, él estaba por encima de muchos de su mismo género
(quizá refiriéndose a los de su misma edad o su misma clase), además, él era
muy celoso por las enseñanzas de sus padres (v.14), esto quiere decir que se
esforzaba mucho por aprender y practicar aquellos que sus padres le
transmitieron. Él hacía todo esto pensando que así complacía a Dios, pero
cuando Dios reveló a Su Hijo (Jesucristo), en Pablo, Pablo se dio cuenta de que
estaba en error y comenzó a dedicarse, por mandato del Señor, a contar la buena
noticia entre las etnias no-israelitas. Pablo cuenta que luego de recibir la
buena noticia de parte del Señor, él no fue a Jerusalén (en donde estaban las
“autoridades espirituales”, ni consultó con los que eran apóstoles antes que
él, sino que se fue a Arabia y recién luego de tres años subió a Jerusalén para
aprender con Cefas (el apóstol Pedro). Tal fue la conversión de Pablo que
cuando él comenzó a predicar entre las congregaciones de Judea se comenzó a
difundir la noticia de que aquél que antes buscaba a los cristianos para
apresarlos y matarlos ahora estaba predicando la doctrina de fe que antes
intentaba erradicar (v.22-23).
Capítulo 2
Versículos
1 al 14 (continúa el tema de los versículos anteriores)
En el comienzo del capítulo
2 Pablo explica que volvió a subir a Jerusalén después de 14 años, llevando a
Bernabé y a Tito. En el versículo 2 nos aclara que él subió “según una
revelación”, esto significa que él no tenía la necesidad humana de confirmar que
lo que él predicaba era de parte de Dios, sino que fue a encontrarse con los
otros apóstoles porque el Señor lo envió allí. Una vez en Jerusalén Pablo
expuso la buena noticia que estaba proclamando en privado, ante los creyentes
de reputación. El hecho de haberlo hecho en privado no fue porque temiera lo
que los apóstoles contestaran, sino porque sabía que había falsos hermanos en
la congregación y quería cuidarse de éstos. En el versículo 6 Pablo también
aclara que la reputación de los creyentes no era de primordial importancia para
él, porque Dios no se fija en los atributos humanos, además, ninguno de ellos
presentó a Pablo nada nuevo, aunque sí confirmaron su ministerio, reconociendo
que en verdad Dios estaba actuando en Pablo y que su apostolado era legítimo.
Ellos aprobaron el que Pablo predicase la buena noticia a las naciones no
israelitas, mientras que ellos seguían predicando a los israelitas.
Hasta aquí Pablo expuso
cómo su ministerio y su predicación estaban en acuerdo con la de otros
apóstoles de reputación. Pero en el versículo 11 y siguientes Pablo habla de
cómo tuvo que oponerse a Pedro cuando él se había desviado de la verdad. Él
cuenta que cuando Cefas (Pedro) fue a Antioquía, Pablo tuvo que oponerse a él
cara a cara porque lo halló en falta. En este punto Pedro estaba actuando
hipócritamente, porque previamente había aceptado a los creyentes no israelitas
como sus iguales espiritualmente, sin embargo, habiendo llegado algunas
personas israelitas, ellos, por miedo, ya no comían con los incircuncisos.
Viendo que Pedro y los demás judíos conversos no estaban actuando rectamente
conforme a la verdad de la buena noticia de Dios (que incluye a todas las
etnias como partes igualmente importantes del Cuerpo de Cristo), él habló a
Cefas (Pedro) delante de todos, exponiendo su hipocresía.
INSTRUCCIÓN
DOCTRINAL
La justicia de DIOS basada en
fe
La justicia
de DIOS mediante la fe en una promesa
La justicia
de Dios: basada en fe y no en obras requeridas por la ley
Versículos
15 al 21
A partir del versículo 15,
y hasta el 4:31, tenemos la parte doctrinal de esta carta, en la que Pablo va a
hablar sobre la justicia de Dios basada en la fe, tal como lo hizo en su carta
a los romanos. Esta parte doctrinal consta, a su vez, de dos secciones
importantes: la primera va desde el 2:15 hasta el 3:18, que trata sobre la
justicia de Dios basada en una promesa y la segunda parte va desde el 3:19
hasta el 4:31 y trata sobre la esclavitud hay al estar bajo la ley y la
libertad que el creyente obtiene en Cristo, por medio de la fe (para más
detalles vea las “Estructuras temáticas” de la carta).
Comenzando por el versículo
15, Pablo habla de la condición espiritual de los judíos. Él enseña que aún
aquellos que eran descendientes de Israel, a quienes Dios dio Su ley y la
promesa de salvación, debían tener fe en Jesucristo para poder ser tratados
como justos, no podrían ser salvos por medio de obras conforme a la ley dada
por Dios. Comprendiendo esto, dice Pablo, ellos también creyeron en Cristo como
Señor.
Luego Pablo explica que él
estaría transgrediendo la voluntad de Dios si edificara nuevamente lo que
derribó (la justificación por medio de la ley). En otras palabras, él lo que
quiere decir es que él estaría haciendo algo incorrecto si enseñara a las personas
a buscar ser justificados por medio de obras y no por medio de la fe. Por medio
de la obra de Cristo, Dios nos considera “crucificados” con Él y vivos
espiritualmente y, así como por medio de la fe nos ha dado esta nueva vida
espiritual, del mismo modo desea que andemos en fe, esto es: creyendo,
confiando y obedeciendo al Señor Jesucristo conforme nos va guiando en nuestros
corazones.
En el versículo 21 Pablo
dice que él no desechaba la gracia. ¿Qué sería “desechar” la gracia? Bien, en
este contexto “desechar la gracia” sería intentar ganarse la salvación y
justificación de Dios por medio de obras carnales basadas en Su ley. Si fuera
posible ganarse la salvación haciendo buenas obras, entonces Cristo murió sin
causa (v.21). Pero como nadie podía cumplir perfectamente la ley de Dios,
Cristo murió por nuestros pecados, haciendo posible que seamos tratados como
justos por nuestra fe, sin necesidad de cumplir perfectamente la ley de Dios.
Capítulo 3
Llamado de atención: el
espíritu y poder de Dios son
recibidos por fe y no por
obras requeridas por la ley
Versículos 1 al 5
Aquí tenemos el segundo llamado de atención que
Pablo hace a los gálatas, que se corresponde con el tema comenzado en el 2:15.
En este caso, Pablo reprocha a los gálatas, porque a ellos se les había
presentado claramente la doctrina acerca de la obra de Dios en Cristo y los
efectos de la muerte y resurrección de Jesús en aquellos que creen en Él. Los
creyentes de la iglesia de Galacia habían recibido el don de espíritu santo por
medio de la fe en Cristo, pero ahora estaban queriendo ser perfeccionados
espiritualmente por medio de obras de la ley. Por esta causa Pablo los llama
“insensatos” (v.3), porque habiendo comenzado por el espíritu (por la fe en
Cristo), ahora buscaban ser perfeccionados en la carne (por obras de ley).
Pablo finaliza con una pregunta retórica, recordándoles que el poder de Dios es
activado cuando las personas actúan por fe conforme a lo anunciado por Dios y no
cuando realizan obras externasbasadas en la ley.
Abraham y su Simiente:
justicia mediante la fe en una promesa
Versículos 6 al 18
En esta sección, Pablo utiliza el ejemplo de
Abraham para dar claridad con respecto a la doctrina de la fe. Él explica que Abraham
creyó a Dios y ese acto de fe le fue considerado para justicia. En otras
palabras, Abraham fue tratado como justo por Dios a causa de su fe. Del mismo
modo, Dios trata como justos a todos aquellos que actúan por fe y, en este
sentido, los considera “hijos de Abraham”, bendiciéndolos del mismo modo que
bendijo a Abraham.
Sin embargo, explica Pablo, todos aquellos que
buscan ser justificados por obras basadas en la ley, están bajo maldición,
porque nadie puede permanecer en
todas las indicaciones para ser justos que Dios dio en Su ley. Para que una
persona pueda ser considerada como “justa” y con pleno derecho a vivir
perpetuamente en la era futura, debería cumplir toda la ley de principio a fin,
todos los días de su vida. Desviarnos de un solo mandamiento nos hace indignos
de la vida perpetua en la era futura, por esta causa es que Pablo dice aquí
(v.10-11) que los que buscan ser justificados por la ley están bajo maldición;
la ley no es una maldición en sí, la maldición está en el hecho de que no se
puede cumplir la ley. Pero esto no es algo nuevo, ya que las mismas Escrituras
declaraban que “el justo desde fe vivirá”. Ya en el tiempo que Dios dio Su ley
anticipó que no es en base al cumplimiento de la ley que las personas podrían
vivir perpetuamente, sino en base a la fe, de otro modo, habría que cumplir
perfectamente toda la ley para poder vivir en la era futura.
En el versículo 13 Pablo dice que Cristo nos
redimió de la maldición de la ley, en otras palabras, nos rescató de la
necesidad de tener que cumplir toda la ley para tener vida perpetua en la era
futura. Además, en Cristo las bendiciones de Abraham son obtenidas por todas
las etnias o naciones, mediante la fe. O sea, por la obra de Cristo es que
nosotros, teniendo fe en Él, podemos recibir aquellos que Dios prometió a
Abraham, que consiste en la vida en el reino futuro que Dios establecerá en la
Tierra.
En los versículos 15 al 18 Pablo señala lo
inmutable de la promesa y pacto de Dios. En la costumbre judía, cuando un pacto
era confirmado entre dos personas, no era posible añadir ni quitar a los
términos del pacto. Pablo dice que si los seres humanos son capaces de mantener
su palabra cuando pactan algo, mucho más Dios cumplirá Sus pactos y promesas.
Dios hizo una promesa a la “simiente” de Abraham, que Pablo aquí explica que se
refiere a Cristo. Básicamente, la promesa que Dios hizo a Abraham era que su
“simiente” heredaría la Tierra y formaría parte del reino de Dios. Esta promesa
se cumple en Cristo, que es esa “simiente” de la promesa y, por la fe en
Cristo, todos los cristianos reciben también una porción de aquello prometido a
Abraham, o sea, todos los que creen en Cristo como Señor podrán vivir en el
futuro reino que Dios establecerá en la Tierra.
La
esclavitud de la ley y la libertad en Cristo
Objetivo
de la ley: ser un tutor hasta la llegada de Cristo
Versículo 19 al 4:7
Siguiendo con el tema central de toda esta
porción doctrinal, que es la justicia de Dios basada en la fe, Pablo ahora
pasará a explicar cómo la ley de Dios pone a una persona en una situación de
esclavitud, mientras que en Cristo se obtiene libertad. Ya Pablo dijo que la
ley de Dios no puede utilizarse para alcanzar la vida en el reino futuro, y que
quien intenta ser tratado como justo por medio de la ley está bajo “maldición”,
porque le será imposible cumplirla perfectamente. Ahora Pablo va a explicar
para qué sirve, entonces, la ley.
Pablo nos dice que la ley fue dada por Dios a
causa de las transgresiones del ser humano hasta que llegase la simiente a
quien se había hecho la promesa y por medio de Quien las personas podrían
recibir las promesas de Dios. En otras palabras, como Dios no podía aún otorgar
la vida espiritual a los antiguos creyentes, porque Cristo no había hecho su
sacrificio de redención, entonces tuvo que establecer una ley que guiara a las
personas hacia lo bueno, aun cuando no pudiera comunicar perfectamente la
voluntad de Dios. Esta ley no es contraria a Sus promesas (v.21), pero no podía
vivificar al ser humano. El ser humano está en un constante estado de pecado,
por esta causa, necesita de un Salvador para poder vivir en el reino de Dios.
Por medio de Jesucristo, Dios hizo posible que
las personas recibieran vida perpetua por medio de la fe y, además, que reciban
el espíritu santo, lo cual permite a Dios y al Señor Jesucristo actuar
directamente en el interior de cada creyente cristiano, dándole cuidado, guía,
enseñanza, etc. Pero antes de venida esta salvación por fe la ley funcionaba
como un tutor que custodiaba a los creyentes (v.23). La ley daba a los
creyentes una guía acerca de cuál es la voluntad de Dios y cómo desea Dios que
viva la humanidad, sin embargo, hay una diferencia muy grande entre obedecer la
ley y tener una relación de íntima comunión con Dios. El objetivo de Dios,
desde el principio de la creación, fue el de tener una relación íntima con Su
creación. Su deseo fue frustrado por Adán y Eva cuando le desobedecieron, y Él
necesitó de proveer de un Salvador que hiciera posible al ser humano volver a
tener una relación estrecha con Él. La ley jamás podría lograr este objetivo,
esto sólo podía lograrse con el sacrificio del perfecto “cordero de Dios”.
Pero, si bien la ley no puede redimir al ser humano, al menos sirve (hasta el
día de hoy) como un tutor que guía a una persona hacia Cristo (v.24). La ley
ayuda a una persona que no es creyente a conocer el deseo y voluntad de Dios,
de modo que reconozca su condición de pecador perdido y se acerque a Dios para
aceptar y recibir al Salvador que Él ha provisto. Pero una vez que una persona
llega a la fe y comienza a andar por fe, la ley ya no debe gobernar su vida,
sino que ahora es Cristo mismo Quien gobierna la vida de esa persona (v25-27).
Podríamos comparar a la ley como la etapa de
estudios de una persona. Cuando uno es niño, comienza con un ciclo educativo en
las instituciones a las que sus padres lo envíen. Así, el niño está bajo el
cuidado de maestros, encargados o tutores para ir aprendiendo sobre
matemáticas, lengua, historia, geografía, ética, dibujo, música, diversas
ciencias, etc. A medida que va creciendo, esa persona pasa por distintos
niveles educativos y, si completa todo el ciclo educativo, puede llegar a
obtener un título terciario o universitario. Si bien todos pueden seguir
aprendiendo, estudiando y perfeccionando o ampliando los conocimientos de modo
indefinido, hay un tiempo determinado en que el niño pasa a ser un adulto y
deja de estar bajo la autoridad de sus profesores y tutores y se espera que
tome sus propias decisiones para su vida. No sería lógico, ni bien visto, que
alguien con un título en neurocirugía vuelva a la escuela donde hizo la
primaria y se ponga bajo la tutela de sus antiguos maestros. De hecho, si hay
algo que casi todos desean en la etapa de aprendizaje es ya poder ser una
persona madura para decidir por sí mismos sin que otros dirijan sus vidas.
Del mismo modo, la ley de Dios puede tomarse
como esa etapa de aprendizaje para un “niño” espiritual. La ley de Dios nos
enseña en “ABC” de la vida espiritual y su cuidado y tutela nos guía hacia la
madurez en los asuntos espirituales. La ley de Dios nos enseña acerca de Dios,
de los seres espirituales benignos y malignos, acerca del rol del ser humano en
la creación, nos enseña cómo cayó el ser humano a causa de la desobediencia y
por qué era necesario un Salvador, nos enseña todo lo que Dios hizo para que la
humanidad pudiera vivir perpetuamente en un reino de paz. En resumen, nos
enseña todo lo necesario para que lleguemos a creer en Cristo y recibir vida
espiritual y también nos guía en cuanto a cómo vivir espiritualmente. Pero una
vez que hemos recibido a Cristo como Señor y recibimos el espíritu santo de
Dios, pasamos a tener la capacidad de relacionarnos directamente con Dios y, si
bien la ley de Dios aún nos sirve para aprender acerca de Dios, ya no es
necesario que estemos bajo la “tutela” de la ley, porque ahora podemos sentir
la guía de Dios en nuestro interior que nos lleva a hacer Su voluntad de un
modo más completo.
Así como uno no esperaría que un neurocirujano
vuelva a la escuela primaria para que le enseñen a leer y escribir, a menos que
sufriera de un grave problema, del mismo modo, no sería adecuado que un
creyente que ha madurado en su relación con Cristo vuelva a sujetarse a la ley
de Dios. Sin embargo, esto hoy en día es un mal muy común, originado en mala
enseñanza y mal entendimiento acerca de la salvación por fe. Esto mismo sucedió a los creyentes gálatas, que fueron
desviados de la doctrina correcta por falsos hermanos que buscaban la propia
gloria, como veremos más adelante.
En el 3:27 Pablo les dice que ellos, habiendo
sido bautizados siguiendo a Cristo, están vestidos de Cristo y ya no hay, desde
la óptica espiritual, ni judío ni griego, ni esclavo, ni libre, ni macho, ni
hembra, porque todos son uno en Cristo Jesús. Espiritualmente, todo aquél que
ha creído en Cristo como Señor es considerado uno con Cristo, es parte de
Cristo mismo, por lo tanto, es simiente de Abraham y heredero, conforme la
promesa que Dios hizo acerca de esta simiente.
Capítulo 4
Versículos
1 al 6 (continúa el tema de los versículos anteriores)
En el 4:1 hasta el versículo 3 Pablo extiende su
ejemplo de la ley como “tutor”. Él dice que mientras el heredero es niño no
supera a un esclavo, porque tiene que obedecer las instrucciones de los
encargados y administradores dispuestos por el padre hasta el tiempo señalado.
Del mismo modo, antes de la venida de Cristo todas las personas que querían
acercase a Dios eran “niños espirituales” y estaban esclavizadas a los
principios elementales del mundo. Los “principios elementales” se refieren a la
ley de Dios, la cual, como ya he mencionado, contiene lo básico y lo elemental
acerca de Dios. Los creyentes estaban en un estado de “niñez” espiritual hasta
la llegada de Cristo, pero una vez llegado Cristo y completado su sacrificio,
la humanidad tuvo disponible una salvación por medio de la fe, quedando
redimida de la ley y recibiendo la “adopción” como hijos de Dios.
En el 4:6 Pablo explica que siendo hijos de Dios
el Espíritu de Su Hijo exclama desde dentro nuestro “ABBA, el Padre”. Estas
palabras son las que un niño clamaba a su padre, es una expresión que nos
señala el nivel de intimidad y cercanía que tenemos para con Dios. ¡No somos
esclavos de la ley de Dios, sino que somos hijos de Dios y somos Sus herederos!
Llamado de atención: no sean
esclavizados a la ley
Versículos 8 al 20
En estos versículos tenemos un nuevo llamado de
atención de Pablo, conforme al asunto que viene tratando. Pablo les dice que
cuando ellos no conocían a Dios eran esclavos de los que no son dioses por
naturaleza, pero luego de haber conocido a Dios, es insensato que deseen
nuevamente ser esclavos de los principios elementales, de rituales externos
propuestos por la ley de Dios. Estos creyentes se preocupaban por observar
días, meses, temporadas y ciclos anuales, creían que con estas cosas serían
perfeccionados espiritualmente.
Luego Pablo recuerda cuando él fue a predicarles
la buena noticia por primera vez, reconociendo que ellos lo recibieron muy bien
a pesar de que estaba enfermo, no lo menospreciaron por su enfermedad, sino que
lo recibieron como a un mensajero de Dios, incluso lo recibieron como si
hubiese sido Cristo en persona. Pero ahora estaban rechazando esa doctrina que
Pablo les había predicado y estaban siguiendo a hombres que enseñaban otra
doctrina. Pero Pablo les dice (v.17) que estas personas que enseñaban otra
doctrina si bien mostraban celo (interés) por ellos, no era un interés genuino
con el deseo de edificarlos en su fe, sino que deseaban excluirlos del resto y
deseaban que ellos los celaran (buscaban “seguidores”).
Estas cosas que sucedieron a los gálatas lo
vemos también entre los creyentes de nuestros días. Muchas religiones y
denominaciones predican a Cristo como Salvador, pero luego enseñan que el
perfeccionamiento cristiano depende de ciertas obras externas. Es así que
proponen diferentes “obras” de perfeccionamiento que hacen que el cristiano
pierda de vista el punto central del cristianismo que es la comunión con Dios y
el andar de fe. Entre las obras propuestas para “perfeccionamiento” se
proponen: observancia de días (ir a la iglesia todos los domingos, descansar
todos los sábados, orar todos los lunes, etc.); ayunos, participación en
determinadas actividades de la iglesia, horas de evangelización, diezmos,
lugares, posturas y palabras especiales para orar, bautismos en agua, etc.
Todas estas obras no son malas en sí, pero no siempre son la voluntad de Dios.
Las “buenas obras” que Dios quiere que hagamos deben proceder de la guía de
Cristo en nuestros corazones, pero si hacemos estas cosas tan sólo porque
alguien las impone, tan sólo estaremos siguiendo una “ley” impuesta por el
líder o líderes de una congregación, que aunque esté basada en las Escrituras,
no tendrá la capacidad de hacernos crecer espiritualmente. Las obras impuestas
no sólo no perfeccionan al creyente, sino que lo esclavizan, pero la voluntad
de Dios es que seamos libres en Cristo y vivamos por fe, siguiendo la guía del
Señor en nuestros corazones.
La figura de Abraham y sus dos hijos:
esclavitud y libertad
Versículos 21 al 28
En estos versículos Pablo amplía la doctrina
sobre la esclavitud de la ley y la libertad en Cristo. Aquí nuevamente se
utiliza el ejemplo de Abraham, esta vez, explicando una alegoría formada por
los dos hijos que tuvo con Agar y Sara. Abraham tuvo dos hijos, uno de ellos le
nació de una joven sirvienta (Agar) y el otro de la mujer libre (Sara). Dios
había prometido a Abraham que su descendencia heredaría la Tierra, pero esta
promesa era con respecto a su descendencia con Sara, su legítima esposa, y no
con Agar. Es así que la descendencia de Agar representa a la carne de Abraham,
que es dada a luz para esclavitud (v.24), mientras que la descendencia de Sara
representa la parte espiritual, de donde saldría Cristo, la simiente prometida,
la daría libertad.
Pablo, entonces, menciona dos “Jerusalén”: la
primera es la Jerusalén física, a la cual pertenecen los descendientes físicos
de Abraham; la segunda Jerusalén es espiritual y está formada por la
descendencia espiritual de Abraham, que son aquellos que actúan por fe en
Cristo. Siendo así, todos los que han creído en Cristo como Señor son
descendientes de Abraham y de la mujer libre y son los herederos del reino de
Dios (v.30-31).
Capítulo 5
EXHORTACIÓN PRÁCTICA
Andar en amor, andar en espíritu
Libertad en Cristo: la fe expresada mediante el
amor
Versículos 1 al 6
A partir de aquí, y hasta el 6:3 tenemos la
sección práctica de esta carta. Habiendo presentado la doctrina acerca de la
justificación por fe, Pablo ahora va a decir qué hacer, cuál es la conducta que
se desprende de comprender adecuadamente la doctrina correcta. Lo primero que
leemos aquí es: “¡Para la libertad
·Cristo nos libertó!” Esto que parece ser una frase redundante lo que hace es
enfatizar el hecho de que la obra de Cristo trajo libertad al creyente. Jesús
sacrificó su vida para que seamos libres de cumplir los actos religiosos
estipulados en la ley dada a Moisés, por lo tanto, la respuesta más lógica a Su
sacrificio por nosotros es la de mantenernos firmes en esa libertad y no volver
a sujetarnos a leyes que proponen obras externas de “purificación”.
En el versículo 4 Pablo dice a los gálatas que
aquellos que buscaban ser tratados como justos mediante el cumplimiento de la
ley habían sido separados de los efectos de la obra de Cristo y habían caído de
la gracia. En otras palabras, ellos no estaban aprovechando la gracia de Dios
en Cristo, sino que se habían nuevamente esclavizados a la ley, ignorando la
acción de Cristo en su interior.
En el versículo 6 se nos
dice que en Cristo Jesús ni la circuncisión tiene fuerza para algo, ni la
incircuncisión, sino la fe, que se expresa mediante el amor. Aquí la
“circuncisión” es mencionada por Pablo, porque esto es la “obra” que
primariamente estaban exigiéndoles a estos creyentes. Sin embargo, debemos
entender que “circuncisión” representa a todo tipo de obra externa que se exija
al cristiano como medio para ser tratado como justo. Aclarando esto, lo que el
versículo nos transmite es que en Cristo Jesús no son las obras externas las
que son válidas para Dios y las que activan Su poder, sino el andar de fe, que
se expresa mediante el amor. La fe es algo interno, tiene que ver con una
actitud de confianza y obediencia a Dios, por lo tanto, no es visible para las
personas, pero se hace “visible” a través del amor: cuando una persona está
andando en fe, sus obras y acciones serán la manifestación del amor de Dios.
Llamado de atención: ¿Quién los obstaculizó?
Versículos 7 al 12
Aquí, nuevamente se hace
un llamado de atención a los gálatas. Ellos corrían bien, conocían la doctrina
correcta y su andar era correcto, pero alguien los obstaculizó y dejaron de ser
persuadidos por la verdad para seguir una mentira. Un poco de levadura leuda
toda la masa, esto quiere decir, que una doctrina incorrecta comienza con una
pequeña declaración, una pequeña duda, un poco de error en medio de la
enseñanza, y luego, si es situada en el lugar correcto, puede obstaculizar o
corromper a toda la congregación. Sin embargo, Pablo estaba persuadido de que
estos creyentes de Galacia tenían un buen corazón, aunque fueron
obstaculizados, sus pensamientos estaban dirigidos a servir a Dios, excepto por
aquellos que los obstaculizaban, por los cuales Pablo expresa otra vez su
repudio.
Vivir en libertad, en amor, andando en espíritu
Versículo 13 al 6:3
Aquí Pablo sigue con la instrucción práctica.
Los cristianos fuimos llamados por Dios para vivir en libertad, pero esa
libertad no debe ser usada como punto de partida para la carne, sino que
debemos ser esclavos unos de otros en amor (v.13). Esto quiere decir que,
aunque somos libres de cumplir la ley para ser salvos, de todos modos se espera
de nosotros que andemos en amor, haciendo la voluntad de Dios. Dios no quiere
que seamos ya esclavos de Su ley, pero nos pide que voluntariamente nos
comportemos como esclavos unos de otros, o sea, que estemos sirviéndonos unos a
otros, expresando así el amor de Dios. Toda la ley (dice Pablo en el versículo
14) se completa en una declaración: “Amarás al cercano a ti como a ti mismo”.
El eje central del cristianismo es el amor, Dios nos creó para amar y ser
amados y no para “mordernos” y “aniquilarnos” unos a otros (v.15).
El cristiano debe procurar andar en espíritu y,
cuando esto sucede, no estará llevando a cabo los deseos y pasiones de la carne
(v.16). La “carne” es aquella parte de nosotros que nos impulsa al pecado,
tanto el vicio como la virtud son parte de nuestra naturaleza carnal, por lo
tanto, aún el cumplimiento de las leyes de Dios pueden ir contra la voluntad de
Dios, si se lo hace desde el exterior, sin una correcta actitud de fe. Nuestra
naturaleza humana carnal nos produce deseos internos que son contrarios a la
voluntad de Dios, mientras que Jesús (Quien es llamado “el Espíritu”) produce
dentro nuestro el deseo de hacer la voluntad de Dios, por esta causa, todo
creyente cristiano tiene dentro un “conflicto de intereses”. Dentro nuestro
están constantemente surgiendo los deseos de la carne y los deseos del Espíritu
(v.17), ambos están allí siempre y es nuestra responsabilidad elegir, momento a
momento, qué deseos seguir. Cuando comprendemos esto, todo se reduce a una
cuestión de obediencia: ¿A quién estoy obedeciendo en este momento? ¿A los
deseos de mi carne o a los deseos del Espíritu? Si aprendemos a escuchar y
obedecer los deseos del Espíritu, ya no necesitamos ser guiados por la ley de
Dios, porque Alguien superior a esa ley estará indicándonos qué hacer (v.18).
Si revisan la
estructura temática que armé sobre esta sección doctrinal, podrán ver que el
versículo 18 ocupa el centro de esta sección, el punto central de toda la
exhortación práctica de esta epístola de Pablo es que si somos guiados por el
Señor, mediante el espíritu, no estamos bajo ley. Lo que se requiere del
cristiano no es que cumpla una serie de órdenes estrictas preestablecidas, sino
que siga la guía de Cristo en su corazón.
En los versículos 19 al 21 leemos una “lista” de
obras de la carne. Esta lista no contiene todo lo que la carne produce en una
persona, pero nos da una idea de hacia dónde conducen los deseos carnales.
Sería una buena tarea que todos leyéramos y consideráramos esta lista para
pensar: ¿Qué predomina en nuestras vidas? ¿Hay relaciones sexuales pecaminosas,
impurezas, comportamientos inmorales, idolatría, hechicería, enemistades,
contiendas, celos, furias, ambiciones egoístas corruptas, divisiones, etc.?
Quizá alguno no practique relaciones sexuales impuras, pero sí contiende y tiene
celos de algún hermano en Cristo; quizá no adore a santos y otros ídolos, pero
busque su propio bien sin importarle el de los demás; quizá no participe de
fiestas descontroladas, pero envidia a otra persona que tiene un mejor sueldo,
hijos más inteligentes o una esposa más bonita.
Los deseos de la carne están presentes en todas
las personas, aunque no a todas afectan del mismo modo, algunos tienen especial
debilidad por el alcohol, otros por lo sexual, algunos se inclinan fácilmente
al robo y la ganancia deshonesta, estas son cosas bastante “visibles” para el
resto. Pero hay otras obras de la carne que no son tan visibles y son
igualmente graves como la envidia, los celos, enemistades, las disensiones, la
ambición egoísta, etc., este tipo de cosas a veces están presentes en el
interior de aquellas personas que consideramos “intachables”. El líder de una
congregación puede no beber alcohol, ser fiel a su mujer, ser amable en sus
tratos y enérgico en la prédica, pero por dentro estar lleno de ambición, queriendo
ser el mejor pastor, el mejor predicador, o el mejor maestro; puede desear
dominar a la gente más que servirlas; quizá mantenga una conducta “intachable”
para ganar más dinero de las ofrendas de las personas, o quizá esté lleno de
envidia por otros predicadores más exitosos que él. Todas estas cosas, a pesar
de ser menos visibles, son igualmente dañinas y contrarias a Dios, todas parten
de la carne y no del espíritu y Pablo dice que quienes practican tales cosas no
heredarán el reino de Dios (v.21).
Ahora bien, el versículo 21 puede ser una traba
o tropiezo para muchas personas si no entienden el contexto de lo que Pablo
viene diciendo. Algunos citan este versículo diciendo que si un creyente
cristiano practica estas cosas será “desheredado” del reino de Dios. Esto no es
cierto, no hay ningún versículo que diga que un cristiano puede ser
desheredado, ni que puede perder su condición de hijo de Dios. De hecho, el
término “hijos” es una forma en que Dios nos comunica el fuerte lazo que
tenemos con Él de un modo que podemos entender con nuestra mente humana. Dios
nos llama “hijos” porque el vínculo de Padre-Hijo es un vínculo que no puede
romperse. Dios llamaba a los israelitas como “pueblo” y “siervos”, pero no
“hijos”. Los israelitas podían perder su vínculo con Dios si se extraviaban
demasiado de la ley. Pero en Cristo Jesús, nosotros fuimos hechos “hijos” de
Dios, y este es un vínculo que no puede ser desecho.
Pero ¿qué quiso decir Pablo, en este versículo,
cuando dijo que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios?
Las obras de la carne son obras que parten de nuestra naturaleza humana caída,
toda persona que no ha aceptado a Cristo como Señor tiene sólo una naturaleza
humana, por lo tanto, aún si es una “buena persona”, todo lo que hace parte de
su carne y, por lo tanto, no puede heredar el reino de Dios. Por esta causa,
ningún ser humano puede, por sí mismo, heredar el reino de Dios, por eso fue
necesario el sacrificio de Cristo, para que por la fe el Él podamos recibir la
herencia que no podíamos recibir por las obras (esto es lo que Pablo ha
explicado previamente). Antes de creer en Cristo como Señor, todos
“practicábamos” estas cosas, por lo tanto, ninguno de nosotros merece entrar en
el reino de Dios. Por eso Dios nos “regaló” Su herencia por medio de la fe en
Su Hijo. Si la herencia que tenemos es un regalo de Dios y no es obtenida por
obras, entonces no es posible que nuestras obras buenas nos hagan “más
herederos” de Dios, ni que nuestras obras malas nos hagan “menos herederos”, no
es posible perder la herencia a causa de malas prácticas, porque no es por las
obras que Dios la otorgó. Lo que Pablo dice aquí no es que un cristiano va a
perder su herencia en Dios si practica estas cosas, sino que intenta mostrar
que todas estas cosas son contrarias a la voluntad de Dios. Por acciones como
éstas una persona deja de ser merecedora de la vida perpetua, por lo tanto,
como Dios nos regaló la vida aunque no la merecíamos, nuestra respuesta a Su
amor debiera ser el alejarnos de estas conductas y no seguir en nuestro antiguo
modo de vida, conforme a los deseos de nuestra carne. Esto se corresponde con
lo que Pablo comenzó diciendo en el versículo 13, que si bien somos libres, no
hay que usar la libertad como pretexto para el pecado, sino andar en amor unos
para con otros.
Contrastando a las obras de la carne, Pablo
enumera luego (v.22 y 23) “el fruto del Espíritu”. Noten que Pablo no dice que
estas cosas sean “frutos” del Espíritu, sino que dice que son “fruto” del
Espíritu, se usa el singular y no el plural. ¿Por qué? Porque estas las
cualidades descriptas no son “frutos” del Espíritu, sino que son distintas
características de un mismo fruto. Es como si yo describiera a una manzana,
podría decir: “este fruto es rojo, dulce y contiene vitamina A y D”. “Rojo”,
“dulce”, “vitamina A” y “vitamina D” no son “frutos”, sino cualidades del fruto
que estoy describiendo, que es la manzana. Del mismo modo, “amor, gozo, paz,
temple…” no son frutos, sino que son cualidades del fruto que se está describiendo
que es “el fruto del Espíritu”.
Otra cosa a notar aquí es que las palabras
“fruto del Espíritu” contienen, en el griego, el uso del caso genitivo, en el
que la preposición “de” puede cumplir diferentes funciones conforme al
contexto. En este caso, quizá la mejor forma de entender este genitivo, por el
contexto, es como: “el fruto que es
producto de seguir la guía del Espíritu” o “el fruto producido por andar conforme al Espíritu”, entendiendo que “el
Espíritu” se refiere al Señor Jesucristo. De este modo, lo que vemos es que
estas cualidades descriptas se van desarrollando en un creyente en la medida en
que se conduce conforme a la guía del Señor en su corazón. Las cualidades aquí
descriptas no deben tomarse como una lista exhaustiva de todo lo que se produce
en un creyente cuando anda conforme a la voluntad de Dios, tan sólo son algunas
de las cualidades que se desarrollan con el andar de fe. Por ejemplo, un
cristiano que anda en espíritu desarrolla una mayor capacidad de perdonar, más
capacidad para servir, un más profundo entendimiento de la voluntad de Dios,
entre otras cosas que aquí no están descriptas.
En los versículos 22 y 23 tenemos también el uso
de una figura idiomática denominada asíndeton,
que consiste en la ausencia intencional de conjunciones “y”. En una
construcción gramatical normal, aquí debiéramos leer: “amor, gozo, paz, temple,
benevolencia, benignidad, fe, mansedumbre y
dominio-propio” (noten la “y” al final), sin embargo, en el texto griego no hay
conjunción “y”. Esto se hace intencionalmente para que el lector pase
rápidamente sobre los objetos enumerados y preste especial atención a la
conclusión, que en este caso es: “contra las cosas éstas NO hay ley”. Sobre esta última frase está puesto el
énfasis de este párrafo: si uno anda conforme a la guía del Espíritu, está
exento de cumplir la ley. Por supuesto, el Espíritu jamás nos guiará a hacer
algo contrario a la voluntad de Dios, por lo que no va a contradecir al corazón
de la ley de Dios, que es el andar en amor.
Muchas veces se enseña a los creyentes a
“desarrollar” las cualidades descriptas en estos versículos. Se enseña cómo
ganar amor, gozo, paz, temple, etc., y se les aconseja intentar tener más de
cada una de estas cosas. Se le dice a un creyente: “debes esforzarte por amar
más”; “no te amargues, vive con gozo”; “practica más la paz, que te hace
falta”; “debes desarrollar el temple y no ser tan histérico”; “debes ser más
benévolo, más amable, más tranquilo, más respetuoso”; “debes tener más fe”; “tienes
que controlarte a los malos deseos”. Pero lo curioso aquí es que la Escritura
no dice que “debemos” desarrollar estas cualidades. Pablo aquí no le dijo a los
gálatas que se esfuercen por tener más amor, más gozo, más paz, etc. La única
instrucción específica de Pablo es: “anden en espíritu” (v.16), estas
cualidades descriptas son las que surgen como FRUTO de este andar. Nuestra
principal preocupación no debe ser “amar más” o “tener más gozo”, sino andar en
espíritu. El nivel de amor, gozo, paz, temple, benevolencia, etc., que tenga en
mi vida funcionarán como un indicador de qué tanto fruto hay en mi vida, lo
cual a su vez me indicará qué tanto estoy andando conforme al espíritu. Si
están faltando estas características en mi vida, lo que debo hacer es revisar
cómo estoy andando, qué tanto estoy obedeciendo a la guía del Señor en mi
interior.
Si una naranja está falta de vitamina C uno
podría inyectar vitamina C artificialmente en esa naranja, pero con esto
solucionaría el problema de esa naranja sola, el resto de las naranjas seguiría
sin vitamina C, porque el problema no es la naranja, sino el árbol que la
produce. Por lo tanto, si la naranja tiene falta de vitamina C, yo debería
fijarme qué nutriente le falta al árbol por el cual no está produciendo las
naranjas adecuadas. Del mismo modo, si en mi vida falta gozo, yo podría
“inyectar” gozo artificial por medio de los distintos métodos propuestos por el
hombre (ir de vacaciones, un recital, al cine, a una convención de la iglesia,
meditar, leer libros de auto-ayuda, etc.), sin embargo, este tipo de cosas
puede servir para la ocasión, pero no solucionan el problema central: el árbol
(mi vida) está siendo mal nutrida. Como seres espirituales necesitamos alimento
espiritual (la Palabra de Dios) para poder nutrirnos y producir el fruto
espiritual. Por lo tanto, si falta fruto en nuestras vidas ocupémonos
primeramente en nutrirnos adecuadamente con la sana doctrina y en andar en
espíritu (conforme a la guía de Cristo en nuestros corazones). Una vez sanado el
árbol, los frutos crecen solos.
En los versículos 24 al 6:2 son una exhortación
a no seguir practicando los deseos intensos de la carne. Los que son de Cristo
ya crucificaron la carne, junto con sus padecimientos y deseos intensos, esto
no significa que un cristiano ya no va a pecar, y que no va a tener deseos
carnales, lo que aquí se nos enseña es que espiritualmente un cristiano ya fue
crucificado con Cristo en su carne, su parte carnal es considerada muerta para
Dios y ya no puede producir nada de provecho. Sin embargo, en la práctica la
carne sigue generando deseos intensos dentro de nosotros y nosotros debemos
aprender a no seguir esos deseos, debemos considerar a nuestra carne como
muerta e incapaz de producir cosas buena, para así seguir al Espíritu
(Jesucristo), que pone sus deseos y mandamientos en nosotros a través de
nuestro espíritu (nuestra vida espiritual). Nosotros estaremos vivos para
siempre a causa del espíritu santo que Dios nos ha dado, así que, ya que
estamos vivos a causa del espíritu que Dios nos dio, nuestro deber es seguir
(seguir creciendo y seguir andando) en espíritu (v. 25), no siendo
vanagloriosos, no buscando egoístamente nuestro propio bien, no provocando y
envidiando a los otros cristianos, sino obrando para edificarlos en amor.
Capítulo 6
Versículos 1 al 3(continúa el
tema de los versículos anteriores)
Como guía práctica, Pablo dice que si algún
creyente es anticipado en una infracción, los que son espirituales
(refiriéndose a aquellos que son maduros y están en comunión con Dios) deben
restaurarlo. Pablo aquí no habla sólo a los líderes de la congregación, sino a
todos los creyentes, si un cristiano entiende y practica el amor de Dios, no va
a buscar la falta del otro para acusarlo y ponerlo en evidencia, sino que
intentará restaurar su fe y llevarlo a la conducta correcta, a la vez que debe
estar atento a su propia conducta para no ser tentado y arrastrado en el error
(v.1).
La exhortación de Pablo es que los creyentes
acarreemos los pesos unos de los otros. Esto se refiere a ayudar al otro con
aquello que al otro le cuesta, conforme nuestra función y habilidad dentro del
Cuerpo de Cristo. Por ejemplo, el que es hábil para estudiar las Escrituras
puede armar un plan de estudio para que sigan aquellos que les cuesta un poco
más; el que es hábil ganando dinero puede usar esa habilidad para ayudar a
aquél que, aunque trabaja mucho, le cuesta ganar el dinero; una persona valiente
y de carácter fuerte puede ayudar a otro creyente débil y temeroso en los
asuntos que requieren un enfrentamiento firme con un adversario; una madre
experimentada puede ayudar a una joven madre a cuidar y criar a sus hijos; el
que es hábil para los negocios puede usar parte de su conocimiento y su tiempo
para asesorar a otro creyente para mejorar su economía; un creyente dotado de
capacidad para la música puede usar su talento para dar ánimo y aliento a
través de las letras que compone o la música que toca y así dar alivio psíquico
o anímico a los demás. Estos son sólo algunos ejemplos de cómo pueden unos
llevar las cargas de los otros, las posibilidades son muchas y todo dependerá
de lo que Cristo indique hacer a cada uno. Cuando ponemos esto en práctica, dice
la Escritura que estaremos “completando la ley del Cristo” (v.2). Pero si
suponemos ser algo y no lo somos, si obramos egoístamente creyéndonos mejor que
los demás, tan sólo nos estaremos engañando a nosotros mismos y no produciremos
fruto.
CONCLUSIÓN
Cada
uno cosecha lo que siembra.
Cada uno cosecha lo que siembra
Versículos 4 al 10
Desde el versículo 4 y hasta el final tenemos la
conclusión de esta carta de Pablo. La primera parte de esta conclusión trata
acerca de la siembra y la cosecha que cada persona hace en su vida. Lo primero
que hace Pablo es alentar a los creyentes a poner a prueba su propia obra, no
para jactarse frente a los demás, sino para tener orgullo de sí mismos, por
estar creciendo en su andar y siendo de servicio para Dios.
En el versículo 5 Pablo dice lo siguiente:
“…cada uno acarreará su propia carga”. Esto, a simple vista, parece contradecir
la instrucción que Pablo dio unos versículos antes: “acarréense los pesos unos
a otros…” (v.2). La contradicción es sólo aparente, ya que la palabra “pesos”
del versículo 2 y la palabra “carga” del versículo 5 son distintas palabras
griegas (algunas versiones erróneamente han traducido ambas palabras con una
misma palabra al español, contribuyendo así a la confusión). Como he explicado
en el comentario con respecto al texto, la palabra “pesos” significa “deber
pesado o cosa difícil de hacer”, mientras que la palabra “carga”, del versículo
5, se refiere más bien a los bienes o mercancía que se transportaban en un
barco o caravana. La palabra “pesos” nos refiere a las tareas que a cada uno le
toca hacer en su vida, mientras que la palabra “carga” de este versículo se
refiere a los bienes ganados por la obra que cada uno hace. De este modo, vemos
que las Escrituras nos alientan a ayudar a otros con sus tareas difíciles, a
contribuir unos con otros, buscando la mutua edificación, sin embargo, los
“bienes” obtenidos por el propio andar no pueden compartirse. En el contexto la
“carga” tiene el mismo sentido que el fruto del Espíritu; el fruto es lo que
obtenemos como resultado del andar espiritual, este fruto no puede ser
compartido, no puede pasarle mi amor, gozo, paz, etc., a otro cristiano, porque
es el resultado de mi andar. Cada persona es responsable de su propio andar y
recibe su propio fruto cuando siembra en el lugar correcto.
El versículo 6 nos da una instrucción
importante: el que está siendo educado con la palabra debe estar en comunión con
quien lo está educando en todas las cosas benéficas. Estar en comunión
significa “compartir plenamente” algo. El deseo de Dios es que quien está
siendo educado en la palabra comparta plenamente todas las cosas benéficas con
quien lo educa. Esto quiere decir que mientras una persona está creciendo en su
entendimiento de las Escrituras, debe tratar de tener una íntima comunión con
quien lo educa y compartirle de lo bueno que va recibiendo.
Los versículos 7 y 8 nos dicen que Dios jamás es
burlado y que cada uno cosechará lo que siembra. El que siembra para su propia
carne, de la carne cosechará corrupción y el que siembra para el Espíritu,
desde el Espíritu cosechará vida de la era futura. Aquí tenemos varias cosas
para notar y aprender.
Lo primero que se nos dice es que Dios no es
burlado y que, por lo tanto, cada uno cosecha lo que siembra. Recordemos que el
contexto nos habla de un grupo de creyentes que estaba queriendo ser
perfeccionados espiritualmente a través de las obras de la ley. Ellos estaban cumpliendo
la ley, pero no estaban andando conforme al espíritu. En este aspecto es que
Dios no puede ser burlado, la persona puede parecer espiritual ante todos los
demás, pero a Dios no lo engaña y no podrá cosechar fruto espiritual si su
conducta es carnal.
Lo segundo a destacar aquí es que aquí no se
habla de sembrar “buenas obras” o “malas obras”, sino de sembrar “para la
carne” y “para el espíritu”. Los gálatas, al cumplir la ley, estaban sembrando
“buenas obras” (desde la óptica humana), pero no estaban sembrando para el
Espíritu, sino para la carne, porque lo que sembraban no era conforme a la
voluntad de Dios. Por eso, aunque sus obras fueran humanamente buenas, lo que
iban a cosechar era corrupción, porque sus obras partían de su deseo carnal de
cumplir leyes para “sentirse bien” y no del deseo espiritual que Cristo
generaba en ellos. Por eso, hay que tener cuidado de no pensar que sembrar “para
el Espíritu” es hacer cosas buenas. Si Dios quisiera que yo trabaje como
electricista y me pongo a predicar en una iglesia, externamente mi obra
parecería una “buena obra”, pero no estaría sembrando para el Espíritu, porque
la voluntad de Dios era que yo hiciera trabajos de electricidad ¿Se entiende la
diferencia? Sembrar para el Espíritu va más allá de las buenas obras, consiste
en hacer lo que el Espíritu (el Señor Jesucristo) desea que hagamos. Cada vez
que hacemos Su voluntad estamos sembrando para el Espíritu y lo que
cosecharemos será vida de la era futura.
“Vida de la era futura” se refiere a vivir hoy
parte de la clase de vida que viviremos en la era futura, cuando todo sea
perfecto y tengamos cuerpos perfectos. Hoy no está disponible vivir con toda la
plenitud con la que viviremos en la era futura, porque nuestros cuerpos y
mentes están sujetos a corrupción. Sin embargo, podemos experimentar parte de
la plenitud de esa vida en la medida en que andamos conforme a la guía del
Señor. Andar conforme a la carne nos corrompe más, mientras que andar en
espíritu nos permite desacelerar el proceso de corrupción y tener mayor
plenitud de vida, con una vida llena de fruto espiritual.
Por esta causa, Pablo alienta a los creyentes a
no desanimarse y no rendirse en su intento de hacer el bien y vivir conforme a
la voluntad de Dios, porque en el momento oportuno cosecharemos (v.9). Hoy en
día parecería que el mal camino produce mejores resultados que el andar
cristiano. La maldad, corrupción, inmoralidad e ilegalidad parecen tener atajos
para lograr lo que uno quiere rápidamente. En algunos casos las consecuencias
de la maldad son evidentes e indeseables (como aquellos que van a la cárcel o
mueren en un tiroteo), pero también hay casos en que los delincuentes parecen
jamás recibir el pago por sus delitos. Muchas conductas inmorales ya no tienen
castigo legal en muchos países, y hasta se van poniendo de moda (cosas tales
como la infidelidad, las fiestas descontroladas, borracheras, drogadicción o la
homosexualidad, entre otras). Por esta causa, el cristiano que quiere vivir
conforme a la voluntad de Dios es visto como un “bicho raro”, siendo a veces
menospreciado o burlado, e incluso hostigado, golpeado y encarcelado en algunos
países. Esto hace que muchos se desanimen y hasta se rindan en su intento de
vivir conforme a la guía de Cristo. Pero el aliento de las Escrituras es a no
rendirse, porque cosecharemos en el momento oportuno ¡Dios no nos dejará sin
fruto! Por eso, siempre que tengamos un momento oportuno, debemos ocuparnos en
hacer aquello que es benéfico, útil o provechoso para el crecimiento espiritual
de otras personas, especialmente de aquellos que son miembros de la casa de la
fe, miembros del Cuerpo de Cristo (v.10).
Llamado de atención: Los que los incitan no cumplen la ley
Versículos 11 al 13
Aquí tenemos el último llamado de atención de
Pablo a los gálatas. Él les dice aquí que aquellos que quieren dar buena
impresión en la carne (cumpliendo la ley mosaica), los incitaban a ellos a
circuncidarse tan sólo para evitar las persecuciones de los judíos para con los
cristianos (v.12), pero ellos mismos no guardaban la ley, sólo querían
enorgullecerse en la carne de estos creyentes (v.13), en otras palabras,
podrían jactarse de haber contribuido en la judaización de estos creyentes.
La vida en Cristo: una renovada creación
Versículos 14 al 18
Finalmente, Pablo habla de sí mismo, diciendo
que él no deseaba jactarse en nada excepto en la cruz del Señor Jesucristo,
mediante quien el mundo la ha sido crucificado y él para el mundo. En otras
palabras, el orgullo de Pablo estaba en obedecer al Señor e ir “crucificando”
las prácticas carnales en su vida.
En el versículo 15 leemos que en Cristo Jesús no
es de valor ni la circuncisión ni la incircuncisión (no son de valor los actos
externos que se hagan o dejen de hacer), sino una renovada creación. La palabra
“renovada” nos indica algo que ha sido hecho nuevo en calidad, no es nuevo en
tiempo (que sería otra palabra griega), sino nuevo en sus cualidades y
características. Dios, mediante Cristo hizo una creación con nuevas
características y cualidades, esta creación renovada tiene un pacto renovado y
leyes renovadas y eso es lo que es de valor, las cosas viejas pasaron (2 Co.
5:17). Todos aquellos que sigan esta regla (la de la creación renovada) tendrán
paz y misericordia de parte de Dios (v.16).
Por esta causa Pablo dice que no quiere que
nadie le cause molestias, porque acarrea las marcas de pertenencia de Jesús en
su cuerpo. Esto significa que él estaba encomendado a andar conforme a la guía
de Cristo y nadie lo iba a estorbar al incitarlo a volver a cumplir las
antiguas leyes mosaicas (y esto dicho por alguien que era de los más
prominentes seguidores de la ley). Todos los que hemos creído en Cristo como
Señor tenemos las marcas de pertenencia de Jesús, tenemos el don de espíritu
santo, que nos ha “marcado” como pertenecientes a Cristo. Pero esta marca, debe
hacerse visible en nuestro cuerpo, nuestro cuerpo debe mostrar (a través de
nuestras acciones), que somos de Cristo, ¡esto es lo que Pablo deseaba hacer!
Esta carta cierra con las palabras “La gracia de nuestro ·Señor
Jesucristo está con el espíritu de ustedes, hermanos. ¡Amén!” Hasta en este último versículo, Pablo enfatiza la acción del Señor
Jesucristo a través del don de espíritu santo que hay en nosotros. En la medida
que andamos conforme al espíritu, la gracia del Señor Jesucristo estará
operando en nosotros. Esta es la gracia por la que fuimos hechos herederos de
Dios aun siendo merecedores de muerte ¡¿Cómo no desear andar en espíritu y
vivir bajo la poderosa mano de bendición de Dios, nuestro Padre, y de nuestro
Señor Jesucristo?!
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