El Espíritu de Luz que vivifica

En Honor a Su verdad
(Por Elizabeth T. Martínez)


Dios siempre ha existido y con Su poder espiritual ha hecho posible la creación del mundo y de cada ser humano. Por medio de Su don de espíritu santo ha obrado por medio de santos hombres para tratar de hacerse escuchar entre los que le creen por fe. Ese mismo poder espiritual ahora opera en el mundo a través de Cristo con el fin de que los que le aman puedan conocerle y recibir Su amor y poder para así transmitirlo al mundo.

Una de las muestras que tenemos en Su Escritura, de cómo Dios actuó espiritualmente en el mundo, es la de los profetas, que profetizaron sobre  la venida de Jesús, su gracia en este mundo, y lo que habría de padecer, y la gloria que recibiría por su entrega. También Los Apóstoles, por su parte, cumplieron con ministrar para nosotros, a través de las Escrituras, lo que Dios les comunicó por medio del don de espíritu santo enviado del cielo.

1 Pedro 1:10-12 (RVA)[1]
(10) Acerca de esta salvación han inquirido e investigado diligentemente los profetas que profetizaron de la gracia que fue destinada para vosotros.
(11) Ellos escudriñaban para ver qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, quien predijo las aflicciones que habían de venir a Cristo y las glorias después de ellas.
(12) A ellos les fue revelado que, no para sí mismos sino para vosotros, administraban las cosas que ahora os han sido anunciadas por los que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo; cosas que hasta los ángeles anhelan contemplar.

El Espíritu de Dios, es el principio de nuestras vidas, vida que comienza con el soplo de Dios.

Job 33:4 (RV-1960)[2]
El espíritu de Dios me hizo, Y el soplo del Omnipotente me dio vida.

La  Escritura muestra, que Dios es Espíritu (Génesis 1:2), y también nos dice que en el principio  el Verbo era Dios (Juan 1:1); para tratar de entender por qué  se le menciona de estas dos maneras, y cuál es su propósito en  ello, analizaremos el siguiente texto.

Juan 1:1-2 (RV-1960)
En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.

¿Qué significa que Dios era el “verbo”? La palabra “verbo” es la palabra que en otros versículos se traduce como “palabra”, es en griego logos. Logos es la expresión externa de un pensamiento o plan que hay en la mente. Lo que este versículo nos transmite es que en el principio Dios tenía un propósito y plan determinado y que ese propósito y plan estaba en acción con Dios y todo lo que Dios es estaba representado en ese propósito y plan, todo lo que Dios es está expresado en Su Palabra. Dios se ha dado a conocer a la humanidad a través de Su Palabra y a través de Su plan de redención en Cristo, a esto se refiere este texto.

Juan 4:24 (RV-1960)
Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren.

La palabra “Espíritu” es en griego pneuma, la cual significaba, para los griegos, “aire en movimiento”, “fuerza invisible”, “poder invisible en acción”. Es equivalente al hebreo ruaj, el cual frecuentemente se traduce como “aliento” y también “viento”. Para la cultura hebrea la palabra ruaj indicaba siempre acción y movimiento. Piensen en esto: no puede haber viento sin movimiento, al pensar en el viento, uno inmediatamente piensa en una ráfaga de aire en movimiento. Entonces, cuando en la Biblia se habla de Dios como “Espíritu”, se lo hace para expresar el movimiento invisible de Dios, Su poder en acción. Por ejemplo, en Génesis 1:2 leemos que “el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas”, esto nos indica que Dios estaba en acción, estaba ordenando la Tierra con Su poder. La palabra “espíritu” se usa para indicar el poder de Dios en acción, lo que este versículo nos transmite es que Dios es un ser que es invisible, pero que hace fluir Su poder invisible y produce resultados en el mundo visible (He. 11:3).

Nótese que Juan 1:1, nos dice “en el principio”, y Apocalipsis, revela a Dios, como el principio y el fin.

Apocalipsis 21:6 (RV-1960)
Y me dijo: Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin…

El apóstol Juan nos dice (en Jn. 1:1) que el Verbo era Dios, y nos dice (en Jn. 4:24) que Dios es Espíritu y que Él es el Principio (en Ap. 21:6). Uniendo estos puntos aprendemos que Dios existe desde el principio y que desde entonces expresa se expresa al mundo a través de Su Palabra (la cual incluye Su propósito y plan) y a través de Su Espíritu (el cual expresa Su poder invisible en acción).

Apocalipsis 21:6 (RV-1960)
Y me dijo: Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin

Dios es el principio y fin de todo, tanto en el ámbito físico como en el espiritual. En Él no sólo comenzó la creación física y nuestras vidas físicas, sino que en Él también comienza nuestra vida espiritual, la cual obtenemos por Su gracia, a causa de la obra de redención de Jesucristo.

Una duda que suele presentarse es: ¿Jesucristo existía antes de nacer en la Tierra? Esta pregunta existe en gran parte del cristianismo, esto se debe a una interpretación errónea de algunos versículos de la Biblia, sumado a las tradiciones religiosas que no se ajustan a la Biblia. Pero si queremos hallar la verdad de la Palabra de Dios, debemos leer atentamente las Escrituras, considerándolas en profundidad y con oración al Padre, Quien da la sabiduría (Pr. 2:6-7).

Las Escrituras deben ser vistas en su correcta perspectiva, ya que no son palabras de hombres escritas por un historiador o un novelista, sino que son las Palabras del Creador, Quien tiene pensamientos mucho más altos y profundos que los nuestros (Is. 22:8; 65:2; Stg. 3:17; Ef. 3:14-19).

Juan 1:14 (RVA)
Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y contemplamos su gloria, como la gloria del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.

Aquí el “verbo” es, nuevamente, el logos, la Palabra de Dios en acción. Al decir que “la Palabra se hizo carne” Juan nos está diciendo que la promesa de salvación de Dios (que hasta ese momento no era tangible) se estaba “haciendo carne”, o sea, se estaba presentando en forma concreta en la persona de Jesús. En ese momento estaba siendo colocada, en la tierra, la piedra fundamental del plan de redención de Dios (Is. 28:16; Ef. 2:20). Dios había prometido un Salvador, y en ese momento ese Salvador estaba dejando de ser una promesa para ser “carne”, para ser una persona real y presente.

1 Juan 1:1 (RV-1960)
Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida

Debemos considerar que Jesús es llamado “el postrer Adán” (1 Co. 15:45). Jesús fue creado en las mismas condiciones que Adán. Adán fue hombre, Jesús fue hombre. Adán no era Dios, Jesús no era Dios. Adán fue creado sin naturaleza de pecado, Jesús también fue creado en el vientre de María, sin naturaleza de pecado. Adán fue creado con espíritu, a imagen y semejanza de Dios (Gn. 1:27), Jesús también tuvo que haber sido creado con espíritu y a imagen de Dios (2 Co. 4:4; Col. 1:15; Fil. 2:6).

Dios es el principio de la creación, y es Quien hizo todo con Su poder espiritual. Asimismo, él creó en el ser humano algo que es de Su misma naturaleza: el espíritu santo, y por eso es que la Biblia nos dice que el ser humano fue hecho “a Su imagen”, lo cual incluye una naturaleza espiritual directamente conectada a Dios, con valores morales perfectos y pensamientos santos y limpios.

Génesis 1:27 (RV-1960)
Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.

1 Corintios 15:40, 45, 47, 49 (RV-1960)
(40) Y hay cuerpos celestiales, y cuerpos terrenales; pero una es la gloria de los celestiales, y otra la de los terrenales.

(45) Así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente; el postrer Adán, espíritu vivificante.

(47) El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo.

(49) Y así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial.

Originalmente Dios creó al hombre y la mujer “a su imagen”, esto quiere decir que había algo en el ser humano que es de la esencia misma de Dios, esto era el espíritu santo. Cuando Adán y Eva desobedecieron, ellos perdieron esta parte espiritual que Dios había puesto en ellos. Parte de los atributos de Dios, como los aspectos morales y éticos, quedaron impregnados en sus conciencias, pero ellos ya no fueron capaces de tener una relación directa con Dios. Jesús fue concebido en el mismo estado que lo fue Adán originalmente, por eso él es “el postrer Adán”.

Cuando Jesús estuvo en la Tierra tuvo el espíritu santo de Dios en él y así es que tenía una relación directa con Dios y obtenía sabiduría y poder de parte de Dios. Pero cuando fue resucitado, Jesús recibió un nuevo cuerpo espiritual, no sabemos exactamente cómo es ese cuerpo, pero tiene la forma humana (porque los discípulos lo vieron y tocaron), aunque su vida es de naturaleza espiritual (por eso se lo llama aquí “espíritu vivificante”).

La promesa de Dios es que todos los creyentes seremos transformados para tener el mismo tipo de vida que Jesús. Jesús es, en su aspecto espiritual, la “imagen” de Dios, y esta naturaleza espiritual le impartió también las cualidades morales de Dios. Por eso Jesús ama con Dios ama, juzga sabiamente, hace misericordia, perdona, tiene compasión de la humanidad, etc.

Como miembros del Cuerpo de Cristo, cada uno de los creyentes cristianos somos “imagen” de Dios en nuestro aspecto espiritual. Pero también tenemos una naturaleza humana que es pecaminosa y tenemos una lucha interna entre el pecado que hay en nosotros y la naturaleza de Dios, por medio de la cual Dios nos enseña y exhorta a hacer Su voluntad.

Hemos visto que en Jesucristo está la verdad de la vida, y que es la imagen de Dios por su obediencia, siendo también la misma gloria del Padre manifestado en luz.

Juan 1:4 (RV-1960)
En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.

1 Juan 1:5 (RV-1960)
Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él.

Job 33:28
Dios redimirá su alma para que no pase al sepulcro, Y su vida se verá en luz.

Job 33:30
Para apartar su alma del sepulcro, Y para iluminarlo con la luz de los vivientes.

Como podemos ver, la “luz” es usada como representativo de la vida y de la bondad y amor de Dios. El apóstol Pablo nos habla sobre esta luz, haciendo una comparación entre el episodio en que Dios separó la luz de las tinieblas durante la fundación del mundo (Gn. 1:3-4) y la luz que resplandece en nuestros corazones cuando hemos aceptado a Cristo como nuestro Salvador.

2 Corintios 4:6 (RV1960)
Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo.

Dios mismo es Autor no sólo de la luz física que nos ilumina y posibilita nuestras vidas, sino también de la sabiduría con la cual accedemos a la vida que nos ha provisto por medio de Cristo. Conforme vamos teniendo el conocimiento del Evangelio, aprendiendo acerca del Salvador provisto por Dios y conforme lo vamos aceptando por fe, vamos comprendiendo que Dios, siendo luz, es la fuente de energía suficiente y tiene el poder para que resplandezca la luz verdadera en los que creemos en Su Hijo Jesucristo y para apartarnos de las tinieblas. Dios hace resplandecer Su luz en todo punto de oscuridad de nuestras vidas, nos aparta de nuestras malas obras, de nuestros malos hábitos, de nuestra fe errónea, de las falsas doctrinas, etc. Lo que sería imposible hacer por nuestro propio esfuerzo, Dios lo ha hecho posible (Lc. 1:37) mediante Jesucristo, según la medida de nuestra fe.  

En los siguientes versículos, al ser entendidos, podemos darnos cuenta lo importante  que es la unión entre Dios y Jesucristo y entre Jesucristo y los creyentes la cual es necesaria para que la gracia de Dios, a través de Su espíritu, que es luz, sea la encargada de transmitir Su Gloria; Gloria que es Su Reino y que será reflejada en nuestros corazones. (2 Co. 4:6; Ef. 1:18; 2 P. 1:19).

1 Juan 1:7
Pero si vivimos en la luz, así como él está en la luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesucristo nos limpia de todo pecado.

1 Pedro 1:5
que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero.

Como Hijo de Dios y fiel representante de Dios Jesús tuvo muchas de las cualidades de Dios. Juan 1:18 nos dice que a Dios nadie jamás le vio, sino que el Hijo lo dio a conocer, por eso Jesús es llamado “la luz verdadera”, no porque sea “Dios hecho carne”, sino porque Él representó fielmente a Dios, haciendo siempre Su voluntad, y así fue un reflejo perfecto de la gloria, poder y amor de Dios.

Juan 5:35 también nos dice que Jesús era “antorcha que ardía y alumbraba”; y en el 8:12 Jesús mismo dijo “yo soy la luz del mundo”; también en Juan 9:5; 12:35, 46, entre otros, se dice que Jesús era la luz del mundo. Pero, como dijimos, esto no significa que Jesús es Dios, sino que por su obediencia (Jn. 8:28), él representó perfectamente al amor de Dios y fue un pleno reflejo de la luz de Dios. Por lo tanto, el que se diga que Jesús es luz y que Dios es luz no significa que Jesús es Dios, sino que él fue un perfecto representante de Dios.

También de los creyentes se dice que somos “hijos de luz” y se nos instruye a andar como “luz”, como fieles representantes de Dios (Ef. 5:8; 1 Ts. 5:5; Mt. 5:14). Dios es luz, y es padre de luces (Stg. 1:17), por lo tanto, como hijos de Dios, nosotros somos luz, porque la Luz engendra luz. En nuestra parte espiritual somos la luz de Dios, la cual alumbra al mundo en la medida que andamos conforme a la voluntad de Dios. La luz es simbólica de la verdad, porque así como la luz física muestra la verdad sobre los objetos (sus verdaderos colores y formas), del mismo modo, cuando hacemos la voluntad de Dios mostramos al mundo la realidad sobre Quién es Dios y cómo es Su carácter y amor, dando a conocer qué es lo que ocurre en el trasfondo espiritual de la humanidad, y cuál es la verdad sobre el estado caído del ser humano y su necesidad de un Salvador para alcanzar vida perpetua en la era futura.

Imaginemos, por un momento, que cada uno de nosotros somos de aquellas antiguas lámparas que consistían en un recipiente que contenía aceite, el cual era encendido para alumbrar. Nuestro cuerpo y mente representarían a la lámpara, el don de espíritu santo sería el aceite que permite a la lámpara alumbrar. Si no tenemos aceite, la lámpara no puede ser encendida, pero ese “aceite espiritual” que necesitamos para alumbrar al mundo, sólo puede ser provisto por Jesús, quien toma de la fuente, que es Dios. Dios ha puesto a Jesús como mediador entre Él y los hombres (1 Ti. 2:5), por lo tanto, si queremos dar luz al mundo, debemos acudir a nuestro Señor Jesús, de otra forma, nuestras lámparas no iluminarán adecuadamente. Sólo mediante Jesús podemos acceder al Padre (Jn. 14:6) y sólo mediante la fe en él podremos dar luz al mundo y mostrar las buenas obras de nuestro Padre celestial (Mt. 5:14-16; Jn. 3:18-21; 12:46)

Para darnos la idea de cómo se ve nuestras vidas, vacías y sin esta luz, podemos ver el versículo de Génesis 1:2

Génesis 1:2-3 (RV-1960)
(2) Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas.
(3) Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz.

Lo primero que Dios hizo para reordenar la Tierra, que estaba en un estado de desorden y desolación, fue hacer la luz. Antes de siquiera dar orden a la Tierra, y poner en ellas las cosas que eran necesarias, Dios dijo “Sea la luz”.

Antes de conocer a Dios, una persona está en el mismo estado que estuvo la Tierra en aquél entonces: desordenada y vacía. Está vacía porque está sin Dios, sin un propósito y sin una esperanza; y está desordenada porque no tiene el orden que Dios desea, la vida de esa persona no marcha conforme a Su perfecta voluntad, porque que ha sido alterada con los deseos que parten de la naturaleza de pecado. Cuando dejamos entrar a Dios en nuestras vidas, lo primero que Él hace es traernos luz y cuando Dios dirige nuestras vidas, tenemos paz en nuestro interior, aún ante una gran tormenta, porque sabemos que nuestro barco llegará a su destino, porque Dios lo está comandando y prometió llevarlo a buen puerto.

Por lo tanto, debemos permitirle a Dios obrar en nuestras vidas, por medio de Cristo,  a través de Su don de espíritu santo en nosotros, y que nos eduque en la fe, del mismo modo en que Jesús enseñó a los apóstoles cuando se sintieron atemorizados al ver que las olas  inundaban su barca (Mat. 8:26). De este modo, podremos decir, al igual que el apóstol Pablo: “¡…gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo! (1Co. 15:57)

Hebreos 1:2-3 (RVA)
(2) en estos últimos días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por medio de quien, asimismo, hizo el universo.
(3) Él es el resplandor de su gloria y la expresión exacta de su naturaleza, quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder. Y cuando había hecho la purificación de nuestros pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas.

1 Timoteo 3:16 (RVA)
Indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Él fue manifestado en la carne, justificado por el Espíritu, visto por los ángeles, proclamado entre las naciones, creído en el mundo, y recibido arriba en gloria.

Para concluir con esta reflexión, podemos ver que el Dios nos da el aliento de vida que necesitamos y que no está lejos de nosotros, porque en él vivimos, nos movemos y existimos, y no está lejos de ninguno de nosotros (Hch. 17:27). Dios requiere que le adoremos “en espíritu y en verdad” (Jn. 4:23-24), pero para que esto sea posible, Su luz debe entrar a nuestros corazones e iluminar nuestras vidas.

Salmos 43:3-5 (RVA)
(3) Envía tu luz y tu verdad; éstas me guiarán. Ellas me conducirán a tu monte santo y a tus moradas.
(4) Llegaré hasta el altar de Dios, a Dios, mi alegría y mi gozo. Te alabaré con arpa, oh Dios, Dios mío.
(5) ¿Por qué te abates, oh alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera a Dios, porque aún le he de alabar. ¡Él es la salvación de mi ser, y mi Dios!





[1] Las citas de las Escrituras marcadas como “RVA” fueron tomadas de la versión “Reina Valera Actualizada”, revisión de 1989, publicada por la Casa Bautista de Publicaciones.
[2] Las citas de las Escrituras marcadas como “RV-1960” fueron tomadas de la versión “Reina-Valera”, revisión de 1960, por las Sociedades Bíblicas Unidas.




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